Por Angeles Castro - LA NACION (Twitter: @AngiCas)
El desarrollo de obras en la vía pública suele trastornar la cotidianeidad de quienes viven o trabajan en el lugar donde se ejecutan los trabajos. A cambio, dice la premisa, una vez estrenada la nueva infraestructura los antes afectados disfrutarán de los beneficios que fundamentan los trabajos.
Esta vez, un proyecto del gobierno porteño expondrá a los vecinos del barrio de Retiro y a las 700.000 personas que a diario transitan por el centro de trasbordo a 30 meses de trastornos, plazo durante el cual se construirán dos túneles mediante los cuales se pretende ordenar la circulación de buses y autos, así como eliminar causales de demoras, en un sector que sufre frecuentes embotellamientos, especialmente en horas pico. El panorama se transforma en desolador cuando un semáforo se descompone, un colectivo queda trabado en una bocacalle o se mueve un obrador de la línea E.
Lo será aún más durante el avance de las obras anunciadas ayer. Se trata de la iniciativa más ambiciosa alguna vez ideada para reordenar la fricción existente sobre la superficie y facilitar conexiones con el mundo subterráneo en ese punto neurálgico de la ciudad.
Se prevé que, concluidas las obras, el ahorro de tiempo sea, en promedio, del 20% para autos, del 34% para colectivos y el 38% para los camiones. Y por un plazo significativamente más largo que los 30 meses de padecimiento durante las obras.
El continuo crecimiento del parque automotor tal vez haga, en el largo plazo, colapsar nuevamente la zona. Por lo pronto, en la audiencia pública del 14 de mayo, los ciudadanos tienen la oportunidad de expresar si están de acuerdo o no con la idea de trocar 30 meses de trastornos seguros por la promesa de una mejora para toda la vida..
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