Pintado sin estrenar. Uno de los
nuevos trenes de la línea Sarmiento, que aún no presta servicio, fue
atacado el domingo pasado en Puerto Madero; la Prefectura atrapó a un
menor.
Están pero no se ven. No se ven porque actúan
como profesionales, por más que se ganen la vida como oficinistas,
publicitarios, diseñadores gráficos, estudiantes de Ingeniería, Dj’s de
discotecas muy concurridas o animadores de fiestas infantiles. Hay de
todo entre los grafiteros. Algunos son de la generación Ni-Ni (Ni estudia, ni trabaja), y son mantenidos por sus padres.
O no se ven, tampoco, porque toman recaudos: si van en auto lo estacionan a varias cuadras, para que no quede registrado en las cámaras. Utilizan guantes que tiran después de pintar para que no haya marcas en sus manos. Con los pasamontañas hacen lo mismo. En una mochila, además del carlitos , para cortar candados, llevan otro pantalón y otra campera que se cambian después de pintar, para que no los reconozcan. O van con amigas. Pintan y se van caminando de la mano, como si fueran pareja, para que nadie desconfíe. Algunos, los menos, llevan cuchillos. “Es por si algún ‘mulo’ se quiere zarpar. Porque siempre son más que nosotros. Hasta hubo casos de colegas heridos de bala o policías que te roban la cámara y la billetera”, dice uno de los grafiteros que acepta hablar con Clarín a cambio de anonimato.
“Mulos” les dicen a los guardias de los subtes.
Están, y no se ven, porque todos utilizan su pseudónimo. Y porque las fotos de subtes o trenes no se suben a Facebook para que nadie tenga pruebas contra ellos.
La comunidad de grafiteros de Buenos Aires es muy cerrada, y anónima. Muchos no se conocen la cara entre ellos, o ni siquiera tienen redes sociales donde difundan sus pintadas en paredes, carteles o persianas. “La mejor forma de hacerse ver es pintando. Hay algún que otro ‘farandulero’, pero los verdaderos grafiteros no le comentan ni a sus familias o amigos que tienen otra vida”, cuenta otro.
Esta última semana se volvió a hablar de ellos. Fue a partir de dos pintadas en una de las nuevas formaciones de la Línea Sarmiento.
Florencio Randazzo, Ministro del Interior y Transporte, declaró, refiriéndose a la detención de un menor de 17 años, que “el Estado nacional accionará judicialmente por daños y perjuicios contra los padres”. El menor, que tuvo que ser retirado por sus familiares de un instituto de menores, como se dice en la jerga, había “salido de trought it up”: hacer pintadas rápidas, a dos colores. “No hizo algo de buena calidad y lo agarraron por amateur”, le dice un colega a Clarín. “No es respetado en el ambiente; hay trabajos más complejos, y con más colores, con movidas más grosas que entrar a pintar ahí”. Y nombra trenes holandeses pintados en Martín Coronado o a grafiteros que viajaron a Uruguay en 2011 a pintar un tren doble piso, de larga distancia. Por ese caso hubo allanamientos. Buscaban a un grafitero conocido como Iner, pero nunca lo encontraron.
Esta misma semana, ellos también hablaron de Randazzo en blogs o mails internos: “Lo que remarcábamos era la hipocresía del tipo (por el Ministro). Hace semejante quilombo y después sus pintadas políticas violan la propiedad privada de inmuebles y pintan arriba de murales”, le comentó otro grafitero a Clarín.
Uno de los precursores del grafiti porteño es conocido en el ambiente como “Zear”. Hoy vive y tiene su comercio de ropa en El Jagüel, pero se crió pintando en barriadas humildes de Estados Unidos. Otro muy respetado es “Tito”, y se ganó el reconocimiento por haber viajado a pintar subtes de Francia. “Porno 14” es uno de los “más plaga” de Buenos Aires. Así se les dice a los que más subtes pintan. En estos momentos, la “crew” (grupos de grafiteros) más nombrada en Buenos Aires es la ILS. Hace unos meses regresaron de pintar en Polonia, Italia y Francia, entro otros países de Europa. En hechos locales, Goth hizo algo que nadie hizo: pintar en un edificio a metros del Obelisco.
Las crews argentinas viajan, pero también reciben en sus casas grafiteros extranjeros. “Los que más vienen son de Chile y Brasil ”, cuenta un grafitero de Belgrano. El 19 de abril, dos europeos fueron detenidos por pintar un tren de la Línea E. El francés fue identificado como Jean Brieuc Vezier y el alemán, David Haderhölz.
“Me llegué a subir a trenes en los que nunca había viajado, y bajé en estaciones que no conocía para pintar en zonas a las que solo iría a eso. O voy directamente a paredes que vi al pasar en colectivo o auto. Es como que lo tengo incorporado: prestar atención a qué puedo pintar y anoto direcciones en el celular. Es un estilo de vida. Por eso no lo hacemos con cualquiera. Tiene que haber conexión con quién pintás, una sincronía”, dice uno de ellos.
Las crews tienen lugares donde paran. Se le dice “ranchada”: allí pasan el tiempo o hablan de paredes que pintarán en las noches siguientes. En el ambiente se habla de una pelea grande en el barrio de Chacarita, y lo común es que algunas crews se reconozcan en discotecas y haya incidentes a la salida. Cuando no se encuentran con rivales, salen un rato antes. Y van por sus aerosoles. Mientras la ciudad duerme, o se divierte en las últimas horas del boliche, ellos salen a pintar. Por eso, es una de las tantas razones por las que casi nadie los ve.
