Por Pablo Novillo - Clarin.com
Es lo que paga la Ciudad por las constantes agresiones a estatuas, edificios, monumentos o parques.Y casi no hay sanciones.
Podrían usarse para reparar escuelas, equipar hospitales, asfaltar calles o pagarles el sueldo a más policías. Pero no, se usan para arreglar los destrozos que producen los propios vecinos. Cada mes, el Gobierno porteño tiene que gastar entre $ 5 y $ 7 millones por el vandalismo. Y aunque se trata de una contravención, casi no hay sancionados y el 85% de las causas termina archivada.
Los daños a los monumentos, edificios públicos y plazas son un fenómeno tan cotidiano y grave que hasta obligó a que cada vez más espacios verdes tengan que ser enrejados.
Algunos bienes públicos son víctimas habituales. El Obelisco y sus alrededores son un clásico. Por ejemplo, la última manifestación de los hinchas de Boca, el 12 de diciembre pasado, terminó con destrozos que le costaron al Estado más de $ 1.800.000 en reparaciones, ya que hubo que arreglar los canteros de la 9 de Julio, borrar las pintadas en el Obelisco, arreglar semáforos destrozados y otras tareas.
El Monumento a Roca, el Cabildo y la Catedral también suelen ser vandalizados, aunque en este caso durante manifestaciones políticas. El problema con estos edificios, además, es que están protegidos por su valor histórico y patrimonial, con lo cual a veces no alcanza con pintar sino que hay que hacer trabajos de restauración bastante más caros. Por ejemplo, la Legislatura porteña gasta cerca de medio millón de pesos cada año para deshacerse de las pintadas que le quedan cuando hay una protesta en sus alrededores.
El murallón que separa la avenida Lugones de la cancha de River es otro lugar conflictivo. Como mide más de tres kilómetros de largo, es un lugar elegido por quienes se dedican a las pintadas políticas. El Gobierno porteño la limpia cada dos meses, y en cada ocasión tiene que gastar más de $ 1.800.000 en pintura y arreglos. También hubo que hacer fuertes inversiones para eliminar los graffitis de los subtes.
En algunos casos, los daños son tan indignantes como reiterados. A la estatua de Olmedo y Portales, en Uruguay y Corrientes, ya hubo que repararla al menos tres veces, porque hay personas que la rompen para llevarse una parte de recuerdo, aunque los materiales con las que fue construida tienen escaso valor. De hecho, el Gobierno porteño tuvo que llegar a un acuerdo con los propietarios del bar La Biela para que cada noche guarden la estatua de Oscar Gálvez, que fue colocada el año pasado en Alvear y Quintana.
En otros casos, el vandalismo se mezcla con el robo. Las instalaciones eléctricas de las fuentes, las lámparas de las calles y los contenedores de residuos suelen ser robados y revendidos. Hace pocas semanas, por ejemplo, se robaron en un día una media sombra de 150 metros que estaba en una obra que lleva adelante el Gobierno en el Parque Sarmiento.
“La gente tiene que entender que la ciudad es de todos. ¿Por qué hacés lo que no harías en tu casa? ¿Pintás las paredes de tu casa, hacés un asado en tu living? Hace poco un señor se puso a hacer un asado en el Monumento al Trabajo, frente a la Facultad de Ingeniería”, contó Rodrigo Silvosa, subsecretario de Mantenimiento del Espacio Público del Gobierno de la Ciudad.
El gran problema es que no hay castigos para los vándalos. El artículo N° 80 del Código Contravencional establece penas de quince días de trabajos de utilidad pública hasta multas de $ 200 a $ 3.000 para quien ensucie una propiedad pública o privada, y del doble si se afecta a monumentos, escuelas u otros edificios.
Y el Código Penal marca tres meses a cuatro años de cárcel para quien dañe una propiedad pública. Pero casi no hay causas que terminen con castigados, y el 85% directamente se archiva, porque no se pudo identificar al agresor o porque no hay pruebas suficientes para condenarlo, según informaron en el Ministerio de Espacio Público.
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