Editorial I del diario La Nación
Las teorías conspirativas a las que nos tiene acostumbrados la Presidenta sólo apuntan a su victimización y a la consolidación de un poder autoritario
En su reciente viaje a Moscú, Cristina Fernández de Kirchner leyó tres veces un artículo de opinión sobre la muerte del fiscal Nisman que le dio pistas para interpretar lo sucedido aquel fatídico 18 de enero. Dando rienda suelta a su afición por las teorías conspirativas, la Presidenta publicó un largo ensayo en su sitio web, vinculando al fallecido fiscal con los fondos buitre, la justicia neoyorquina, los intereses financieros, los medios "concentrados" y la DAIA.
"You see, everything has to do with everything" ("como verás, todo hace juego con todo") reza el sitio bilingüe de la primera mandataria. "Estamos ante un modus operandi de carácter global, que no sólo lesiona severamente las soberanías nacionales interfiriendo y coaccionando el funcionamiento de los distintos poderes de los Estados, sino que genera operaciones políticas internacionales de cualquier tipo, forma y color", acota.
De regreso en su país, la Presidenta denunció más "agresiones y atentados contra la soberanía popular" por medio de "formas más sutiles de intervención foránea en las democracias" sudamericanas, durante un acto en la Casa Rosada en el que descubrió dos retratos de Néstor Kirchner y de Hugo Chávez.
El destino ruso de su periplo íbero-eslavo debió gravitar al momento de atar cabos, pues fue en la Rusia zarista donde se difundió la primera conspiración sionista destinada a justificar los linchamientos multitudinarios y el expolio de bienes -conocidos como pogroms- que sufrían los judíos hacia 1902. Y fue en la Rusia soviética donde se desarrollaron los tres juicios de Moscú (1936-1938), que condenaron a muerte a miembros del Partido Comunista, forzados a declarar su falsa participación en distintas conjuras.
En Los protocolos de los sabios de Sion del período zarista, se advertía sobre la confabulación sionista para adueñarse del mundo. Esa historia fue completada con el Plan Andinia, un supuesto complot para desmembrar la Patagonia, creando allí un nuevo estado judío. El padre de nuestro actual canciller fue interrogado en prisión por los militares acerca de ese absurdo plan. Ahora es el hijo de don Jacobo Timerman quien emula a los uniformados rastreando otra conspiración parecida. ¿Síndrome de Estocolmo?
No es la primera vez que la presidenta argentina recurre a una teoría conspirativa para victimizarse ante conflictos institucionales o movilizaciones populares que pudiesen debilitar su poder. Desde los "golpes de Estado" a los "golpes de mercado", pasando por los golpes mediáticos, judiciales o financieros, el kirchnerismo siempre recurre a la figura de los intentos "destituyentes" para inculpar a sus opositores, y no pocas veces valiéndose del abuso de la cadena nacional y hasta apuntando, con nombre y apellido, contra empresarios o periodistas que hubieran cometido el pecado de cuestionar las políticas del gobierno nacional.
Teorías conspirativas hay muchas y la mayoría son inofensivas. Desde los extraterrestres de Roswell al Santo Grial de El código Da Vinci, pasando por la maldición de Tutankhamon y las profecías de Nostradamus.
Pero cuando son lanzadas desde el poder, tienen un carácter político, bien concreto, práctico y operativo. Las verdaderas democracias no utilizan esas técnicas rudimentarias para dominar a la sociedad, pues, por definición, respetan las instituciones, la libertad de expresión y los derechos de las minorías como forma de convivencia y fórmula de progreso con inclusión.
Las teorías conspirativas se invocan para justificar un control total sobre todas las formas de vida social, sin división de poderes, alternancia o contrapesos. En el régimen totalitario, se exalta la figura de un personaje con poder ilimitado, que utiliza la propaganda oficial en su provecho y considera a la Constitución Nacional como una herramienta reaccionaria para frenar la voluntad popular. Todos los actos de gobierno son magnificencias de la primera magistratura. Debajo de cualquier cartel o spot publicitario debe aclararse que quien entrega, construye, provee o regala es la "Presidencia de la Nación". Sin ningún rubor, pues en las emergencias, se requiere la suma del poder público para defender a la Patria.
Las supuestas conspiraciones han servido para acrecentar su poder tanto a gobiernos de derecha como de izquierda. Fueron modelos del primer grupo Francisco Franco, Adolfo Hitler, Benito Mussolini y varios dictadores latinoamericanos. También usaron el mismo instrumento José Stalin, autor de los juicios de Moscú; Fidel Castro, padre del "paredón", o Hugo Chavez, su discípulo de menor cuantía.
La teoría conspirativa, en su versión populista, tiene un anverso y un reverso. En lo interno, se exalta el ser nacional hasta convertir la argentinidad en paradigma de la perfección universal. Somos un país con buena gente, esforzada, honesta y trabajadora. Somos un país que merece feriados innumerables, fútbol para todos, subsidios sin límites, empleos militantes, jubilaciones sin aportes, alumnos sin aplazos y hasta delincuentes sin castigo, porque también son buena gente.
Según la teoría conspirativa, nuestras desgracias se originan en una confabulación internacional en la que confluyen tres enemigos del ser nacional: uno exterior, uno interior y otro anterior.
El enemigo exterior es el mundo occidental, donde existe división de poderes y libertad de prensa. En particular, donde esas instituciones funcionan con mayor perfección: el mundo anglosajón. Allí están el juez Griesa y los fondos buitre, y allí estuvieron Spruille Braden y el vizconde Runciman, el destino manifiesto de Monroe y el gran garrote de Teddy Roosevelt, los mineros de Rivadavia y las maestras de Sarmiento.
El enemigo interior es el peor de todos, pues traiciona a su patria. Es el famoso "cipayo" o "vendepatria". En una interpretación posmoderna, compatible con los cargos y sueldos de La Cámpora, son "cipayos" quienes no comulgan con el "modelo", quienes marchan por la muerte del fiscal Alberto Nisman, denuncian la corrupción y apoyan la independencia de la Justicia.
El kirchnerismo también ha reinventado la definición del "enemigo anterior". La generación del 80, según la teoría conspirativa, malversó la independencia integrándonos al imperio británico, primero, y al estadounidense, más tarde. No hubo entonces una revolución educativa, ni ferrocarriles, ni caminos, ni puertos, ni oportunidades para millones de inmigrantes. Para el kirchnerismo, el cónclave conspirativo incluye a los militares y civiles de la última dictadura, a los radicales "gorilas", a los menemistas privatizadores y hasta a los propios kirchneristas expulsados luego de la muerte de Néstor Kirchner.
Si quedan dudas respecto de quiénes nos han conducido por el mal camino desde 1810 hasta la fecha, el relato oficial pretende persuadirnos, a través del multimedios kirchnerista, de que en las raíces de nuestra historia hay un destino común que nos enlaza con la República Islámica de Irán, la Federación Rusa, la República Popular de China, la República Socialista de Vietnam, la República Bolivariana de Venezuela y la República de Cuba, cuyos sistemas político institucionales no admitirían jamás complots, confabulaciones o conspiraciones.
Nada nuevo bajo el sol. Recurrir a conspiraciones es una maniobra torpe y remanida de populismo autoritario. Fundar acciones de gobierno en un holismo improvisado es una actitud adolescente para ampliar la grieta que este gobierno, desde hace 12 años, se ha empeñado en abrir entre los argentinos. Para tener Patria, se requiere diálogo y respeto por las instituciones, no falsas teorías para encubrir dolorosas realidades.
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lunes, 11 de mayo de 2015
Conspiraciones: cuando todo tiene que ver con todo
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