En el mundo de los trenes empezó a restablecerse una sana costumbre que se había perdido: exigir. Es tan básico como suena, pero en los ferrocarriles no se aplicaba. La ecuación era la siguiente: ni el Estado exigía el pago del boleto ni el usuario exigía que el servicio mejorara.
Así funcionaron los rieles argentinos durante años o, mejor, así no funcionaron. Tanta fue la vergüenza ferroviaria del Estado que directamente se dejó de cobrar boleto. El extremo se dio en julio de 2013, en la línea Sarmiento: entonces, pagaron sus pasajes 654.208 pasajeros, lejos de los 10 millones que pasaron por sus boleterías en el mismo mes de 1998 y de 2008, los mejores meses desde que hay estadísticas.
Después de la tragedia de Once, y mientras se fabricaban los trenes chinos que compró el ahora candidato Florencio Randazzo, el Estado decidió no cobrar. Nadie pagaba. En realidad, nadie quería poner su cuerpo para exigir un contrato de transporte que no podía asegurar que el usuario llegara vivo a su destino.
Lo que siguió después fue un proceso de reversión de aquel sesgo, especialmente en los ramales operados por la gestión estatal. La llegada de los trenes chinos ayudó, pero no fue suficiente. En la gestión Randazzo se mejoró la recaudación en las estaciones cabecera, pero en las intermedias, la falta de infraestructura en los andenes no ayudó. Se inició un proceso de mejora de las paradas, pero cuando aquel ministro se quedó sin candidatura presidencial, las obras se congelaron.
Se retomaron con este gobierno, con una decisión: abandonar los planes de trenes de larga distancia (con la excepción de los de carga y los ramales a Mar del Plata y Rosario) y concentrarse en los urbanos. Y si bien varios se quejan de que la velocidad de ejecución podría acelerarse, la infraestructura de muchas estaciones mejoró.
Ahora el Estado exige un pago y los pasajeros, más servicio. Y por eso todos se esfuerzan. La gestión de los ferrocarriles trabajó en sumar frecuencias y en cumplir en horarios pico. Los números los acompañan. La oferta y la demanda se dan la mano en los ferrocarriles. Mejora una y responde la otra. Y aquellos que subían al andén sin control tienen ahora que pasar por la boletería. Hay más pasajeros, pero sobre todo, hay más molinetes.
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