La mirada de Alberdi partía de una visión humanista. La de Mitre, estaba más cerca de la teoría del derrame.
El título puede ser una síntesis superadora del debate entre dos antiguas visiones del desarrollo nacional; la de Alberdi y la de Mitre. Hoy ese debate está dolorosamente presente por su ausencia.
La mirada de Alberdi partía de una visión humanista, donde la multiplicidad de polos de desarrollo era garantía de un progreso equitativo. Racimos diseminados de voluntades humanas iban a lograr sus hábitats para luego consolidarlos y relacionarlos. La segunda, la de Mitre, estaba más cerca de la teoría del derrame, donde se pretende que el progreso se contagia por ósmosis. La primera se plasmó en los EE UU, Australia y Canadá. La segunda es Argentina.
Los censos y la mirada desde la estratósfera facilitada por los Google maps, certifican el enorme desbalance en la ocupación del territorio. Aunque hay dudas acerca de su importancia y efectos, también hay consenso que la migración interna hacia los conglomerados urbanos, de alto costo social y económico, es la comprensible respuesta a la incertidumbre de los hábitats del interior.
Se podrá seguir tapando el enorme agujero del déficit profundamente ético de las enormes marginalidades urbanas con un programa de cobertura financiera perpetua. Esa decisión, por más que hoy sea indispensable, es una contribuyente pasiva al proceso de desbalance social y territorial.
Pensar en el hombre antes de definir políticas es un buen ejercicio. Se intentó hace poco retocar los impuestos a producciones agroindustriales que son las bases de las frágiles economías regionales. Pero, detrás de cada unidad de producción, hay trabajadores, con sus familias, que gritan su potencial transformador, como lo demostraron, por ejemplo, el Alto Valle rionegrino, los oasis mendocinos y tantos otros.
Se intenta también llevar a cabo obras faraónicas en Buenos Aires, cuya evaluación económica se funda en un ahorro mínimo del tiempo del pasajero, mientras las extremas necesidades insatisfechas de millones de argentinos siguen engrosando estadísticas de nuestro deterioro social.
Debiera ser otra la consigna. Otra la visión. No se trata de la batalla para adueñarse de las calles porteñas ni dejar que la violencia derrote a la razón y la ley. Muy lejos de ello, se trata de ocupar y desarrollar el territorio nacional, poblándolo con dueños de su propio futuro, con una planificación seria y profesional.
Esa otra visión permitirá, por ejemplo, pensar en las futuras hidroeléctricas del Sur, como generadoras del desarrollo de nuestro extremo patagónico, planificando la radicación de industrias cuyo insumo principal sea la energía y la utilización del río regulado como transportador fluvial de la enorme producción minera inexplotada de la vecina Cordillera. O, si se piensa que es posible, combinar las fibras de origen petroquímico con las de origen lanar para reinsertarse en el mercado mundial con productos de calidad mientras se usa la capacidad dormida para la bandera nacional de nuestros recursos ictícolas que podrán procesarse en los muelles de nuestros puertos sureños.
Esta estrategia de ocupación de nuestro territorio meridional se consolidará también si la promoción gubernamental para la expansión de nuestras fronteras agrícolas, logra la creación de nuevas colonias agrícolas donde la multiplicidad de razas y culturas compitan en la producción agrícola intensiva en tierras –hoy yermas- regadas con aguas del deshielo y bajo el sol diáfano de la Patagonia.
Y así como el sur, también el norte puede quebrar la inercia del despoblamiento y el desequilibrio territorial. Su potencial, basado en la bioeconomía hoy circunscripta a pocos y tradicionales productos, ha olvidado tener en cuenta que Argentina posee el 2,4 % de la biocapacidad mundial medida por la fuerza y superficie de las cuencas fotosintéticas.
Los estudios de prospectiva comparativa con lo que se está haciendo en regiones menos aptas que nuestro subtrópico, permiten concluir que es perfectamente factible concretar innumerables actividades bioenergéticas, bioalimenticias y biofarmacéuticas, así como la diversificación industrial in situ de la madera, los fertilizantes orgánicos y muchas otras. Se necesitará, sin dudas, de la acción promotora del Estado, como la conversión del Bermejo en un río navegable, garante de agua potable para todas las poblaciones, y dominador de los desbordes de las inundaciones que dañan las vidas y las obras de los hombres. El Impenetrable bosque chaqueño abrirá entonces sus puertas y sus habitantes, junto con los que vendrán, se transformarán en activos y orgullosos colaboradores del progreso compartido.
Esta suerte de crónica visionaria, podría ser real dentro de pocos años. Requiere voluntad, convicción y liderazgo para unificar un plan argentino, como el que 150 años atrás tuvo Alberdi y muchos otros connacionales, antes y después.
Requiere, desde luego, sentirse emocionado por haber elegido ser partícipe de la construcción de un futuro que está a poca distancia y no mero actor de transformaciones fugaces de la dura realidad cotidiana.
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