Una tragedia imprevista y súbita cayó ayer sobre los argentinos. La única hipótesis que en estas horas quedó en pie entre civiles y uniformados con poder es que 44 argentinos perdieron la vida. El submarino San Juan sufrió una explosión (presumiblemente en una de sus baterías) y un accidente de esa naturaleza en las profundidades del mar no tiene remedio. La pregunta sin respuesta que ayer se formulaban en el Gobierno era cómo y cuándo se daría por concluida la misión de encontrarlos. ¿Podrían rescatar los cuerpos? Y si no, ¿cuál es el protocolo que deberá seguirse? Nadie podía contestar esa pregunta. No hay antecedentes para tratar en ausencia a oficiales y suboficiales que serán considerados héroes, porque estaban haciendo maniobras para defender al país.
Cierto clima de luto se vivía ayer en los despachos de la administración de Mauricio Macri. El propio Presidente les adelantó a los mandos de la Armada que si había ocurrido, como se temía, una liberación de hidrógeno de las baterías del submarino la situación sería muy grave. Se lo dijo en el edificio de la Armada en la reunión a la que asistió Macri y que, según varios testimonios, no tuvo momentos tensos, como se aseguró. Macri sacó sus conocimientos de ingeniero, que sorprendieron a los almirantes, poco conocedores de esas cuestiones técnicas. Un día después, los militares norteamericanos confirmaron la explosión, que fue ratificada por una agencia encargada de controlar detonaciones oceánicas (para impedir pruebas nucleares clandestinas) con sede en Viena. En rigor, la idea de recurrir a esa agencia para tener una doble prueba fue del canciller Jorge Faurie, conocedor, seguramente, de que a los norteamericanos no les gusta que se hagan públicos sus informes reservados.
Sea como fuere, en el Atlántico Sur se desplegó la operación multinacionales más importante en tiempos de paz para encontrar ese submarino, que era, a su vez, el arma más moderna de la Armada argentina. Once países participan de un operativo que vio desplegar el asombroso arsenal de los Estados Unidos, que confirmó su liderazgo mundial en tecnología militar. En la búsqueda se unieron países amigos y otros que no lo son tanto. Hoy llegará, por ejemplo, un avión ruso también de avanzada tecnología. Es histórica la renuencia de rusos y norteamericanos para compartir sus progresos tecnológicos militares. Sin duda, la nueva política exterior de Macri puso en marcha gestos de solidaridad internacional que hubieran sido improbables en tiempos de Cristina Kirchner. Aunque también debe consignarse que es conocida la ancestral solidaridad entre marinos, sobre todo cuando el mar atrapa a uno de ellos de mala manera.
Nada, sin embargo, puede eclipsar el hecho de que el submarino argentino estaba condenado desde el primer momento. La vida como presidente de Macri se parece a una carrera de obstáculos, que conoce, a veces, cortos períodos de planicie. El viernes pasado, el Presidente debía optar entre dos alegrías: el acuerdo firmado con los gobernadores y los sindicalistas o la destitución del juez Eduardo Freiler. El submarino ya había perdido contacto con su base, pero los jefes de la Armada le aseguraron, como le aseguraban a todo el mundo, que se trataba de un problema de comunicación que se resolvería en pocas horas. El domingo, Macri percibió que el problema era más grande y fue a visitar a los familiares de los marinos encerrados en el submarino. El lunes fue directamente a la Armada. Desde entonces, y hasta ayer, vivió en tensión esperando lo que suponía serían malas noticias. Las viejas buenas noticias habían desaparecido de pronto.
Nunca es bueno para un gobierno verse en la obligación de dar malas novedades. Mucho más cuando se trata de la vida de argentinos que estaban desempeñando tareas difíciles (la vida en un submarino es una de las más complicadas que hay entre los militares) en cumplimiento de su deber. La Armada deberá confirmar ahora que el submarino salió del puerto de Ushuaia, que fue el último que tocó, en excelentes condiciones técnicas. Forma parte de una auditoría imprescindible para conocer si la tragedia fue un hecho desgraciado y fortuito o si hubo responsabilidades de los mandos militares.
No obstante, es poco probable que el Gobierno deba pagar un precio político por la tragedia. ¿Qué responsabilidad puede tener la administración política del país en el accidente de un submarino que está bajo la disciplina militar? Un submarino hace por lo general maniobras militares (el San Juan acababa de hacerla en la islas de los Estados) y esas son decisiones militares de las que el poder político no participa. Ni siquiera está en duda dentro de la administración la situación del ministro de Defensa, Oscar Aguad, que tampoco puede ser responsable por el estado de un submarino, nave de la que un civil sabe poco y nada. Esa es la responsabilidad de los jefes militares. Para eso están. Aguad es el amigo radical más viejo que tiene el Presidente. El ministro, sometido ahora a una dura campaña mediática por decisiones que tomó en su anterior cargo (ministro de Comunicaciones), proponía una alianza con Macri cuando ningún otro radical se animaba a hacerlo.
Con la misma vara debe medirse la gestión de Cristina Kirchner, aunque ella es rehén de sus propias palabras. Treinta años más de vida le auguró al submarino hace apenas tres años, cuando como presidenta lo lanzó al mar después de un reacondicionamiento general. Eso no es nada más que otro capítulo de su gestión cargada de autoelogios y del culto a sí misma. En lo que importa, según fuentes oficiales, el submarino fue reparado con la asistencia de técnicos alemanes (fue comprado en Alemania en 1985) y los repuestos que le pusieron fueron todos importados de Alemania. Con esa asistencia y con esos repuestos, los astilleros argentinos están en condiciones de hacer bien su trabajo. Esto es lo que pasó con el submarino San Juan, lo que no exculpa a la anterior administración del abandono, el desfinanciamiento y la falta de política para las Fuerzas Armadas. El hecho de que ese submarino haya sido comprado en 1985 y que, al mismo tiempo, haya sido hasta ahora el arma más poderosa de la Armada argentina explica el abandono, la escasez de recursos y la carencia de un plan para las fuerzas militares.
La desaparición del submarino provocó una notable conmoción social. El ingrato resultado de su búsqueda tendió ayer un manto de tristeza sobre vastos sectores sociales. Una sociedad en ese estado tampoco es buena para ningún gobierno, aunque nadie haya objetado directamente a la administración de Macri. El Presidente intuyó que debería lidiar con otro problema imprevisto, como ya es habitual en su gestión. Funcionarios que lo frecuentan aseguran que el problema del submarino lo tuvo especialmente angustiado en los últimos días, sobre todo después de que habló con los familiares de la tripulación.
El kirchnerismo se calló sobre un conflicto público por primera vez desde que Macri es presidente. Teme que alguien recuerde que la última presidenta que reparó el submarino fue su jefa política. El Gobierno también guardó silencio. ¿Qué puede decir cuando no hay una sola prueba visible o tangible que confirme lo único que estaría en condiciones de decir? Eso que puede decir es sólo el anuncio formal de la conclusión de todas las cosas. Tal vez una foto del submarino definitivamente tendido en el lecho del océano podría certificar el final del monumental operativo de rescate. Y de cualquier esperanza.
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