Por Karlos Pérez de Armiño y Néstor Zabala
Habitualmente, escuchamos nombrar estas palabras, dediquemosles unos segundos para entenderlas mejor.
Es el tipo de agricultura caracterizado por su inocuidad medioambiental y la preservación de los recursos naturales, la utilización de recursos renovables locales y tecnologías apropiadas y baratas, una mínima compra de insumos externos y, consiguientemente, un alto grado de autosficiencia local.
La agricultura sostenible viene siendo objeto de estudio académico desde los años 70, como respuesta a los problemas socioeconómicos y medioambientales generados por la agricultura intensiva en capital promovida por la revolución verde. La importancia que ha cobrado a nivel internacional es consecuencia en buena medida del llamado Informe Brundtland, publicado en 1986 por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, que popularizó el concepto de desarrollo sostenible, en cuyo marco se inscribe este enfoque agrícola.
Posteriormente, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992 con la asistencia de la mayoría de los Estados, enfatizó la importancia de la agricultura sostenible de cara a incrementar la producción de forma sostenible, preservar los recursos medioambientales, generar ingresos que alivien la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria. Algunas herramientas contempladas como necesarias para su promoción son el desarrollo de tecnologías apropiadas y nuevas; la reforma agraria, que facilite el acceso a los recursos productivos a los vulnerables; la educación y participación de la población rural; la mejora de la gestión de los recursos, y la cooperación internacional.
Estas conclusiones de los Estados fueron consideradas insuficientes por parte de los movimientos sociales y algunos círculos académicos. Por ello, las ONG aprobaron paralelamente a la Conferencia un Tradado sobre la Agricultura Sostenible, en el que se nos ofrece una definición más precisa de la misma:
– Es ecológicamente adecuada, económicamente viable, socialmente justa, culturalmente apropiada y basada en un enfoque científico holístico.
– Produce una amplia gama de alimentos de alta calidad, así como fibras y medicinas, preservando la biodiversidad.
– Utiliza métodos que mantienen la fertilidad y calidad del suelo, preserva la pureza del agua, recicla los recursos naturales y ahorra energía.
– Emplea recursos renovables, localmente disponibles, así como tecnologías apropiadas, de bajo coste y sufragables por la población. De esta forma, se minimiza la compra de insumos externos producidos por la industria (fertilizantes, semillas, pesticidas, maquinaria, etc.), con lo que se consigue un alto grado de autosuficiencia local.
– Es intensiva en mano de obra, por lo que proporciona más empleo que la agricultura mecanizada intensiva en capital, permitiendo que más personas puedan permanecer trabajando la tierra.
– Se orienta al objetivo de asegurarles a los campesinos unos ingresos estables en el tiempo, unos sistemas de sustento sostenibles, con capacidad de ajustarse a los cambios que puedan producirse, más que a la meta de optimizar la productividad y beneficios a corto plazo.
– Respeta y toma como punto de partida el conocimiento de la población rural, su sabiduría y técnicas tradicionales, de modo que se pretende que la ciencia moderna sirva para reforzarlas más que para sustituirlas (Eade y Williams, 1995:519).
Este tipo de agricultura choca con el modelo agrícola técnicamente avanzado impulsado por la modernización desde los años 50, por la revolución verde en los 60 y 70, y por las prácticas recientes basadas en la biotecnología y los cultivos transgénicos. Estas formas de agricultura utilizan técnicas e insumos diseñados en laboratorios sin tener en cuenta los conocimientos de la población rural y las condiciones específicas de cada lugar, requieren un alto consumo de insumos comprados fuera de la comunidad que son caros y lesivos para el medio ambiente, buscan incrementar los rendimientos más que la sostenibilidad medioambiental, se orientan a la venta en el mercado en vez de al autoconsumo familiar, y habitualmente se realizan en monocultivos a gran escala, que plantean problemas ecológicos (erosión, pérdida de fertilidad de la tierra, propensión a plagas, etc.).
Por el contrario, la agricultura sostenible se basa en el refuerzo y mejora de la agricultura tradicional que han practicado durante siglos los pequeños campesinos. Esta agricultura tradicional, aunque históricamente menospreciada como atrasada e ineficiente, ha sido revalorizada desde los años 70 mediante estudios que han demostrado sus cualidades: se trata de sistemas de sustento complejos que combinan diferentes actividades complementarias a escala familiar, con sistemas y técnicas baratos muy adaptados a las condiciones ecológicas locales, y que se orientan a la sostenibilidad medioambiental y social a largo plazo.
Frecuentemente a este enfoque se le denomina Agricultura Sostenible Baja en Recursos Externos, LEISA (Low-External-Input and Sustainable Agriculture). En lugar de en los monocultivos, se basa en la combinación de diferentes cultivos y variedades adaptados a los microclimas específicos. Se trata, en concreto, de la rotación de cultivos con diferentes necesidades nutricionales y exigencias de trabajo estacional que se plantan de forma rotativa en una parcela, y del intercalado de cultivos, dos o más, que se plantan en una misma parcela en surcos alternos o mezclando las semillas.
Estas prácticas permiten maximizar el uso de la tierra, al disponer de cultivos de crecimiento rápido junto a otros que requieren más tiempo, y al aprovechar las necesidades complementarias de nutrientes de las diversas plantas (algunas, por ejemplo, contribuyen a fijar en la tierra el nitrógeno que otras precisan). Estas prácticas también contribuyen a repartir a lo largo del año la producción de alimentos y los ingresos, así como el trabajo. Del mismo modo, contribuye a reducir el riesgo de plagas (mayor en los monocultivos) y el crecimiento de malas hierbas (que merman la productividad de los cultivos). Por último, permiten un mejor uso de la luz, al plantar cultivos que hacen sombra a otros que requieren menor luminosidad.
Otras prácticas que mejoran la productividad y contribuyen a preservar la fertilidad del suelo son, por ejemplo, el barbecho, o períodos de descanso de los campos cada varios años, y la utilización de fertilizantes orgánicos como los excrementos de la ganadería, el compost o los desechos vegetales. También se encuadran en este enfoque la agroforestería, que combina la explotación agrícola con la de los recursos del bosque, así como la integración entre agricultura y ganadería, preferentemente con especies animales y de plantas locales.
Dentro del enfoque de la agricultura sostenible se ha desarrollado el denominado Manejo Integral de Plagas, consistente en la combinación de una serie de recursos biológicos baratos para controlar y espantar las especies perjudiciales (insectos, roedores, hongos, etc.) sin perjudicar a las que resultan beneficiosas (algunos pájaros o insectos) ni contaminar, como sí hacen sin embargo los pesticidas químicos. Este sistema se basa, por ejemplo, en la mencionada diversificación de cultivos, la utilización de semillas tradicionales (generalmente más resistentes a las enfermedades que las semillas mejoradas) y los pesticidas hechos con plantas locales.
La agricultura sostenible es defendida hoy por multiples instancias tanto en el Norte como en el Sur, por ejemplo: ONG como Oxfam, ActionAid y otras muchas que la han integrado en sus proyectos de desarrollo; organizaciones como La Vía Campesina, una red de organizaciones de campesinos tanto de países desarrollados como en vías de desarrollo, y centros de investigación e información, como el International Institute for Environment and Development (IIED) de Londres, que cuenta con un Programa de Agricultura Sostenible y Sistemas de Sustento Rurales, o el Centre for Information on Low-External-Input and Sustainable Agriculture (ILEIA), de los Países Bajos, con publicaciones especializadas como el ILEIA Newsletter. N. Z. y K. P.
Fuente: http://dicc.hegoa.efaber.net/listar/mostrar/7
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