La política exterior argentina dio un examen en Rusia. Y salió aprobada. Los zares, los patriarcas de la iglesia y los líderes soviéticos están integrados en el nuevo relato ruso.
(Enviada especial a Moscú) Cuando Mauricio Macri bajó del avión que lo trajo desde Frankfurt, sabía que al día siguiente no se iba a encontrar con un político más, sino con uno de los líderes más poderosos del planeta, uno que hace 17 años gobierna su país. Sin embargo, no estaba nervioso. O, por lo menos, no se le notó ninguna inquietud ante la inminencia de su encuentro con Vladimir Putin, un político experto, que logró que la Federación Rusa vuelva a sonar alto en el concierto de las naciones, mientras transformó la calidad de vida de la población, que en sus principales ciudades goza de un standard europeo y cosmopolita.
La política exterior argentina dio un examen en Rusia. Es relativamente sencillo acordar con países con los que se comparten valores. Lograr coincidencias con ideologías y culturas lejanas, tiene otra complejidad. Mucho más en este caso, cuando Rusia reclamaba por la continuidad de los acuerdos firmados a partir de 2009 con la ex presidente Cristina Kirchner. Lo que los rusos le venían transmitiendo a los nuevos responsables de las relaciones internacionales podría resumirse en: "¿Así que cambió el gobierno? Muy bien, pero Argentina está en el mismo lugar que antes, así que adaptemos lo firmado y sigamos adelante".
En rigor, Cambiemos nunca dudó al respecto. Macri no es un presidente ideológico, sino pragmático, que busca asociaciones "inteligentes" con cualquier país que quiera importar productos argentinos o invertir, dos formas de generar trabajo y reducir la pobreza en la Argentina. Ve lo que se hace en todos lados, y aquí mismo, donde desde Shell hasta Exxon, pasando por Luis Vuitton hasta Apple, Zara y H&M, todas las firmas multinacionales de los principales países están en Rusia. Y a la inversa. Desde Rosatom hasta Gazprom, desde Sinara hasta Mail.Ru, no hay gran empresa rusa que evite desplegarse por el mundo. No es tan difícil. Lo hacen todos. Lo complicado, para los argentinos, es integrar nuestra historia.
Macri no tuvo problemas. Tres veces le dijo a Putin que "con Rusia tenemos una asociación estratégica integral", que es el nombre del acuerdo que la ex presidente firmó con el ruso en abril de 2015, luego de sucesivos acercamientos que arrancaron en 2009 y tuvieron un pico de intercambio comercial en el 2013, cuando nuestro país estaba en crisis energética y necesitaba imperiosamente importar petróleo crudo.
El Presidente no mencionó a Cristina, pero tampoco fue necesario. Los nuevos acuerdos, como el Memorándum de Entendimiento para la exploración y explotación de uranio que Jorge Faurie firmó en representación del ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, está bajo ese acuerdo-marco.
En este caso, se trata de un convenio que tiene como objetivo la cooperación y el desarrollo del sector entre ambos países, basándose en un método de extracción denominado "recuperación in situ", que Uranium Group y UrAmerica Argentina aseguran es "el más eficiente por sus bajos costos" y que representa "un mínimo impacto ambiental, al no requerir la remoción de suelo, con lo cual Argentina sería pionera en la aplicación en Latinoamérica de esta tecnología. Pero todo lo que siga, de aquí en adelante, tendrá el mismo carácter.
Por cierto, Putin tiene mucho que enseñarle a la Argentina en materia de integración de todas las etapas de la historia. Desde la caída del Muro de Berlín hasta la asunción de Putin como presidente, en el 2001, Rusia fue "invadida" por el espíritu capitalista y perdió parte de su esencia. "Se desordenó y se volvió caótica, no se respetaban ni las leyes de tránsito, hasta que vino Putin y diseñó una democracia a la rusa, que privilegia el orden por sobre la libertad", dijo un diplomático que conoce profundamente esta sociedad. Agregó que "los argentinos privilegiamos la libertad por sobre el orden, y no está mal, cada uno tiene su estilo, lo importante es que Putin representa muy claramente el tradicional espíritu ruso pero adaptado a estos tiempos".
Y, para sorpresa de muchos (o no tantos), la religiosidad del pueblo estaba intacta. Aquí y allá, las ceremonias religiosas se realizan a toda hora, en esos templos fastuosos, con misas que pueden durar horas, y donde la gente entra y sale a hacer cualquier otra cosa, y vuelve a entrar.
Catedral de Nuestra Señora de Kazán, en la Plaza Roja. Había sido destruida por Stanlin. Putin la reconstruyó.
Infobae asistió a una misa en la Catedral del Cristo Redentor, una experiencia muy distinta a una misa de iglesia católica por varias razones, no solo porque el sacerdote da espaldas a la feligresía, sino porque no hay bancos donde sentarse.
También, es cierto que se trata de una democracia "a la rusa", donde la libertad de prensa existe a cambio de una fuerte autocensura y los periodistas pueden entrar al Kremlin y tienen una sala, pero entran todos juntos y se van todos juntos, y cuando los responsables de prensa lo permiten. Claramente es una sociedad homofóbica, aunque el jefe de estado asegure que no hay discriminación, lo que no suena demasiado creíble. Tampoco hay muchos opositores. Putin los persigue antes de que crezcan lo suficiente como para que puedan competirle.
El 18 de marzo habrá elecciones en Rusia. Putin volverá a competir nuevamente por un mandato de seis años. Hoy tiene el 80 % de imagen positiva y se descuenta su reelección. En el Kremlin hicieron la cuenta que, de reelegir Macri en el 2019 (lo que dan por bastante seguro), también el argentino tendrá seis años más de mandato, o sea, valía el esfuerzo de organizarle una buena recepción. Así son los rusos.
Les gusta invertir tiempo y esfuerzo en lo que creen que vale la pena. Una vez que se dedicaron a la Argentina de Cristina, decidieron continuar el vínculo con la Argentina de Macri. Ahora depende de nuestro país aprovechar las oportunidades que le ofrece el gigante eurasiático.
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