Por Mariano Jaimovich-Fernando Gutiérrez - iProfesional.com
Históricamente, hablar de Argentina era referirse al “país de la carne”. Políticas desacertadas hicieron que hoy el consumo se ubique en su mínimo histórico, aun por debajo del de la crisis de 2001. El lado “B” del modelo K que se vanagloria del boom de ventas de autos y LCD
Desde el Gobierno, en cada discurso, echan mano a todo tipo de estadísticas para mostrar lo bien que le ha ido al país a lo largo de la gestión K, tanto en lo que hace a crecimiento, baja del desempleo y nivel de inversiones.
Aquellos que comulgan con el oficialismo validan, una a una, todas estas afirmaciones. Quienes se paran en la vereda de enfrente encuentran argumentos suficientes para minimizarlas, señalando que, en realidad, el repunte ha sido producto de un simple rebote tras el desplome de 2001.
Más allá de las banderas políticas, de lo bueno y de lo malo, de los aciertos y desaciertos, hay un dato de la realidad que escapa a todo tipo de posturas ideológicas.
Y es el asombroso ocaso que evidencia el consumo de carne por parte de los argentinos. De lo difícil que resulta para la clase media mantener el "asadito del domingo" en esas grandes reuniones familiares.
Hasta resulta difícil separar la palabra "Argentina" de la palabra "carne", habida cuenta del histórico vínculo que siempre existió entre ambas y de cómo el país fuera reconocido a nivel mundial por la calidad de este producto. Su consumo no entendía de clase sociales. Hasta formaba parte de la "postal cotidiana" pasar por una obra en construcción y ver cómo sus trabajadores -parrilla improvisada- disfrutaban del convite. Hoy, eso ya no sucede con tanta frecuencia.
Estadísticas que parecen de otro país
Las frías estadísticas reflejan el "ocaso" de la carne en "el país de la carne".
En la actualidad, el consumo se ubica en sus mínimos históricos, a contramano de un país que se vanagloria de haber crecido a tasas chinas. Durante los mismos años todos los actores que conforman esta actividad se han ido deteriorando.
Unos 120 frigoríficos que cerraron sus puertas, en apenas dos años, dan cuenta de ello. También muchos otros que fueron pasando a manos extranjeras.
En las ventas al mundo esta dura realidad también se ve reflejada. El "bife argentino" fue perdiendo espacio en las góndolas. A punto tal que hoy Paraguay y Uruguay exportan más que la Argentina (este último con la mitad de cabezas de ganado en sus tierras).
Paradojas del modelo "K", que muestra un nivel de consumo que ha caído, incluso, por debajo del de la crisis de 2001, a la vez que se han batido récords de venta de autos, LCD, celulares y hasta de paquetes turísticos para veranear en el Caribe.
Los defensores del sector -que hasta hablan con un dejo de nostalgia- no hacen más que repetir que cuando la ganadería estuvo en un buen momento, al país le fue bien. Y que siempre la carne argentina ha sido orgullo nacional y producto de admiración en el resto del mundo.
Esta correlación parece haber quedado muy atrás en el tiempo. Los actuales 55 kilos que, en promedio, consume cada argentino quedaron "muy flacos" si se los compara con los 75 kilos de principios de la década pasada. Y más lejos de los 90 kilos de finales de los ´80.
Incluso, el fenómeno actual es más llamativo si se tiene en cuenta que en el 2002, en el peor momento económico del país en las últimas décadas -con una desocupación alarmante del 22%- se consumía más, unos 60 kilos por habitante.
Cómo explicarlo
Los analistas consultados afirman que la caída en la ingesta no puede atribuirse a una situación de altos precios internacionales, ni a una crisis ocasionada por cuestiones climáticas. Tampoco, a un cambio alimenticio de los argentinos vinculado con la salud y el cuidado del colesterol.
Todos estos factores juegan un rol secundario y hasta marginal. No así el impacto que ha ido generando la fuerte suba en los precios de varios cortes, frente al alza de otros alimentos. Y ahí es donde los expertos plantean que la carne es el símbolo perfecto para explicar las contradicciones del "modelo K".
Las políticas intervencionistas del Gobierno, en su afán por topear precios y forzar decisiones empresarias, terminaron ocasionando consecuencias opuestas a las buscadas originalmente.
El siguiente cuadro da cuenta del alza registrada en sus valores:
Parecen lejanos los tiempos de las listas de precios "oficiales" -que ocupaban páginas enteras en los principales medios de comunicación- con el detalle de cuánto tenía que costar cada corte. Pero sus consecuencias se evidencian ahora.
