Editorial del diario La Nación. - A lo largo de más de una década, el kirchnerismo ha montado una perversa estrategia destinada a dividir y a enfrentar entre sí a los argentinos
Durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner como presidenta de la Nación se ha conformado una suerte de máquina de odiar destinada a enfrentar a los argentinos. Con ella, se ha lastimado profundamente a la sociedad llenándola de rencor y resentimientos. Lejos de unir, hubo una perversa estrategia para concentrar y conservar el poder, basada en un esfuerzo constante que apuntó a dividir y a disociar a los argentinos. Sirvió también para intentar disimular que la Presidenta, desde el capricho y la improvisación, hizo añicos la economía nacional, dejando a sus sucesores un país en pésimo estado, sin reservas, con una tasa de inflación inaceptable, un alto déficit fiscal, una presión fiscal destructiva, un sector externo deficitario que ha perdido mercados tradicionales, con un agro asfixiado, sin acceso a los mercados de capitales y con tipos de cambio múltiples que han desarticulado la economía. Todo esto se evidencia, como cabía esperar, en lamentables niveles de pobreza.
Con su característica arrogancia negacionista, la Presidenta no admite que esto sea así y sigue empeñada en la construcción de una épica tan grotesca como fraudulenta para, abrazada a ella, tratar de justificar el desastre generado por su paso por el Gobierno. El mensaje de casi tres horas que dio anteayer, plagado de rencor y carente de la más mínima autocrítica, es un claro ejemplo de ello.
En su imparable afán por concentrar todo el poder en sus manos, su gestión lastimó muy seriamente a las instituciones de la democracia. El Congreso casi no se reúne y es apenas un sello de goma que actúa a la manera de sumiso legitimador de los caprichos presidenciales. La Justicia, por su parte, sufre sus constantes embates en procura de someterla a sus designios para atacar a sus opositores y para lograr impunidad, quitándole independencia e imparcialidad, desnaturalizando su verdadero papel democrático.
Es momento entonces de pensar en cómo comenzar a desarmar la perturbadora máquina de odiar. Es necesario impedir el abuso en el uso de las cadenas nacionales, en las que la Presidenta, con cualquier excusa, derrama sus profundos resentimientos. Es imprescindible impedir que, en el futuro, los servicios de inteligencia nacionales sean usados en el plano doméstico para espiar a los opositores y a todo aquel al que, desde el Gobierno, se pretenda extorsionar, incluyendo funcionarios, magistrados, políticos, periodistas, artistas, intelectuales, activistas y pensadores.
Es necesario también dejar de utilizar las estructuras del Estado para el uso político del revanchismo, bajo el torpe disfraz de la defensa de los derechos humanos. Es imperioso dejar de abusar de los organismos fiscalizadores del Estado, a los que se usa para amenazar, extorsionar, presionar y perseguir. Es indispensable disolver el antidemocrático y poderoso multimedio estatal, desde donde se derraman inquinas y falsedades y se demoniza y agrede a quienes sólo disienten y piensan distinto.
Será imprescindible el respeto integral a las libertades de información, opinión y expresión, y habrá que aceptar los fallos de la Corte en materia de distribución imparcial de la publicidad oficial. También, será preciso establecer techos razonables y adecuados al gigantesco gasto publicitario del Gobierno, financiado abusivamente con dineros públicos.
Respetar la independencia judicial supone, entre otras cosas, la necesidad de reconstruir el Consejo de la Magistratura de modo de que se respeten las pautas de la Constitución nacional y se impidan los reiterados abusos que, desde ese organismo, se han cometido a lo largo de la gestión de Cristina Kirchner con el objeto de proteger a los magistrados a los que el Gobierno tiene por leales y atacar y presionar a aquellos que mantienen con valentía su independencia. La arbitraria Procuración General de la Nación debe, además, dejar de ser utilizada con propósitos políticos y, menos aún, persecutorios.
Es preciso no ahorrar esfuerzos en procura de desmontar para siempre la máquina de odiar y reconquistar la concordia.
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