Por RAMÓN LOBO - El País.com
En 2008 se pagaron 75 millones de euros en rescates. Este año se ha llegado a 38 millones. Dieciséis barcos y 260 personas siguen en poder de los piratas
En un mundo en crisis ser pirata en Somalia es un negocio rentable, el único que funciona en un país destruido por las guerras: 75 millones de euros de beneficio en 2008 con 40 barcos secuestrados. Este año, con una flota de destructores, fragatas y patrulleras de Estados Unidos, Rusia, India y la UE -España ha asumido el mando de la fuerza aeronaval europea- desplegada en las aguas del océano Índico bajo mandato del Consejo de Seguridad, el número de incidentes se ha multiplicado: en tres meses y medio se han producido 60 ataques.
En un mundo en crisis ser pirata en Somalia es un negocio rentable, el único que funciona en un país destruido por las guerras: 75 millones de euros de beneficio en 2008 con 40 barcos secuestrados. Este año, con una flota de destructores, fragatas y patrulleras de Estados Unidos, Rusia, India y la UE -España ha asumido el mando de la fuerza aeronaval europea- desplegada en las aguas del océano Índico bajo mandato del Consejo de Seguridad, el número de incidentes se ha multiplicado: en tres meses y medio se han producido 60 ataques.
Los piratas mantienen secuestradas a 260 personas y retenidos 16 barcos, de los que seis fueron capturados en la última semana (uno liberado el viernes por comandos franceses). Se calcula que el beneficio en rescates es de 38 millones de euros en 2009. "Es una tragedia que las cosas hayan llegado a este punto", asegura a la agencia Reuters Mohamed Abdullahi Omaar, ministro de Exteriores del nuevo Gobierno provisional de Somalia formado por islamistas moderados. "También demuestra de forma categórica que el asunto de la piratería debe ser tratado y resuelto en tierra. Nuestra prioridad es restablecer el Estado de derecho".
Omaar pertenece al decimoquinto intento por formar algún tipo de Administración que ponga fin al caos que reina desde 1991, año en el que se esfumó el Estado con el derrocamiento de Siad Barre y fue reemplazado por bandas de criminales, a menudo, drogadas con khat, y divididas en un laberinto creciente de clanes, subclanes y sub-sub-clanes imposible de seguir y comprender.
El nuevo presidente provisional, elegido en febrero por un Parlamento no menos provisional y con apoyo esta vez de EE UU, Sheikh Sharif Ahmed, es la gran esperanza para evitar que el país caiga en manos de la milicia Al Shabab (Juventud), brazo armado del sector radical de la antigua Unión de Cortes Islámicas, ligado a Al Qaeda y que controla el sur y la mitad de Mogadiscio.
Sheikh Sharif Ahmed es el líder del sector moderado de aquellas Cortes depuestas en diciembre de 2006 por Etiopía y EE UU, que entonces no supieron explorar las diferencias internas y expulsaron a todos, moderados y radicales, del poder en Mogadiscio. Eran tiempos de George W. Bush, poco propicio a los grises. El problema de Sharif Ahmed es que apenas controla el norte de la capital y el centro de Somalia.
Sheikh Sharif Ahmed es el líder del sector moderado de aquellas Cortes depuestas en diciembre de 2006 por Etiopía y EE UU, que entonces no supieron explorar las diferencias internas y expulsaron a todos, moderados y radicales, del poder en Mogadiscio. Eran tiempos de George W. Bush, poco propicio a los grises. El problema de Sharif Ahmed es que apenas controla el norte de la capital y el centro de Somalia.
Los piratas no son el problema, son la consecuencia del caos y la pobreza, denuncia Médicos Sin Fronteras, que mantiene equipos locales en el país. El 25% de los somalíes depende de una ayuda humanitaria cada vez más peligrosa de distribuir. Tres de sus ocho millones de habitantes (no hay censo) están desplazados. Escasea el agua potable, la luz eléctrica procede de generadores con gasoil, apenas hay maestros y no funciona un sistema de salud que carece de todo. En Somalia sólo funcionan las armas, los teléfonos móviles y satélites y los navegadores GPS, las herramientas indispensables para la piratería.
La ruta del mar Rojo, que une el Índico y el Mediterráneo, es de gran importancia económica: cerca de 30.000 barcos surcan cada año sus aguas. Los ataques piratas no se limitan a los 2.896 kilómetros de costa, y son cada vez más audaces: el Maersk Alabama fue asaltado a más de 400 kilómetros de distancia de la costa. Frente a destructores de 800 millones de dólares, como el estadounidense USS Bainbridge, los piratas se desplazan en barcos nodrizas de los cuales parten las lanchas con media docena de hombres armados con lanzagranadas.
La comunidad internacional ha decidido enfrentarse a ellos con barcos de guerra. No hay, de momento, planes para luchar contra el caos político que la alimenta, que hasta la aparición de los piratas produjo algún beneficio menor: los barcos utilizados para asaltar barcos eran de pescadores que no tienen qué pescar en unas aguas esquilmadas por modernas flotas de arrastre extranjeras que no tuvieron que pagar un dólar en derechos de pesca a un Gobierno inexistente.
El ministro Omaar insiste en que la única solución es fortalecer la autoridad central. "Hablamos de una superficie marina de un millón de kilómetros cuadrados", dos veces el tamaño de España. "Con los barcos desplegados es imposible solucionar el problema", añade. Pero devolver el Estado de derecho a Somalia, con servicios básicos, economía real y orden, exigiría una inversión que nadie parece dispuesto a asumir. Se prefieren pagar los rescates y la escolta de mercantes y superpetroleros que invertir en la lucha contra la miseria, que es la madre de todos los males.
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