"Hubo largas políticas de intervención del Gobierno con las trabas a las exportaciones, intrusión en el mercado de Liniers y en toda la cadena comercial cárnica. Eso es lo que ha generado la alarmante caída del stock", señala Ernesto Ambrosetti, economista jefe de la Sociedad Rural.
Justamente, según Ambrosetti, medidas desacertadas derivaron en que "desde 2006 a la fecha se perdieran más de 10 millones de cabezas de stock de ganado, para caer de 60 a 48 millones, producto de la desinversión que causó la intervención". En esto concuerda Juan Manuel Garzón, especialista en el sector ganadero del IERAL, de la Fundación Mediterránea: "Semejante reducción generó un fuerte encarecimiento".
Años atrás, los topes en los precios al público, cierre de exportaciones -para que los frigoríficos se vieran forzados a liquidar su ganado en el mercado interno- habían servido para "acomodar las cosas" en el corto plazo. Evidentemente, esto no se dio en el largo.
Es que el mercado suele "hacer bien los deberes" ante una mayor intervención oficial. Pero luego, con el paso del tiempo, termina ajustándose a otra realidad. Tal es así que en apenas cuatro o cinco meses (entre fines de 2009 y principios de 2010) se dio un abrupto aumento del 100% en los precios. Obviamente, hizo que la demanda se desplome. Y así fueron apareciendo sustitutos, como la carne aviar.
El eje de la crisis de la carne
Un factor que empeora la situación es el hecho de que la carne, a diferencia de lo que ocurre en otros sectores, tiene tiempos muy largos para la recuperación de la inversión.
¿Por qué? Porque existen cuestiones biológicas que impiden que se acelere la producción bovina porque, cada animal, desde que es concebido, necesita 4 años, como mínimo, para luego ser comercializado. A ello se le debe sumar la gran inversión en tiempo y dinero para infraestructura, alimentos para el ganado, campos y pasturas.
Ante las dificultades con que se fueron encontrando, "los productores han ido optando por asignar su capital a la agricultura antes que a la ganadería", sostiene Henry Lubel, economista de Claves Información Competitiva. Y agrega: "Encuentran más rentable sembrar soja que las pasturas para la crianza y engorde de los animales".
Pronóstico crudo
La propuesta de los opositores al kirchnerismo era dejar que se exporte libremente -como aliciente para que los ganaderos produzcan más- y, con lo que obtengan por los altos precios internacionales, rebajen los cortes más populares en la plaza interna.
Pero el Gobierno tuvo otra lectura de la realidad. Consideró que esa iniciativa iba a causar que los valores del ganado local se siguieran disparando, ante el temor de que las cotizaciones del exterior "contagien" a las del mercado doméstico.
Sin embargo, Ambrosetti asegura: "Cuanto más novillo se produzca para la exportación se genera más carne para consumo local. Porque de una pieza entera sólo se exporta un 15% de los cortes, el resto queda en el país. Por eso las exportaciones funcionan como un incentivo para la inversión y mejora la oferta doméstica".
Actualmente, según testimonios de referentes del sector, las ventas de carne argentina al mundo están en sus "máximos niveles de intervención". Obtener los Registros de Operaciones de Exportación (ROE) "queda a gusto y piaccere de la Secretaria de Comercio", dice una fuente. "Si el Gobierno no mejora las condiciones y mantiene su política intervencionista, los productores se dedicarán a sembrar más soja aún y el stock ganadero seguirá debajo de las 50 millones de cabezas", afirma el analista Javier Gonzalez Fraga.
Por lo pronto, la crisis en el rubro ya causó el cierre de unas 120 plantas frigoríficas y el despido de más de 12.000 empleados en los dos últimos años, según datos de la Cámara de la Industria y el Comercio de la Carne de la República Argentina (CICCRA). "De mantenerse las actuales políticas vamos a la desaparición del negocio ganadero", es el contundente pronóstico de Fraga.
No es, por cierto, la primera vez en la historia argentina en que un gobierno intenta torcer el funcionamiento de la industria cárnica. La experiencia muestra que los controles estatales han terminado mayoritariamente en fracasos, con resultados siempre opuestos a los buscados. Lo cierto es que, a juzgar por lo que opinan los expertos, el sorprendentemente bajo consumo, lejos de ser una situación pasajera, parece haber llegado para quedarse.
Así, el país que siempre se imaginó a sí mismo como el "paraíso" de la carne vacuna, debe festejar su boom de consumo de autos y LCD comiendo pollo u otros sustitutos.
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viernes, 9 de marzo de 2012
El “ocaso” del bife argentino: la carne y cómo ese “viejo” orgullo nacional pasó del esplendor a su peor momento
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