En vísperas de la canonización del Cura Brochero, el papa Francisco recibió a Mauricio Macri. Entre la temática abordada, el presidente argentino repasó también su nuevo plan de infraestructuras, y sobre todo de ferrocarriles. La coincidencia del Pontífice fue grande cuando afirmó: "Con cada ferrocarril que se recupere será una comunidad más que vuelva a revivir, pues llevará trabajo y recreará pertenencia a la misma, cuyos miembros ya no tendrán que emigrar para buscar trabajo o crearse un futuro, lejos de su pueblo".
Es que nuestros ferrocarriles de pasajeros y de cargas, aportaron y pueden aportar mucho al desarrollo de una infraestructura imprescindible en orden a mejorar y abaratar sensiblemente la vinculación física de personas y de economías regionales, ampliando y favoreciendo las condiciones para el desarrollo y cohesión de las economías locales, facilitando conducentemente el desarrollo humano, el crecimiento económico, la productividad de la economía, la generación de empleo decente y un aprovechamiento equitativo de oportunidades. Todo ello proveería al crecimiento armónico de la Nación, a su repoblamiento territorial mediante políticas diferenciadas que tiendan no solo a equilibrar el desigual desarrollo relativo de provincias y regiones sino a conjurar y revertir imparables éxodos rurales.
Históricamente, el incremento del producto bruto nacional, el notorio desarrollo regional y la urbanización del campo, no hubiesen sido los mismos sin el notable desempeño ferroviario de antaño.
Tanto con el progreso agrario y de la agroindustria, con la disponibilidad y visibilidad de nuestros productos primarios (Vg., granos, ganado, maderas, minerales, etc.), los ferrocarriles argentinos cumplieron una perfomance invalorable, siendo artífices del desarrollo rural y urbano, en el interior del interior.
Cuadra destacar que nuestros ferrocarriles son la impronta de innumerables pueblos y ciudades, urbanizaciones que fue sembrando un portentoso desarrollo ferrocarrilero (sin descarrillar ni matar con la corrupción), el que traía consigo infraestructura, trabajo y vivienda digna, traslado integral de pasajeros y de cargas; en suma, dignidad, adelanto, progreso y bienestar; todo lo cual deberíamos rescatar con premura y aggiornamiento, atento la probada eficacia ferroviaria rural y/o ferrourbana.
Esos ferrocarriles, sus vías, durmientes, zonas de vía, tierras, terrenos, estaciones, galpones, etc., son propiedades y bienes públicos -inalienables e imprescriptibles- que hacen a una ineluctable prestación de servicios públicos de interés general.
Recuperar nuestros ferrocarriles es una tarea ciclópea que dependerá de un Estado contundente, dispuesto a afrontarla eficientemente; antes que nada reivindicando zonas de vía y las vías mismas, desalojando a sus usurpadores (vg., colindantes, ex colindantes, particulares, exOnabe, AABE, etc.); recuperando administrativa, judicial y penalmente fortunas por lucro cesante, (¿mucho más que un blanqueo exitoso?), todo ello sin perjuicio de activar productiva, competitiva e inmediatamente, inconmensurables costos hundidos con su propia infraestructura pero refuncionalizada y eficientizada y con todo el uso posible de energías verdes.
A modo conclusivo, en materia de ferrocarriles, las causas de su actual agonía, las encontraremos en ineficiencias estatales, privadas y mixtas, en históricas presiones de industrias del caucho extranjeras, en irresponsabilidades políticas, gremiales, empresarias, judiciales y notariales; todas causas entreveradas y sumergidas en el marasmo de una criminal corrupción ferroviaria vernácula, todo ello ante la presunta ceguera funcional y moral de funcionarios constitucionales, (Arts. 85, 86 y 120 CN.).
Finalmente, al objetivo ferroviario compartido en la cumbre vaticana, le sobra eficacia para lograr entusiasmar, educar, incluir, empoderar y dignificar a los argentinos, desestructurando corrupción, incultura de la holgazanería, pobreza e indigencia, para recién entonces ir restaurando, recuperando y estructurando dignidad con la cultura del trabajo, del encuentro, de la transparencia y de la paz, privilegiadamente, en demasiados despoblados que fueran reducidos a pueblos y ciudades fantasmas, por extravagantes secuencias y versiones de corrupción, singularmente en este último cuarto de siglo pasado.
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