Por Lucio García Del Solar Para LA NACION
La tradicional oposición del Reino Unido a devolver la soberanía de las islas Malvinas a la Argentina se apoya fundamentalmente en el principio de la libre determinación de los pueblos, es decir, en el derecho de elegir su destino, invocado por los habitantes de origen británico que las habitan. Sin embargo, el Reino Unido borró ocasionalmente con el codo lo escrito en defensa de tan improfanable principio con la mano, en aras de prioridades estratégicas no siempre propias, sino también de su gran aliado, los Estados Unidos.
La tradicional oposición del Reino Unido a devolver la soberanía de las islas Malvinas a la Argentina se apoya fundamentalmente en el principio de la libre determinación de los pueblos, es decir, en el derecho de elegir su destino, invocado por los habitantes de origen británico que las habitan. Sin embargo, el Reino Unido borró ocasionalmente con el codo lo escrito en defensa de tan improfanable principio con la mano, en aras de prioridades estratégicas no siempre propias, sino también de su gran aliado, los Estados Unidos.
La historia que contaremos y que sirve de ejemplo a esta aseveración es la de Diego García, la mayor de las islas del archipiélago de las Chagos, en la inmensidad del océano Indico, a mitad de camino entre la costa de Africa y la de Indonesia. Perteneciente al Commonwealth, el archipiélago era conocido por la belleza de sus playas, sus arrecifes de coral y su exuberante vida submarina. Lo habitaban originalmente unos cinco mil chagosianos de raza amarilla. Vivían probablemente felices de lo que sacaban de la pesca, de la comercialización de los subproductos de los cocoteros y del turismo. Pero un destino menos atractivo se cernía sobre Diego García, por su excepcional ubicación estratégica en el Indico, cerca del Medio Oriente siempre caliente y del Irán amenazante, además de dos potencias militares, China e India, de comportamiento futuro incierto.
En 1967, Washington y Londres iniciaron conversaciones secretas destinadas a aumentar el control estratégico del océano Indico y de sus proyecciones en el continente asiático. Con ese fin fue que planearon y ejecutaron a escondidas la instalación en Diego García de una base militar a la que se prohibió el acceso a la gente de afuera, en especial a periodistas.
La historia es revelada con lujo de detalles en el libro Isla de la vergüenza: la historia secreta de la base militar de Estados Unidos en Diego García , de David Vine, reseñado por Jonathan M. Friedman en The New York Review of Books , en 2009. De allí se extraen principalmente estas reflexiones. El 25 de abril de 1967 Gran Bretaña firmó un acuerdo con EE.UU. por el que le cedió en préstamo por 50 años la isla Diego García y recibió como parte de la operación, entre otros favores, un descuento de aproximadamente 12.000.000 de dólares de la factura de venta del misil Polaris al Reino Unido, conservando éste la soberanía nominal de la isla. Dos duras condiciones fueron exigidas por los norteamericanos: que la isla fuera vaciada íntegramente de sus pobladores y que los británicos se encargaran de evacuarlos.
El gobierno de Richard Nixon, temiendo problemas en materia de autodeterminación, al tener que admitir que los isleños pasibles de ser deportados compulsivamente eran nativos de las islas, inventó que se trataba "de un reducido grupo de trabajadores traídos bajo contrato temporario de las islas Seychelles y Mauricio". Superadas las objeciones del Congreso americano, en marzo de 1971 una flota de cinco barcos estadounidenses llevó a Diego García alrededor de 800 soldados con topadoras y excavadoras, cadenas para arrancar cocoteros, materiales para armar una fábrica de cemento armado, explosivos para despejar de corales la base de la futura pista de aterrizaje, etcétera.
Y de inmediato comenzaron los británicos el proceso de remover de Diego García a alrededor de 400 familias, depositadas, en su gran mayoría, a cientos de kilómetros de distancia, en Seychelles y Mauricio, donde actualmente viven desarraigados y con escasos recursos. Algunos que lograron viajar a Londres vegetan en los alrededores del aeropuerto de Chadwick.
Terminada la construcción de la base - la más importante del Pentágono fuera de EE.UU.-, fue utilizada para los bombardeos de los B-52 sobre Irak y Afganistán y también, por su gran aislamiento, como "pozo negro" (como llama la CIA a los lugares para interrogatorios ilegales).
Conectados de a poco con Occidente, los isleños desplazados, sufriendo la injusticia de lo perpetrado contra ellos, encontraron en Gran Bretaña asesoramiento legal para plantear ante la justicia la reversión de las medidas que ordenaron su desplazamiento. Pudieron llevar su caso hasta la Cámara de los Lores y la Corte Europea de Derechos Humanos, pero no han obtenido aún claras medidas que les permitan retornar a la situación de origen. Y eso que los isleños manifiestan que hoy día aceptarían la presencia de los norteamericanos en la base, si éstos les permitieran instalarse en los terrenos desocupados de la isla.
En un documental sobre esta cuestión, Robando una nación , producido por el periodista australiano John Pilger (mencionado en The Guardian el 11/10/04, y al que se puede acceder por Internet), se aborda la cuestión del principio de la libre determinación, al poner de relieve el contraste entre las políticas del Reino Unido en el caso de las Malvinas, a las que dedica varios millones de libras anuales para proteger a sus pobladores y defender su libre determinación, y el de Diego García, despejado inconsultamente de sus habitantes originales, con pérdida de sus hogares. ¿Y el improfanable principio?
Fuente: Diario La Nación
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios mal redactados y/o con empleo de palabras que denoten insultos y que no tienen relación con el tema no serán publicados.