Por Fernando Gutierrez - iProfesional.com
La Presidenta
siente "ingratitud" de quienes se manifiestan en contra de la administración
kirchnerista, tras beneficiarse con el boom consumista y el dólar barato.
Analistas creen que el oficialismo sembró una peligrosa enemistad, difícil de
revertir, y hablan de claroscuros del relato
La tempestuosa relación entre Cristina Kirchner y la clase media argentina no comenzó con el "cacerolazo" organizado desde las redes sociales.Por el contrario, estos desencuentros vienen de larga data, con varios episodios que evidencian el mutuo recelo.
La mejor muestra de esta controversia está en los discursos de la Presidenta: varias veces a lo largo de sus casi cinco años de mandato se ha jactado de cómo el "modelo K" ha recuperado para el país el valor de la "movilidad social ascendente".
Pero, al mismo tiempo que ponderó esa característica como una recuperación de las más preciadas tradiciones argentinas, también se quejó por la ingratitud que demuestran los "clase media" ya que, en su visión, una vez que escalan posiciones se olvidan que lo hicieron gracias a la ayuda del Estado.
Las alusiones al respecto comenzaron en el arranque de su gestión, con el recordado conflicto por las retenciones a la exportación de soja. En aquella oportunidad, la jefa de Estado había calificado como "piquetes de la abundancia" a las manifestaciones del sector rural que se quejaban del agobio tributario.
Luego, buscó recomponer su relación, evitando recriminaciones. Y, gracias a un cambio de "relato", con el que comenzó a hacer foco en "industrializar la ruralidad", pudo recuperar su imagen y obtener luego un amplio respaldo electoral en los comicios de 2011.
En cuanto a las clases medias urbanas, los reproches han sido la norma. Como cuando, en un acto ante la juventud kirchnerista en el Luna Park, hace dos años, dijo: "Le quiero hablar a la clase media, tan volátil, que muchas veces no entiende y que cree que separándose de los morochos laburantes le va a ir mejor".
En ese momento, la economía crecía al 8% y se repetía hasta el hartazgo el concepto de "boom de consumo", que hacía explotar las ventas de autos, electrodomésticos, viajes. Pero las críticas a las que respondía la Presidenta tenían que ver con los gastos en planes de ayuda social dirigidos a sectores de bajos ingresos.
Luego, en 2011, la Cristina aprovechó la situación de protestas por la enseñanza universitaria gratuita en Chile, para argumentar cómo las facilidades que daba el Estado en la Argentina no siempre eran valoradas. Recordó que quienes cuestionan el afán estatista e intervencionista pertenecen, paradójicamente, a "un sector que pudo acceder a la educación gratuita".
Efecto boomerang: sin caja para "bancar" el modelo
Los sociólogos suelen decir que, más allá de la discusión sobre el nivel de ingresos a partir del cual se pasa a ser un "clase media", existen parámetros que están más vinculados con lo cultural que con lo meramente económico.
Y que, desde ese punto de vista, la Argentina nunca dejó de ser un país predominantemente de clase media, porque este sector es el que encarna el aspiracional de progreso. No extraña, entonces, que cuando en las encuestas se le pregunta a la gente a qué sector social pertenece, nueve de cada diez responden que se sienten parte de este segmento. Y lo cierto es que durante la gestión kirchnerista se incorporaron muchas personas a esta franja socioeconómica.
Una investigación de iProfesional.com -basada en estudios del experto Guillermo Oliveto y en cifras de ingreso salarial del Indec- dio como conclusión que dos millones de argentinos lograron incorporarse en un período de cinco años. En particular, muchos asalariados regidos por convenio que obtuvieron-por la mayor presión sindical- aumentos de sueldos muy por encima de la inflación durante varios períodos.
Este fenómeno social, del que diera cuenta este medio, fue conocido por analistas como el de la irrupción de la "nueva clase media trabajadora".
En términos de ingresos, desde camioneros a operarios de un sinfín de industrias hoy por hoy ganan más que empleados administrativos, bancarios o docentes, históricos referentes de este segmento. Este profundo cambio, que en su momento redituó a favor de los intereses electorales, ahora parece volverse en contra del Gobierno. Es que la economía se quedó sin caja para sostener esa movilidad social ascendente.
