Editorial I del diario Las Nación
Con una lógica descabellada, el Gobierno agita fantasmas de golpe de Estado para desacreditar a los críticos y tapar sus groseros errores de gestión
La trivialidad de las respuestas
oficialistas frente a críticas que se formulan al estilo y contenido de
la conducción gubernamental sigue sorprendiendo. Nada mitiga tales efectos a pesar de la década transcurrida. Muy
por el contrario, hace ya tiempo que el Gobierno se ha calzado el traje
de víctima denunciando conspiraciones de todo tipo y hasta golpes de
Estado. Se está queriendo instalar un clima que no existe para tapar una
realidad que avergüenza.
Si la perseverancia fuera por sí sola un mérito, habría que felicitar a los esforzados intérpretes de una realidad fantasiosa, pero la verdad es que de nada sirve al interés general ni a la estupefacta audiencia una continuada acumulación de errores, cuando no de actos dolosos. Tal el de la falsificación deliberada de las estadísticas del país que, para colmo de males, se ha venido labrando con el añadido de imputaciones judiciales, afortunadamente desestimadas, a los profesionales que osan denunciar la magnitud de una manipulación de años. De un modo más elemental pero efectivo, cualquier ama de casa conocía esto con sólo frecuentar el supermercado.
El ministro de Defensa, que ya tendrá bastantes cuentas para rendir por la politización de las Fuerzas Armadas, en la que se complica con el jefe del Ejército, ha salido a censurar a medios periodísticos internacionales de indiscutible relieve y confiabilidad. Éstos han desnudado las lesiones inferidas a la marcha del país por una política sin norte y abundantes contramarchas. A raíz de la severidad de los señalamientos, Agustín Rossi imputó a "los sectores más concentrados del mundo financiero" estar impulsando "una operación especuladora sobre los títulos públicos argentinos".
Se quedó corto. Las críticas, sin duda fuertes, de The Wall Street Journal y de The Economist, la revista de mayor prestigio mundial, han avanzado desde hace tiempo mucho más allá de las cuestiones concernientes a la economía y las finanzas argentinas. Se han ocupado de la política de destrato a la prensa independiente, de los escándalos frecuentes en los negocios públicos, de los ataques a la Justicia con voluntad de trabar sus decisiones y plagarla de elementos facciosos del oficialismo y de la pérdida manifiesta de calidad en el sistema institucional del país.
Si el acento de las últimas revisiones periodísticas del escenario nacional ha sido puesto en los temas económico-financieros, es porque la inflación, un dólar por la nubes y la gravedad de la crisis energética, entre otras cuestiones, han proyectado el debate a la más alta consideración general. ¿Adónde puede llegar, y cómo, un país que entre 2006 y 2012 aumentó anualmente en el 6 por ciento la masa de los empleados públicos?
Tanto el marxismo en particular como el populismo han pretendido erigirse en expertos en vulnerabilidades del sistema capitalista. Nada, en rigor, es perfecto en este mundo, pero por lo menos el capitalismo se identifica con un universo de derechos y libertades públicas que aquéllos niegan en sus ejidos, condenados por lo demás a los estrepitosos fracasos materiales ocurridos en Cuba y Venezuela, por citar dos de los ejemplos más inmediatos y notorios.
La pobre argumentación del ministro Rossi siguió huérfana de un sostén verosímil después de que habló el jefe de Gabinete, nada menos que para afirmar que lo de la crisis del dólar es un asunto "estacional". ¿Qué entiende por estacional el gobernador con licencia de Chaco? ¿Un cepo de dos años es estacional? ¿Una devaluación incesante del peso real a lo largo de decenas de meses es estacional? ¿Acaso lo sea la disminución de las reservas del Banco Central, que en 2010 eran de 52.000 millones de dólares y hoy se encuentran, después de persistentes pérdidas, por debajo de los 30.000 millones de dólares? ¿Será el resultado de un complot internacional si descienden a este paso por debajo de los 25.000 millones de dólares a fines de este año, según calculan analistas privados?
Capitanich, como la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, intentan denodadamente hacer creer que cualquier crítica al mal llamado "modelo", pues nada tiene de inspirador, son intentos de "desestabilización permanente". Ven causalidades donde hay casualidades o derivados de la mala praxis en la gestión pública. La última afirmación del jefe de los ministros en ese sentido, asociando la revuelta policial de diciembre a los cambios en el gabinete nacional, es de un reduccionismo político inimaginable en un funcionario de su rango.
Por su parte, el ministro incompetente del área energética, paradójicamente llamado de planificación, se cansó de afirmar durante años que la oposición y los medios ajenos a la órbita oficial confundían a la opinión pública con críticas irrelevantes sobre una situación que ha terminado por abrumar, según se ha constatado hasta en estos mismos días, a miles de hogares y perjudicado a industrias y comercios como consecuencia de un desabastecimiento sobre el que había sido advertido el Gobierno con reiteración. Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír ¿Es estacional, acaso, como diría el jefe de Gabinete, que la Argentina haya debido importar en 2013 recursos energéticos por casi 11.000 millones de dólares, cuando en 2012 esa erogación fue de 9266 millones dólares y, más grave todavía, cuando se han evaporado los más de 6000 millones de ingresos por exportaciones en este rubro que la Argentina tenía en 2006?
Si alguien ignora las razones de tan mayúsculo retroceso, que en realidad es de 13.000 millones de dólares, deberá decírsele con todas las letras: ha sido por culpa de la demagogia populista, que se negó a actualizar en ese como en otros órdenes los precios de los servicios públicos y de los combustibles a fin de que hubiera inversiones y de que se pagara por las cosas el valor que corresponde según su escasez. La especulación que se imputa a otros está en la imaginación de gobernantes cuya irresponsabilidad ha elevado el gasto público a niveles sin precedente.
Ese gasto explica la necesidad insaciable de aumentar la recaudación fiscal, que, en el cálculo más conservador, representa el 45% del producto bruto interno. ¿Será también estacional que los argentinos con ciudadanía fiscal carguen de ese modo con una de las contribuciones al Tesoro más pesadas hoy en el mundo?.
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