El Ejecutivo tiene la mirada puesta en cuatro nortes. Así, se aspira a profundizar la integración del país en el mundo de aquí hasta que termine el mandato.
La Argentina hoy tiene acuerdos comerciales con un 10 por ciento del PBI mundial pero estamos en proceso de negociación con otro 40, del cual, la mitad es la Unión Europea". Así define uno de los máximos negociadores del Gobierno el estado actual y las aspiraciones de inserción internacional para lo que resta del año y el próximo, con misiones en diverso grado de desarrollo que recorrerán todo el globo, desde Chile a Turquía y de Kenia a la India.
Es que, para el Gobierno nacional, el 2018 arrancará antes de lo que indica el calendario, el 23 de octubre próximo, un día después de las legislativas. Y estará cruzado por un gran eje entre el Foro de la Organización Mundial del Comercio, en diciembre de este año, y la visita de los principales líderes mundiales durante el G20, en noviembre de 2018, ambos eventos bajo responsabilidad local. En el medio, se extenderá un año con cuatro nortes muy definidos en materia de comercio y búsqueda de inversiones.
Revivir la OMC
Desde los 90, el rol de este Foro se ha visto cuestionado por sus políticas a favor de los países más desarrollados, impulsando la liberalización de la industria, al tiempo que demoraba definiciones semejantes en el plano de la producción primaria. En este sentido, el mayor temor del Gobierno es convertirse en el sepulturero de la OMC, tal como se la conoce.
El afán de la Casa Rosada está puesto en lograr un documento lo más contundente posible en cuanto a compromisos reales con el librecomercio. Y algunas de las reformas que se plantean cada vez más viables tras el resultado de las PASO -tributaria, laboral y jubilatoria-, serían el gesto local de vitalidad y previsibilidad que sueñan los inversores internacionales. A la vez, esto ha puesto en alerta a algunos sectores sensibles de la economía local -como el textil- que apostaban a una moderación en el levantamiento de barreras proteccionistas si a Cambiemos lo castigaban en las urnas.
Hay quienes alertan de la agenda paralela que trae la OMC y de su potencial nocividad. "Lo que la OMC pretende ahora es la desregulación de servicios y, en específico, del comercio electrónico", sostiene Francisco Cantamutto, investigador del IDAES-Conicet y de la Sociedad de Economía Crítica. Y añade: "En muchos lugares, como la Argentina, estos servicios no están regulados a nivel nacional. Se plantea una suerte de desregulación preventiva de modo tal que ya no pueda ser revertido por una ley local a riesgo de ser penado en la OMC."
El ascenso de Donald Trump tampoco colabora con la revitalización del Foro. Por el contrario, la Casa Blanca dinamitó los procesos de integración multiregional, como el TPP, por considerarlos injustos y ha optado por renegociaciones bilaterales. Asimismo, las potencias europeas que sí disponen de voluntad de multilarelatidad, carecen de una postura unificada, sumidas en su propia crisis del Brexit. Y los emergentes, como China, no tienen todavía estatus pleno en la OMC para encarar esta articulación, señala Cantamutto. Ergo, construyen sus propios foros alternativos.
Frente a este panorama, el ancho de espadas que el Gobierno pretende arrojar a la mesa de la OMC en diciembre es, a la vez, la construcción más ambiciosa y complicada de las últimas décadas para Argentina: el Acuerdo UE-Mercosur. En el entorno presidencial, las posturas están divididas: los hay optimistas y los hay más optimistas aún.
Los primeros se conforman con una expresión sustancial que ratifique la voluntad política de la integración. Los segundos, más pragmáticos, apuestan a más: "La integración completa, pensado desde lo político, puede tomar años porque abarca una multiplicidad de capítulos. Pero lo comercial, lo que se puede activar de forma provisoria, ya está casi conversado desde lo técnico. Si hay voluntad política, sale", aseguró una alta fuente del equipo negociador a este medio.
Levantar las fronteras con la UE
La pelota está del lado europeo, en el campo alemán. Resta que Berlín informe qué cuotas habilitará para el ingreso de dos productos catalogados de sensibles por los productores locales: carne vacuna y etanol. El primer rubro es de competencia directa para la Argentina. El segundo, en cambio, atiende a la maquinaria productiva de Brasil. Pero los negociadores alemanes ya aclararon que no habrá definiciones hasta después de las elecciones federales de septiembre cuando Angela Merkel busque su reelección.