Una prueba de ello lo da que el Ejecutivo no pudo acompañar hasta el día de hoy las últimas subas salariales con una actualización del piso en el Impuesto a las Ganancias. Incluso, como "gesto" al sindicalismo cercano a la Rosada se anunciará un alivio recién a dos meses de que concluya el año, pero éste no será retroactivo.
Al decir del politólogo Jorge Giacobbe, "el Gobierno tomó la decisión de que la etapa de redistribución del ingreso vía aumentos salariales había llegado a su fin".
Claro está que este faltante de caja -en un modelo económico que fuera pensado para funcionar en abundancia y no con escasez de recursos- también hizo que la "clase media típica", acostumbrada a ahorrar en billetes verdes, se le volviera en contra. No es para menos, luego de tantos años en los que el dólar barato y el "déme dos" hicieron que vivieran una "fantasía" difícil de sostener en el tiempo.
Así las cosas, el kirchnerismo comenzó a sentir en carne propia que todos los otrora beneficiados por su política "blanda", ahora no sólo no se muestran agradecidos sino que se han erigido como furibundos opositores. En cierto punto, lo que queda en evidencia para varios analistas es que, en años previos hubo -de la clase media para con el Gobierno- un "romance de billetera", más que un romance con el modelo y los lineamientos de fondo que éste plantea.
Los "ingratos", según Cristina
"Aquellos que son de clase media o media alta tienen que entender que otros también tienen derecho a ser de clase media y, por qué no, de clase alta", sentenció la Presidenta, en un discurso post-cacerolazo, y dijo que algunos tienen "desprecio hacia determinados sectores sociales". ¿Tiene razón Cristina Kirchner en enojarse por lo que ella siente como una "ingratitud" de personas que salen a expresar su descontento?
Para empezar, no puede dejar de señalarse que, objetivamente, muchas políticas oficiales, con su fuerte impronta de aliento al consumo, han beneficiado a la clase media por encima de cualquier otro sector.
En particular, el retraso del tipo de cambio, que facilita la compra de productos tecnológicos importados y los viajes al exterior.
El otro clásico de las políticas pro-consumo es el fuerte retraso en las tarifas de los servicios públicos, con subsidios que se comen la cuarta parte del presupuesto. Y que, contradiciendo el discurso oficial, benefician más a la clase media-alta que a los sectores de bajos ingresos, que no tienen acceso a la red de gas por cañería y deben pagar la garrafa a su verdadero precio.
"El kirchnerismo no había sido un castigo para la clase media. Recién ahora, porque se le ha ido acabando el dinero, ha lanzado regulaciones que la perjudican", observa Marcos Novaro, director del Centro de Investigaciones Políticas. Lo que señalan los analistas es la paradoja de un modelo donde, después de haber facilitado el acceso al consumo, se ponen trabas para morigerarlo. Su expresión más visible es el cepo al dólar y los controles que dificultan el turismo.
Y sostienen que el escenario actual es resultado inevitable del populismo: cuando la "caja" empieza a tocar fondo, se terminan tomando medidas antipáticas y el relato se hace más difícil de sostener.
"Ahora, lo que la clase media siente no es que la benefician, sino que el Gobierno nos da y quita a voluntad y que todos estamos sometidos a su arbitrio", agrega Novaro.
En la misma línea, el economista Gustavo Lazzari, de la Fundación Libertad y Progreso, afirma: "El error del Gobierno es no entender que la gente que salió a manifestar no se siente agradecida. No cree que haya progresado gracias al Estado sino, más bien, a pesar del Estado. Porque ve mucho más claro el efecto de la inflación que el de los subsidios a las tarifas".
Construyendo el enemigo
En un contexto confuso, los analistas intentan desentrañar el por qué de la reacción kirchnerista tras las cacerolas. Esto es, el haber ampliado el radio de sus críticas y dirigirlas a una gran cantidad de gente de clase media ("los bien vestidos", "los que no pisan el césped", "los que viajan a Miami") en lugar de acotar el problema a un grupo de manifestantes, sí de ese segmento pero no representativos del total. Es decir, de esos "nueve de cada diez" que dicen pertenecer.
