WASHINGTON.- Una de las sorpresas que los historiadores estudiarán durante años es la decisión de Estados Unidos de renunciar a su liderazgo mundial. Más aún, tendrán que explicar por qué lo hizo unilateralmente y sin que nadie le arrebatara el inmenso poder que acumuló durante el siglo pasado.
Esta abdicación no fue el resultado de una decisión específica, sino de un complejo y largo proceso. Y si bien la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca aceleró las cosas, la cesión de poder ya venía dándose desde hacía un tiempo.
La fragmentación política interna de Estados Unidos y su dificultad para tomar decisiones fundamentales tienen mucho que ver con el declive de su influencia. En 2015, Larry Summers, ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, alertaba que la rigidez ideológica, y la consecuente incapacidad para forjar consensos, debilitaba el papel de su país en el mundo. Según Summers: "Mientras uno de nuestros dos partidos políticos siga oponiéndose siempre a los tratados comerciales con otros países y el otro partido se resista a financiar a los organismos internacionales, Estados Unidos no estará en posición de moldear el sistema económico mundial". Cuando Summers dijo esto, el ejemplo que ilustraba los daños que se autoinfligía Estados Unidos era la renuencia de su Congreso a aprobar reformas destinadas a fortalecer instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI). Organizaciones como ésa, o como el Banco Mundial, forman parte de un orden mundial que beneficia a Estados Unidos. Su fortaleza debería ser una prioridad para Washington. Sorprendentemente, esto no es así.
En el caso del FMI, 188 de sus 189 países miembros aprobaron las reformas. Estados Unidos no lo hizo y, sin su voto, no se podían llevar a la práctica. Después de esperar cinco años a que el Congreso estadounidense actuara, el gobierno de China decidió crear un nuevo organismo financiero internacional en el cual Washington no tendría influencia. Así, hoy existe el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), del cual son miembros 57 países y en el que están a punto de integrarse otras 25 naciones, incluyendo Canadá e Irlanda.
Otro ejemplo reciente de la cesión unilateral de poder fue la decisión de Trump de sacar a Estados Unidos del tratado comercial transpacífico (TPP). El TPP no incluye a China y el propósito de Barack Obama al proponerlo fue el de crear un organismo permanente para fomentar la integración de Estados Unidos con sus aliados en Asia. Una de las primeras decisiones que tomó Trump como presidente fue la de retirar a su país del TPP. China reaccionó de inmediato y se activó para aprovechar el inusitado regalo. Pekín inició contactos al más alto nivel con los otros 11 países miembros del TPP para proponerles un atractivo acuerdo comercial. Estados Unidos no fue invitado. Pero para Xi Jinping, el presidente chino, este acuerdo comercial no era suficiente y decidió impulsar otra iniciativa: la nueva ruta de la seda.
Invocando la legendaria red de caminos que en la antigüedad conectaba a China con el resto de Asia y llegaba hasta el Mediterráneo, el presidente Xi convocó a 64 países a unirse a un enorme proyecto de construcción de carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos, que unirían a China con Asia, Medio Oriente, África, Europa y hasta con países latinoamericanos como la Argentina y Chile. En estos 64 países más China vive el 60% de la humanidad y juntos representan un tercio de la economía mundial.
El comercio internacional no es el único ámbito en el que Washington está perdiendo liderazgo e influencia internacional. Otras áreas son la lucha contra el calentamiento global y la proliferación nuclear, la ayuda al desarrollo y el control de pandemias globales, la intervención para contener las crisis financieras, la regulación de Internet. ¿Quién llenará estos vacíos de poder? La respuesta a esta pregunta definirá el nuevo orden mundial.
© El País, SL
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