Los números que exhibe en público la Cancillería argentina son promisorios. De alcanzar el acuerdo, el Mercosur tendrá un acceso preferente al 17 por ciento del PBI mundial, una potencia comercial global que representa el 15% de las importaciones globales, emite el 33% de la Inversión Externa Directa y posee un ingreso per cápita promedio de casi u$s 30.000, una alta capacidad de consumo. Son, además, unos 500 millones de habitantes que seducir a lo largo de 27 países. Hasta allí, la letra oficial.
En privado, los negociadores argentinos reconocen que hay una asimetría palpable entre ambos bloques y eso puede significar problemas para algunos sectores. Pero confían en poder manejarla con la herramienta del trato diferenciado que le permite al Mercosur ofertar un universo del 87 por ciento de sus productos frente al 90 por ciento europeo. Esto significa que el bloque sudamericano podrá resguardar, temporalmente, hasta tres puntos más de su actividad productiva y que solo lo liberalizará en forma escalonada, a diferencia del levantamiento de barreras total e inmediato de la UE.
Existen, de hecho, una serie de canastas de productos en cierre con plazos de desgravación que van de los 5 a 15 años. ¿Qué sectores quedarán finalmente incluidos en el escudo absoluto de los 10 puntos y cuáles en el universo reducido de los tres puntos sujetos a una eventual apertura por plazos?
Esas son definiciones en las que el Gobierno trabaja, aunque los rubros más comprometidos no son secreto para nadie: textiles, calzado, parte de la industria siderúrgica y el sector automotriz. Para este último, por ejemplo, se trabaja en un trato especial para las autopartes, elevando la cota actual del Mercosur para el caso de los componentes europeos. En contraposición, el sector agrícola es uno de los que más entusiasmados se muestra en las rondas negociadoras con desembarcar al otro lado del Atlántico, libre de obstáculos. Tampoco será tan así porque también para ellos se fijarán volúmenes de ventas, a pedido de países como Francia o Polonia. Si en Argentina resiste la industria, en Europa lo hace el agro, en particular si se trata de actividad primaria con valor agregado. A todos los sectores afectados, el gobierno nacional confía en satisfacerlos con horizontes alternativos, para lo cual viene trabajando intensamente en la apertura de nuevos mercados.
Consolidar nuevos destinos
"Desde el Ministerio de Agroindustria, la apertura de mercados está direccionada a aquellos destinos donde hay una demanda real que responda a nuestra calidad y precio. Cada acción en el exterior es coordinada con la Cancillería, ya que las misiones son asistidas por las embajadas en destino, y la organización de los viajes son desarrollada con la Agencia de Inversiones", señala a 3Días la Secretaria de Mercados Agroindustriales de la Nación, Marisa Bircher. Hoy mismo parte una misión empresaria bajo su mando rumbo a Corea del Sur y Japón, solo una de las más de 45 acciones de promoción desarrolladas y ejecutadas en 2017.
El trabajo es coordinado entre la Cancillería, Producción y Agroindustria y apunta a fortalecer las economías regionales y el sector agroindustrial, en particular, las pymes. De los mercados abiertos en 2017, 12 se emplazan en América, siete en Asia, dos en Rusia y exrepúblicas soviéticas, del Asia Central, y dos en África. Las misiones se dirigen a una multiplicidad de destinos: Argelia, Chile, Brasil, Polonia, España, Nicaragua, Colombia, Alemania, Bolivia, Turquía, Nigeria, India, Kenia y, en gran medida, a los Estados Unidos, entre otros destinos. Uno de los que se trabaja con expectativas desde la Cancillería es Australia y Nueva Zelanda, con los que se espera arrancar negociaciones antes de fin de año. En todos los casos, el objetivo es sumar el mayor valor agregado a las ventas.
No es casual que Asia-Pacífico sea la región que ha concentrado el mayor nivel de atención y lo seguirá haciendo en 2018. Conforme a las proyecciones de la OECD, la clase media urbana se incrementará de 1800 millones a 4900 millones de habitantes en 2030 y el 60 por ciento se concentrará en esta región, con India, China e Indonesia como los países con mayor número y mayor demanda de alimentos, entre ellos, trigo, carne vacuna, porcina, aviar y azúcar. Le seguirá África, donde el déficit es mucho mayor y abarca una mayor cantidad de rubros.
"La clave es la diversificación, no estar atados a un solo destino. Para que no nos pase de nuevo lo que nos pasó con China con el aceite de soja", explicó un funcionario vinculado a las negociaciones. Pekín dejó de adquirir el producto elaborado y limitarse al grano, para procesarlo por cuenta propia. Argentina debió compensar esa pérdida de valor en la exportación con otros socios que aceptaran su aceite y lo halló en la India que hoy adquiere más de la mitad de la producción local.
