lunes, 16 de diciembre de 2013

Vaca Muerta: a 3.000 metros bajo la tierra rompen la roca y aparece el petróleo

Por Marcelo Canton - Diario Clarín - Fotos: Credito Añelo
Cómo trabajan los operarios que están haciendo los primeros pozos de hidrocarburos no convencionales en el desierto neuquino.
Desde el aire. Un pozo de shale en Loma Campana, un área de concesión que explora YPF.
  
El sol quema el desierto neuquino. Los 40 grados se tornan una tortura bajo los mamelucos de seguridad que usan los operarios. En SOIL 28, un pozo petrolero que parece perdido en la nada, está sucediendo lo que es la mayor noticia de la producción energética argentina: están fracturando las rocas, a 3.000 metros de profundidad, para extraer el petróleo no convencional, el shale , la promesa negra.

En otro momento se podrá discutir los riesgos económicos del shale y la sobreoferta de dólares que puede generar, tensando la competitividad hasta de la soja. Pero aquí, en Loma Campana, a pocos kilómetros de la única localidad de la zona, Añelo, sólo hay polvo, piedras y arbustos resecos. Y los camiones corren, con riesgo de chocar por el exceso de tránsito en medio del desierto (vaya ironía). Hugo Guiñez, neuquino, técnico electrónico, hace 8 años empleado de YPF, cuenta con detalle cómo hace tres años empezó a trabajar en los equipos que rompen las rocas subterráneas para sacar los hidrocarburos allí atrapados.
 
“En cada fractura, inyectamos 1.100 metros cúbicos de agua y 5.700 sacos de arena”, precisa. Esa arena y agua a presión rompen la piedra en la profundidad, generan los canales por donde pasarán el petróleo y el gas. No es tarea sencilla, claro. Primero que ese agua equivale a más de un millón de litros, y estamos en medio del desierto: hay que traerla en camiones, acumularla en decenas de contenedores azules, alineados como barracas de un ejército en guerra. La arena es otro caso: la que están usando aquí viene de China.

La logística es importante. Pero la gente pone mucho de sí también. Hugo, por ejemplo, trabaja 7 por 7: una semana en el campamento, una semana en su casa. Y el campamento son sólo los pozos, los camiones, las casillas rodantes. Nada más. Los turnos de trabajo de los empleados de la contratista Schlumberger, la misma que empleaba antes al presidente de YPF Miguel Galuccio, son de 12 horas, de 7 a 19. Los de los empleados de YPF pueden ser más extensos: en la noche aprovechan para alinear los insumos. “Dormimos de a ratos”, dicen. Ganan entre 20 y 30 mil pesos de bolsillo, la mayoría tiene entre 30 y 45 años y son hombres. “Ayer vino una ingeniera”, dicen los técnicos, como disculpándose de tanta ausencia femenina.
 
“En cada pozo tenemos que hacer unas cinco fracturas”, cuenta Hugo. ¿Qué es esto? Bueno, aquí en el SOIL 28, ya inyectaron agua con arena a 7.500 PSI de presión (una cubierta de auto tiene 36) para romper la piedra a 3.200 metros de profundidad. Ahora están haciendo lo mismo a 3.100 metros. Y todavía deberán volver a repetir la operación. El aire atruena con el sonido de las 10 bombas en paralelo que empujan arena y agua hacia el subsuelo a esa potencia. El jefe de la operación, Osvaldo Alarcón, indica a los operadores de cada bomba cuándo subir la presión, cuando bajarla. Señala subir el despacho de arena, bajarlo.

El programa es preciso, tiene que hacer tres fracturas por día. Justo en este momento está con la segunda, a pleno mediodía, el sol incendia el terreno, el aire acondicionado es para los técnicos y las computadoras, el resto trabaja afuera, con botas y casco, además de las mangas largas de la ropa de seguridad.

Tienen exactamente 28 minutos para terminar la inyección de arena. Así, allí abajo, la piedra se está rompiendo en un radio de 150 metros alrededor del pozo, en las fisuras se insufla arena mezclada con geles que en un rato se solidificarán, para más tarde licuarse, cuando estallen micropartículas de disolvente que tienen en suspensión: así la arena pasará a ser el canal transmisor del crudo.

El SOIL 28 tiene aquí un hermano gemelo, el SOIL 29, otro pozo de YPF. A este último ya le hicieron las fracturas. Cada una fue sellada con un tapón que cierra el caño de 5 pulgadas que une la superficie con esas profundidades. Ahora vienen quienes remueven los tapones, los que colocan las dos válvulas de seguridad que hacen que no se escape el petróleo al aire. Luego los que levantan la torre de producción. Primero se hace el pozo. Luego trabaja el equipo de fractura durante una semana. Luego, un período similar para los que ponen el pozo en producción.

Un cartel dice: “Apagar los celulares”.
“Aquí hay explosivos”, advierte Hugo. Es que para producir la ruptura se introduce en las entrañas del pozo, a la altura que los geólogos determinaron como óptima, un caño relleno de explosivos. Cuando estos estallan, abren agujeros en el acero y el cemento que rodean al pozo, y así comienza la inyección de agua y arena, el “fracking”.

Hablando con Hugo y sus compañeros de trabajo, surge un tema urgente: ¿el shale contamina las napas de agua?
Juran y rejuran que no, que el trabajo bien hecho aisla totalmente el pozo de los acuíferos. Que no hay riesgos serios de contaminación. Pero reconocen que esto mismo deben explicarlo una y otra vez en sus barrios. Que lo que más duele es cuando es uno de sus hijos quien lo plantea al volver de la escuela. “Tenés que tomarte un rato largo y explicarle bien lo que estás haciendo acá en el pozo”, dicen.

Al levantar la vista más allá del corto perímetro del territorio de SOIL 28 y 29, se ven muchos otros grupos de gente trabajando en medio del desierto. Se cuentan una decena, repartidos entre las lomadas de piedra. Cada campamento suma un par de pozos. Cada uno está empezando a extraer el petróleo más profundo.
La Vaca Muerta empieza a ser revivida.

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