O no se ven, tampoco, porque toman recaudos: si van en auto lo estacionan a varias cuadras, para que no quede registrado en las cámaras. Utilizan guantes que tiran después de pintar para que no haya marcas en sus manos. Con los pasamontañas hacen lo mismo. En una mochila, además del carlitos , para cortar candados, llevan otro pantalón y otra campera que se cambian después de pintar, para que no los reconozcan. O van con amigas. Pintan y se van caminando de la mano, como si fueran pareja, para que nadie desconfíe. Algunos, los menos, llevan cuchillos. “Es por si algún ‘mulo’ se quiere zarpar. Porque siempre son más que nosotros. Hasta hubo casos de colegas heridos de bala o policías que te roban la cámara y la billetera”, dice uno de los grafiteros que acepta hablar con Clarín a cambio de anonimato.
“Mulos” les dicen a los guardias de los subtes.
Están, y no se ven, porque todos utilizan su pseudónimo. Y porque las fotos de subtes o trenes no se suben a Facebook para que nadie tenga pruebas contra ellos.
La comunidad de grafiteros de Buenos Aires es muy cerrada, y anónima. Muchos no se conocen la cara entre ellos, o ni siquiera tienen redes sociales donde difundan sus pintadas en paredes, carteles o persianas. “La mejor forma de hacerse ver es pintando. Hay algún que otro ‘farandulero’, pero los verdaderos grafiteros no le comentan ni a sus familias o amigos que tienen otra vida”, cuenta otro.
Esta última semana se volvió a hablar de ellos. Fue a partir de dos pintadas en una de las nuevas formaciones de la Línea Sarmiento.
Florencio Randazzo, Ministro del Interior y Transporte, declaró, refiriéndose a la detención de un menor de 17 años, que “el Estado nacional accionará judicialmente por daños y perjuicios contra los padres”. El menor, que tuvo que ser retirado por sus familiares de un instituto de menores, como se dice en la jerga, había “salido de trought it up”: hacer pintadas rápidas, a dos colores. “No hizo algo de buena calidad y lo agarraron por amateur”, le dice un colega a Clarín. “No es respetado en el ambiente; hay trabajos más complejos, y con más colores, con movidas más grosas que entrar a pintar ahí”. Y nombra trenes holandeses pintados en Martín Coronado o a grafiteros que viajaron a Uruguay en 2011 a pintar un tren doble piso, de larga distancia. Por ese caso hubo allanamientos. Buscaban a un grafitero conocido como Iner, pero nunca lo encontraron.
Esta misma semana, ellos también hablaron de Randazzo en blogs o mails internos: “Lo que remarcábamos era la hipocresía del tipo (por el Ministro). Hace semejante quilombo y después sus pintadas políticas violan la propiedad privada de inmuebles y pintan arriba de murales”, le comentó otro grafitero a Clarín.
Uno de los precursores del grafiti porteño es conocido en el ambiente como “Zear”. Hoy vive y tiene su comercio de ropa en El Jagüel, pero se crió pintando en barriadas humildes de Estados Unidos. Otro muy respetado es “Tito”, y se ganó el reconocimiento por haber viajado a pintar subtes de Francia. “Porno 14” es uno de los “más plaga” de Buenos Aires. Así se les dice a los que más subtes pintan. En estos momentos, la “crew” (grupos de grafiteros) más nombrada en Buenos Aires es la ILS. Hace unos meses regresaron de pintar en Polonia, Italia y Francia, entro otros países de Europa. En hechos locales, Goth hizo algo que nadie hizo: pintar en un edificio a metros del Obelisco.
Las crews argentinas viajan, pero también reciben en sus casas grafiteros extranjeros. “Los que más vienen son de Chile y Brasil ”, cuenta un grafitero de Belgrano. El 19 de abril, dos europeos fueron detenidos por pintar un tren de la Línea E. El francés fue identificado como Jean Brieuc Vezier y el alemán, David Haderhölz.
“Me llegué a subir a trenes en los que nunca había viajado, y bajé en estaciones que no conocía para pintar en zonas a las que solo iría a eso. O voy directamente a paredes que vi al pasar en colectivo o auto. Es como que lo tengo incorporado: prestar atención a qué puedo pintar y anoto direcciones en el celular. Es un estilo de vida. Por eso no lo hacemos con cualquiera. Tiene que haber conexión con quién pintás, una sincronía”, dice uno de ellos.
Las crews tienen lugares donde paran. Se le dice “ranchada”: allí pasan el tiempo o hablan de paredes que pintarán en las noches siguientes. En el ambiente se habla de una pelea grande en el barrio de Chacarita, y lo común es que algunas crews se reconozcan en discotecas y haya incidentes a la salida. Cuando no se encuentran con rivales, salen un rato antes. Y van por sus aerosoles. Mientras la ciudad duerme, o se divierte en las últimas horas del boliche, ellos salen a pintar. Por eso, es una de las tantas razones por las que casi nadie los ve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios mal redactados y/o con empleo de palabras que denoten insultos y que no tienen relación con el tema no serán publicados.