Editorial del diario La Nación
La estrategia oficial de utilizar el atraso cambiario como ancla antiinflacionaria ha destruido el comercio exterior y ha acentuado la presión sobre las reservas
Los fuertes desequilibrios creados durante la gestión kirchnerista han llevado gradualmente a una situación insostenible. Lo peculiar del caso es que esta circunstancia límite no sea evidente para una buena parte de la población que no cuenta con mayor información económica y financiera o con facilidad para interpretarla.
El propio Gobierno no ha escatimado esfuerzos para esconder esa información o simplemente falsearla. Lo cierto es que las autoridades del Gobierno y del Banco Central enfrentan una severa crisis de divisas que se agrava día tras día a pesar del cepo cambiario, o tal vez como consecuencia de él. El comercio exterior ha entrado en déficit como consecuencia principal del fuerte retraso cambiario y del empeño en mantener las retenciones. Este déficit ocurre a pesar de que se limitan las importaciones y se afectan las actividades productivas.
El desequilibrio fiscal crece velozmente y ya no alcanzan las exacciones a la Anses o al Pami ni las transferencias del Banco Central para solventarlo. Se emiten títulos a elevadas tasas de interés o nominados en dólares oficiales para así convocar fácilmente a inversores que descuentan una necesaria devaluación para después del 10 de diciembre.
La activa participación del Banco Central en la cobertura del déficit fiscal ha generado una importante expansión monetaria que alimenta la inflación. La política oficial para contenerla se ha basado en tres instrumentos, todos ellos perjudiciales para la producción y el crecimiento:
1) La absorción monetaria mediante letras del propio Banco Central que han quitado espacio al sector privado en el crédito bancario disponible.
2) El control de precios practicado por la Secretaría de Comercio, que ha tenido todos los efectos perjudiciales característicos de este tipo de intervención.
3) El uso del retraso cambiario como ancla antiinflacionaria, que ha destruido el comercio exterior, ha arrasado con economías regionales y, como era de esperar, ha generado un mercado informal de cambios, con una brecha que ya supera el 70%.
No debe extrañar que todo el sistema opere contra las reservas del Banco Central que salen de la institución al precio oficial. Es así como han ido mermando, y si se consideran solamente las reservas disponibles puede asegurarse que serán nulas al momento de la transferencia del poder. Es más: si se computan los retrasos del Banco Central en la entrega de divisas por importaciones ya autorizadas y realizadas, el saldo es negativo.
Esta situación extremadamente crítica es la que ha llevado a acentuar el cepo limitando a sólo 75.000 dólares las liquidaciones automáticas por importaciones y a obligar a las compañías de seguros a vender sus reservas en dólares. Otras medidas están en vías de instrumentarse para limitar los gastos turísticos en el exterior.
Simultáneamente se ha dispuesto un nuevo incremento de la tasa de interés para los depósitos a plazo fijo en pesos. Son manotones que no hacen más que acentuar la presión sobre las reservas. No hay tasa suficientemente alta como para compensar una probable devaluación que recupere el atraso cambiario.
Dentro de estos desordenados impulsos, hubo algunos que merecen una crítica particular porque evidencian un mal manejo del patrimonio público por el Banco Central. Nos referimos a la venta de dólares a futuro a valores que la evidencia indica que serán superados. El propósito es contener la cotización de la divisa en el "contado con liqui" y consecuentemente en el mercado informal. La pérdida será efectiva y tendrá que ser desembolsada en las fechas de vencimiento por las próximas autoridades. También con el mismo propósito se ha impulsado a la Anses a vender a precios inconvenientes, títulos dolarizados de su cartera. En este caso lo sufrirán los futuros jubilados. Ya se han elevado denuncias sobre estos manejos y se espera que la Justicia actúe prontamente.
El resultado de las elecciones del 25 de octubre pasado ha aportado aire fresco y una fundada esperanza de que ocurra un cambio positivo en nuestro país.
Mientras tanto, el actual gobierno no toma ninguna medida que corrija el desborde del gasto público ni el crecimiento de los subsidios ni la acentuación de las distorsiones. Total, la fiesta la pagará el que venga.
Quienes razonablemente hoy aspiran y esperan ser ese próximo gobierno deberían ocuparse de hacer conocer antes de asumir la extrema gravedad de la herencia económica que recibirán.
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