Por Roberto R. Casas * - Para LA NACION
El 7 de julio se conmemora en todo el territorio de la Nación el Día de la Conservación del Suelo, fecha instituida por decreto del Poder Ejecutivo Nacional N° 1574 de 1963, firmado por el entonces presidente Arturo Illia. Este decreto nace por propuesta del INTA y la fecha elegida constituye un homenaje al doctor Hugh Bennett, pionero en la lucha contra la erosión de los suelos en distintas regiones del planeta y creador del Servicio de Conservación de Suelos de los Estados Unidos.
Vale la pena recordar los fundamentos del mencionado decreto al expresar que "el suelo agrícola configura el soporte más sólido de la economía argentina así como de su expansión futura y que consecuentemente la conservación de nuestro recurso natural básico es imprescindible para garantizar el bienestar de todos los habitantes de la Nación". Si bien durante todos estos años se han logrado avances importantes en conservación de suelos por parte de organismos nacionales, instituciones del sector de ciencia y técnica, provincias, asociaciones de productores y organismos no gubernamentales, el problema es de tal magnitud que esas acciones no han sido suficientes para detener los procesos de degradación de suelos y desertificación.
Los procesos de erosión hídrica y eólica afectan unos 60 millones de hectáreas, lo cual equivale al 20 por ciento del territorio nacional. Por su parte, las regiones áridas y semiáridas (cubren un 75 por ciento del país) presentan un 60 por ciento de desertificación moderada a severa y un 10 por ciento de desertificación grave. Estos procesos se ven agravados en las regiones semiáridas y áridas por las sequías que las vienen afectando en los últimos años y particularmente desde el año pasado, lo cual ha incrementado los procesos de erosión y desertificación.
La falta de lluvias determina un proceso generalizado de sobrepastoreo y denudación del suelo, con incremento de la erosión eólica e hídrica, que en muchos casos deja expuestos "pavimentos de erosión", constituidos por pedregosidad en la superficie del suelo. Asimismo, en suelos medanosos como en algunos sectores de las provincias de La Pampa y San Luis se observan algunos focos de erosión, con presencia de médanos activos invadiendo tierras cultivadas y pastizales.
En las zonas agrícolas húmedas, si bien la siembra directa ha contribuido en buena medida a controlar el proceso erosivo, se debe consignar el abandono de la rotación de cultivos como modelo productivo, con consecuencias negativas en el balance de materia orgánica, la fertilidad y la eficiencia hídrica. La situación descripta sobre la degradación de la salud de los suelos de algunas regiones importa por la pérdida de un capital de importancia estratégica para la Nación, pero más aún por el compromiso moral de un país naturalmente privilegiado como productor y proveedor de alimentos para el mundo. Según un informe reciente de la FAO, hay 1020 millones de personas subnutridas, lo cual representa un 15 por ciento de la población total.
Este panorama se agravará seguramente teniendo en cuenta el crecimiento de la población mundial, que pasará de los 6 mil millones actuales a 9 mil millones a mediados del siglo presente, con el mayor incremento en los países más pobres. Frente a esta realidad, se impone el deber de conservar los suelos argentinos y generar políticas de largo plazo tendientes a preservar su calidad y salud. Ello incluye contar con un programa nacional de conservación de suelos que promueva la investigación, capacitación y educación; que integre a instituciones del sector público y privado. Esto debería complementarse con una ley nacional que sirva de estímulo a los muchos productores que trabajan adecuadamente el suelo y a los que quieran sumarse a esta tarea.
(*)El autor es director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA
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