México es otro de los destinos que podrían crecer en el mediano plazo, gestiones de la Cancillería mediante. Lo que se busca es conquistar el espacio perdido por Estados Unidos al empujar al gobierno de Enrique Peña Nieto hacia una renegociación forzada del NAFTA. La nación azteca figura en el puesto 22 entre los destinos de exportación argentinos, con ventas por apenas u$s 779 millones en 2016. La amenaza del muro despierta optimismo entre las cámaras de alimentos, cereales, aceites y avícolas de la Argentina por las oportunidades que comprende para los que quedan al sur de la pared.
Como principal importador de leche en polvo del mundo, y un gran comprador de alimentos, la complementariedad es promisoria. Solo las automotrices miran con recelo este acercamiento: frente a los 18 autos que se fabrican por operario a nivel local, México produce 40, gracias a una industria mucho más consolidada y salarios más bajos que repercuten en los precios hasta un 60 por ciento menor de los vehículos. A sabiendas de ello, el Gobierno promete no abrir este capítulo en una negociando de librecambio y respetar el acuerdo firmado en 2015 que demora el librecambio en el sector para 2019.
¿Abrir Trumplandia?
Los Estados Unidos es el tercer socio comercial de la Argentina. Desde 2006, la balanza comercial es deficitaria para nuestro país. Si bien el año pasado se ha logrado disminuir la brecha, resta aún equilibrar un déficit de poco más de u$s 2.000 millones entre ambos puertos. Además, el intercambio es cualitativamente desigual: desde el Sur se embarca producción primaria -combustible, minerales y alimentos- mientras que el Norte envía gasoil y manufacturas del rubro de la aviación, motores de autos, videojuegos y hasta grupos electrógenos.
Si bien el Gobierno se trajo los limones de Washington como conquista política -aún así la reapertura se prolongó por meses-, el negocio que realmente incide en el comercio bilateral y está en riesgo es el del biodiesel, 24 veces mayor al de los cítricos. En 2016, la venta de combustible verde totalizó u$s 1200 millones, el 60 por ciento de la producción local y el equivalente al 26 por ciento de las exportaciones a Estados Unidos. Se trata, además, del destino del 91 por ciento de estas exportaciones.
La Argentina ha presentado dos alternativas a Washington, aunque es la Comisión de Comercio la que debe resolverlo, un órgano autónomo del poder político.
Una opción sería limitar el posible arancel a un 8 por ciento ante el riesgo de que lo fijen en torno al 24 por ciento, lo que liquidaría las ventas al Norte. Es el mismo que baraja la Comisión Europea luego del veredicto de un panel de la OMC avalando la posición argentina contra la acusación de dumping pero que, paradojas al margen, podría caer si se cierra el acuerdo UE-Mercosur.
La segunda opción es fijar cuotas que limiten los embarques locales a Estados Unidos al volumen de metro cúbicos comercializados en 2016. Para esto, se necesita un acuerdo con privados, o sea, las grandes cerealeras como Bunge, Cargill, General Deheza, Dreyfuss y demás que concentran la producción sojera, y concretar la promesa de compensarles la pérdida con nuevos destino, o viejos, llegado el caso, si de recuperar el europeo se trata. Así se daría respuesta a la capacidad ociosa que tiene esta industria y que contribuye, al fin y al cabo, con sumar valor agregado a las exportaciones primarias argentinas.
Por supuesto, nada es gratuito y, en una ronda de negociaciones en Washington con el ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaille, el secretario de Comercio Wilbur Ross -uno de los funcionarios con mayor ascendencia sobre Trump- le recordó la voluntad de Estados Unidos de ingresar al mercado local con su producción porcina, compitiendo con los brasileños. También aspiran a vender frutas con carozo de sus farmers y hasta carne vacuna.
En este último punto, choca con la intención argentina de recuperar las 20.000 toneladas que importaba el Norte hasta 2001, cuando un brote de aftosa bloqueó su ingreso. Desde mediados de 2015, el camino se ha despejado pero las ventas no se concretan.
La segunda y tercer exigencia de los negociadores de Washington son un tanto más complicadas, cabe decir: el endurecimiento de las normas que atienden a la propiedad intelectual y poner coto al uso de semillas propias de manera indiscriminada, con la opción de abonar regalías por su reutilización. Esto apunta directamente sobre el campo, la fuente de recursos alimenticios desde los cuales la Argentina pretende catapultarse en los próximos tiempos al mundo.
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