Para Diego Dillenberger, experto en comunicación política, el kirchnerismo comete el error de alejarse de la postura histórica del peronismo. "Está eligiendo un discurso con una retórica de lucha de clases, típica de la izquierda marxista de los años '70, que desdeña a los sectores medios por pequeños burgueses. Es algo que en la sociedad argentina cae mal y que hasta se aleja del mensaje pluriclasista del peronismo".
Agrega Dillenberger que, tal como ya le ocurrió en el conflicto con el campo, el kirchnerismo construye un enemigo imaginario: "Antes creían ver la conspiración de una oligarquía vacuna que hace décadas no existe y que fue reemplazada por los pooles de siembra. Y ahora creen ver a los movimientos sociales que antiguamente promovían los golpes de Estado".
En cambio, Lazzari opina que la respuesta oficial a la manifestación obedece a una situación mucho más simple: la necesidad de dar un rápido mensaje a la militancia kirchnerista: "Fue una reacción zigzagueante. Primero el silencio, luego el tono conciliador y finalmente el discurso agresivo de Abal Medina. Me dejó la sensación de que estaba dirigido más a la propia tropa que a otros".
Y agrega: "Para un Gobierno populista, el ver que otro ganó la calle es un golpe duro, y tenían que dar una explicación a sus militantes".
Lo cierto es que los analistas ven, en la reacción kirchnerista, el riesgo de un boomerang. Para la influyente ensayista Beatriz Sarlo, la estigmatización de los manifestantes como gente que sólo se moviliza por los dólares puede resultar irritante. "Es la versión simétrica a la de quienes afirman que los asistentes a manifestaciones kirchneristas van por el plan y por el choripán. Si esa frase es repudiable en el caso de los sectores populares, es igualmente repudiable cuando los que salen a la calle son los ciudadanos que no viven en Soldati", afirma Sarlo.
El relato, cada vez más difícil de articular
En todo caso, lo que parece claro es que la marcha de los caceroleros marcó un punto de inflexión y que, dependiendo de cuál sea el diagnóstico que haga el Gobierno, se jugará gran parte del futuro político.
Para Julio Burdman, director de la consultora Analytica, "Los caceroleros tenían consignas económicas, que aunque hayan sido expresadas en forma cotidiana -como ‘libertad de movimiento', en alusión al cepo al dólar- expresan algo distinto", argumenta Burdman.
El analista vislumbra la irrupción de "un votante ‘noventista' que no se siente representado".
Por lo pronto, el momento es extraño y contradictorio. El mismo Gobierno que tildó a los manifestantes de "estar más preocupados por viajar a Miami que por lo que sucede en San Juan" enarbola un discurso de defensa del dólar barato y ataca a los partidarios del "club de la devaluación".
Es ilustrativo al respecto el análisis de Ricardo Forster, uno de los referentes de los intelectuales K que se nuclean en el grupo Carta Abierta: "Es un sector regresivo de la sociedad que apunta a la devaluación, trabaja sobre la fetichización del dólar y la lógica del miedo".
No deja de ser curioso y hasta irónico el hecho de que los hacedores del discurso oficial asimilen como una política nacional y popular al atraso cambiario, con argumentos similares a los que usaban José Martínez de Hoz en los años '70 y Domingo Cavallo en la década del ´90. Se hace cada vez más difícil articular "el relato". Uno de los grandes riesgos para los funcionarios es, en sus propias conductas personales, evidenciar contradicciones a cada rato.
Como le había ocurrido a Aníbal Fernández, que durante la "batalla cultural contra la dolarización", se enojaba cuando le pedían explicaciones de por qué tenía un plazo fijo en dólares. O como cuando el canciller Héctor Timerman se sintió obligado a trasladar la fiesta de casamiento de su hija, originalmente planeada en Punta del Este, justo en plena ola de restricciones al turismo externo. Y lo mismo ocurrió con Julio Pereyra, el intendente de Florencio Varela que, ante la ola de críticas, debió anticipar su regreso desde Miami, donde había llevado a su hijo como regalo de cumpleaños. Son los claroscuros del "modelo". A fin de cuentas, los funcionarios kirchneristas son típicos exponentes de la clase media y alta, si se observan sus patrimonios. Expresan, aun a su pesar, las más arraigadas costumbres argentinas, como lo es su gustito por la "plata dulce".
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