Trabajan en la Reserva Ecológica y en el Parque Avellaneda para renovar los ejemplares que están en veredas y parques. Los expertos dicen que la arboleda actual está desactualizada.
Bosque de la Reserva Costanera Sur. En una porción de tierra escondida, botánicos plantaron especies nativas. Foto: Juan Manuel Foglia.
“La arboleda quedó desactualizada. Los plátanos dan alergia, las tipas se caen y hay tantos fresnos que si un hongo los enferma perdemos la mitad de los ejemplares”, dice Jorge Serángelo, un técnico botánico con más de 30 años entre árboles. Trabaja en el Parque Avellaneda dentro de una cúpula de varillas flexibles y cubierta de lona. La llaman domo y guarda 1.000 ejemplares distribuidos en macetas negras de distintos tamaños y decenas más, que aún son semilla y esperan su germinación en bandejas llenas de compost y sustrato de río. La cúpula tiene estética de ciencia ficción: blanca y de bordes metálicos, hecha sobre el esqueleto de un viejo tanque australiano.
En la Ciudad de Buenos Aires hay dos grandes incubadoras de árboles, capaces de generar 6.000 ejemplares por año. Son zonas de experimentación dirigidas por botánicos que intervienen en la gestación, nacimiento y desarrollo de árboles autóctonos de la región del Río de la Plata o de especies propias de la Argentina que sean aptas para veredas, plazas y parques. Una funciona en la Reserva Ecológica, la otra en Parque Avellaneda. Ahí todo empezó con una pregunta. ¿Un árbol del norte argentino puede sobrevivir en la Ciudad?
Hacia 1890 Carlos Thays -que no era Carlos, sino Jules Charles- comprobó que en Buenos Aires crecían árboles de clima subtropical al plantar tipas, ceibos y palos borrachos que había descubierto en selvas de Salta y Tucumán. Pero desde entonces pasaron más de 100 años y en la cabeza de los expertos había una exportación inédita. Era la de un ejemplar de tronco bajo y copa redonda, que se llena de flores amarillas en febrero y marzo: el cassia carnaval. Originario de Jujuy y Salta, hay uno en suelo porteño. Es un solitario que hace 30 años aclimató un vecino en una vereda de Villa Luro. Hasta ahí fueron. Extrajeron semillas y las sembraron en tierra nueva. Los primeros brotes aparecieron, la duda quedó atrás y creció a un objetivo: modernizar el paisaje urbano con otras plantaciones. Jorge Jacod, otro botánico de Parque Avellaneda, se ilusiona con la próxima Buenos Aires en flor: “Rosada con el lapacho; azul violáceo (o celeste o lila) con el jacarandá; blanca con la pezuña de vaca; roja con el ceibo; amarilla con el cassia carnaval. Cinco colores, cinco especies”.
La bandeja de 40 por 60 centímetros tiene 500 semillas de ceibo, recolectadas en las últimas semanas en el Parque Indoamericano. Foto: Alfredo Martínez
El árbol es más que la arquitectura viva de las ciudades. Produce oxígeno, absorbe dióxido de carbono y amortigua ruidos. Aunque no hay árboles nativos de las urbes, los que van a veredas, plazas y parques tienen una planificación detrás. “Plantar un fresno, un paraíso, un plátano o una tipa perdió sentido. Esos árboles demostraron que tienen problemas de salud. Nosotros estamos sembrando especies que no superan los siete metros, no rompen veredas y son resistentes”, dice Serángelo. Camina entre árboles, que parecen plantas acomodándose a sus envases: “Este arbolito tiene poco más de dos años. Es un jacarandá -Serángelo acaricia las hojas, perladas por el agua que gotea del techo (el domo transpira)-. Está en una maceta de 20 litros y es el hermano de otro que pusimos en la calle. Lo cultivamos con fertilizantes orgánicos, tiene cuidados especiales, queremos árboles fuertes”.
Jacarandás de cuatro meses críados en envases de 12 centímetros de diámetro. Foto: Alfredo Martínez
La producción del domo y de un invernáculo exterior con 500 ejemplares abastece a los barrios de Villa Soldati, Riachuelo, Lugano, Liniers, Mataderos y Parque Avellaneda. También al Parque General Paz, en Saavedra. Se usa para reemplazar plantaciones enfermas o llevar verde a espacios grises. “A fin de año esperamos llegar a los 5.000 árboles. El objetivo, a 2019, es reproducir ejemplares para toda la Capital y que el Estado no tenga que comprar a viveros privados”, dice Gabriel Borges, el responsable del mantenimiento del espacio público de las comunas de la Ciudad. Adrián Peña, a cargo del arbolado público, del domo y el vivero del parque, precisa: “Un árbol cuesta entre 300 y 500 pesos, según la especie. Es un ahorro importante”.
A pocas cuadras del mundo cotidiano, la naturaleza lo intenta otra vez. En la Reserva Ecológica Costanera Sur, al costado de un invernáculo con forma de granero de campo, un hombre poda. Corta los bordes de un canelón, un árbol de tronco grueso, rugoso y gris que crece a orillas de ríos. En días será insertado, junto a otros 49 árboles, en un bosque que empezó a formarse con las manos del hombre, las mismas que siglos antes desencadenaron su extinción: “Multiplicamos especies nativas de la región del Río de la Plata para incorporarlas a la reserva y así recuperar el paisaje original. Un ambiente que se perdió desde la llegada de los españoles y que sólo se encuentra en la isla Martín García o en Punta Lara”, dice Fernando Pisera, responsable del vivero del Ministerio de Ambiente y Espacio Público que genera la producción.
Los árboles son talados antes de su plantación en el bosque. El ceibo de la imagen tiene tres años y está dentro de la cancha de cría, así llaman a la última posta. Foto: Juan Manuel Foglia
Son entre 1.000 y 1.200 árboles al año que van a una porción de tierra escondida. Una cuerda gruesa, al costado de un camino interno de la reserva, impide el paso a esos terrenos. Detrás, escalones de madera guían hacia una vegetación que se vuelve más y más espesa. Bajo los pies, las ramas crujen. “Este es un chal chal. Debe tener seis años -dice Pisera con la mano apoyada en el tronco de corteza escamosa-. Todavía no se reproduce. Recién cuando fructifica puede dejar descendencia”. Alrededor hay palmeras pindó, coronillas y bugres. Más lejos, ejemplares timbó u oreja de negro por la forma y color de su fruto. Especies de las que uno no sabe nada, que no se compran en un vivero comercial. Que llegan al bosque en macetas de 20 a 30 litros después de un proceso de tres años de cultivo. Ahí, en el terreno más benéfico de la reserva, sin rellenos de la autopista 25 de Mayo o de las obras porteñas, es donde empieza el crecimiento real.
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