Editorial del diario La Nación - Hacinados,
los habitantes de la villa 31 y la 31 bis ponen diariamente en riesgo
sus vidas en construcciones endebles que ya alcanzan los siete pisos de
altura
La
villa 31, que empezó a levantarse hace ya más de 70 años, y su más
reciente anexión, la 31 bis, representan hoy en la ciudad de Buenos
Aires dos de los focos sociales y ambientales más peligrosos tanto para
sus habitantes como para quienes trabajan en esa zona, la recorren o
simplemente la visitan.
Las construcciones de viviendas de ambas
villas violan todos los requisitos legales imaginables: edificios que
hoy alcanzan los siete pisos se levantan sobre bases inestables, sin
planos, cálculos ni ensayos, y mucho menos supervisión de profesionales
habilitados.El no cumplimiento de normas no puede reducirse allí a una o más contravenciones: importa un riesgo de vida enorme. Entre otras tantas anomalías, se construye sobre terrenos de mala calidad y escasa resistencia, sin drenajes ni sistemas cloacales. La improvisación es la regla. No se hacen estudios del suelo, se construyen unidades nuevas con ladrillos huecos apoyados sobre medianeras frágiles y vigas de encadenado a la altura de la tierra. Que todas esas estructuras se mantengan en pie depende más del azar que de ninguna otra cosa.
Los gobiernos nacional y porteño que se han sucedido en todas estas décadas en las que la villa 31 fue transformándose de asentamiento pasajero en una verdadera subciudad hacinada e insegura nunca han logrado un cambio profundo para mejorar las condiciones de vida de esos habitantes. Menos aún, para evitar que más y más gente se asentara allí, poniendo en riesgo su vida y la de su propia descendencia. La existencia de generaciones enteras de familias condenadas a seguir viviendo en esa zona habla muy mal de quienes las han gobernado y gobiernan.
Ciertamente, no se trata de la única villa con que cuenta la ciudad de Buenos Aires. En total, hay una treintena en el distrito. Las prometidas urbanizaciones se han concretado en muy pocos casos, después de que se barajó, incluso, la posibilidad de erradicar esos conglomerados humanos sometidos a un destrato permanente.
Cierto sector de la dirigencia kirchnerista -cabe recordar que muchos de esos terrenos donde se asientan y crecen las villas son propiedad del Estado nacional- ha llegado a argumentar que el crecimiento del número de habitantes extranjeros en esas enormes plataformas de pobreza es producto directo de la atracción económico-laboral que en ellos ejerce nuestro país, por lo cual abandonan sus lugares de origen para radicarse entre nosotros. Es una contradicción evidente, una deducción lamentable a la que ni siquiera se le puede adjudicar el mote de demagógica.
Los dos últimos censos nacionales de población han proporcionado una radiografía clarísima: mientras en el de 2001 la Capital Federal contaba con 107.422 personas viviendo en villas de emergencia, en la última medición, correspondiente a 2010, esa cifra alcanzaba los 163.587 habitantes, es decir, un 52 por ciento más de población. Respecto de la cantidad de ciudadanos extranjeros, el único estudio realizado corresponde a las villas del barrio de Retiro y arrojó que el 64 por ciento de sus habitantes provienen de otro país.
Está más que claro que las causas de semejante desborde social no están vinculadas con los éxitos de gestiones políticas, sino con sus inoperancias. Hubo una excepción y ocurrió en 2008 cuando el actual gobierno de la ciudad envió a un arquitecto a relevar la villa 31 al cabo de todo un mes. Tras conocerse ese informe, decididamente preocupante, se hizo una presentación ante la Justicia, que prohibió el ingreso de materiales a la villa y ordenó al gobierno nacional (propietario de las tierras) que se encargara de hacer cumplir lo dictaminado. Los controles duraron poco. Se hicieron retenes vigilados por las fuerzas de seguridad federales, pero lentamente todo volvió a su anormalidad.
Es de esperar que después de los próximos comicios se vuelva a analizar esta dramática situación y se procure, de una vez por todas, la solución definitiva de la que depende la vida de miles y miles de personas.
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