domingo, 13 de marzo de 2016

Santa Cruz: nace un nuevo parque nacional

Una historia de miles de años. Petroglifos en la meseta.(Clarin.com) - La meseta del Lago Buenos Aires, rica tanto por su ecosistema como por sus tesoros arqueológicos.


A 1.700 metros de altura, en la planicie de la meseta del lago Buenos Aires, en la provincia de Santa Cruz, el cielo se toca con las manos y el viento puede arrasar los cuerpos con fuerza violenta. Desde el fin del Pleistoceno, el hombre transita por esta geografía imponente y deja sus marcas. Aún se encuentran, por ejemplo, los instrumentos de obsidiana que se usaron miles de años atrás para tallar dibujos en los murallones de roca. Junto a los antiguos petroglifos, que todavía están muy poco estudiados por los arqueólogos, un peón escribió también su nombre: ATILIO. Fue un tal Atilio Méndez, un puestero que secuestró a una india tehuelche para hacerla su esposa. Y de eso ya pasó como un siglo. Pero ahora, nuestras pisadas sólo se confunden con las de los guanacos y las de las aves que moran en las lagunas. Somos grandes y pequeños a la vez.

Pedro Chiesa, al frente del programa para cuidar al macá tobiano.La meseta tal vez sea uno de los mejores secretos de la Patagonia. Tallada fisonómicamente por la interacción de las erupciones volcánicas y de las glaciaciones, supo ser en el siglo XX sitio de verano del ganado lanar, que se comió con tanta voracidad las pasturas de este suelo pedregoso que quedó todavía más árido, casi desértico. Sin embargo, sigue siendo una “isla biológica”, como un arca de Noé de la estepa. Y eso es porque aquí suceden cosas irrepetibles.Una de ellas es la presencia de un ave pequeña, que se puede confundir con un pato, aunque es sólo un pajarito zambullidor, capaz de bucear como un submarinista al alimentarse. Se llama macá.


Pedro Chiesa, al frente del programa para cuidar al macá tobiano.

Hay varios tipos. Pero el macá tobiano es el que se convirtió en un símbolo de la provincia. Su foto está en todos lados, como si fuera la de un equipo de fútbol. Y hay una razón: es muy bello, pero sólo quedan unos 800. O menos. En invierno, vuela hasta la ría del río Santa Cruz, y en verano regresa aquí, a las lagunas. Pero si hay mucha vinagrilla (una planta acuática de la zona) las pasa por alto. Y si hay muy poca, también. Por lo tanto, sus ambientes están tan fragmentados, que sus posibilidades de supervivencia se reducen. La presencia de especies exóticas, como la trucha (que se come la famosa vinagrilla) y el vizón, contribuyeron también a poner a la especie casi  al borde del colapso.“El tobiano genera devoción”, revela Piedro Chiesa, quien está a cargo de un operativo impresionante para cuidar a la especie de sus predadores durante 24 horas todos los veranos, una logística muy complicada en la geografía gigante de la meseta, donde el viento es rey y la soledad mucha. Pero esto evitó que el número de tobiano, al menos, no bajara. O quedara en cero.Aves Argentinas, una de las organizaciones detrás del tobiano, detectó en 2013 que el pajarito estaba anidando en un campo que había sido abandonado por la sobreexplotación ovina y vacuna, y en el que no iban a sembrar truchas. ¿Acaso algún filántropo bien intencionado quisiera comprarlo? Finalmente, una fundación creada por argentinos, llamada Fauna y Flora, aceptó este desafío. Y con la ayuda de un donante suizo, que insiste en permanecer en el anonimato, pudieron rescatar la vieja estancia, que se terminó convirtiendo en el parque nacional Patagonia, la primera zona protegida de la estepa, creada en tiempo récord, en 2015.

Guanacos y hombres. El macá tobiano habrá sido la inspiración para proteger la estepa, pero lo cierto es que la meseta del Lago Buenos Aires ya fue también identificada hace tiempo como “área de conservación irreemplazable” en un estudio científico realizado por Parques Nacionales y Wild Life Conservation International. Y esto es lo que moviliza a Fauna y Flora a seguir adquiriendo campos para su restauración ecológica y su futura donación. El sueño es, eventualmente, poder realizar un gran parque binacional en el que quede comprendido Valle Chacabuco, que está apenas traspasando la frontera con Chile (un lugar paradisíaco), con todo el área que va desde la meseta del Lago Buenos Aires y el cañadón del Río Pinturas.

De esta manera, se crearía toda una eco región integrada territorialmente, un mapa que tanto los antiguos como los tehuelches habitaron y entendieron, sin la necesidad de romperlo o dejarlo agotado, como está hoy.Una de las últimas propiedades que compró Fauna y Flora fue la vieja estancia Los Toldos, en el impresionante cañadón del Río Pinturas, donde se ubica la famosa Cueva de las Manos, declarada patrimonio de la cultural universal por la Unesco. Sus frescos más antiguos datan de 9.300 años atrás, y por lo tanto, son más veteranos que las pirámides egipcias, un dato que estremece. Pero si estos hombres, cuyos nombres no sabemos, pudieron permanecer miles de años en esta zona es por la existencia de un animal bello y grácil, que corre apenas detecta algo extraño y cuyo dibujo está estampado en la roca con insistencia total: el guanaco. Fue fuente de alimento, abrigo, grasa... Por algo las escenas de las manadas corriendo, del hombre cazándolo con distintas estrategias, son tan reiteradas en la piedra: aparecen a lo largo de miles de años.


Guanacos. La vida en la meseta.“El guanaco es el elemento que une a todos los cazadores-recolectores”, dice Carolina Avila, museóloga de la Fundación Identidad, donde se construye el centro de interpretación Cueva de las Manos, en la localidad de Perito Moreno. “No se puede entender la vida del hombre sin el ciclo vital del guanaco.”Hoy, se ven muchas manadas de guanacos. Los estancieros de la Patagonia dirían –incluso– que son una plaga, porque compiten por las pasturas con las ovejas (de hecho, hace un par de años, hubo un proyecto en la legislatura santacruceña para erradicarlos). Pero son apenas medio millón. Cuando los habitantes primigenios dejaron estampadas sus aventuras de cacería en los aleros de la montañas (hay unos 80 sitios arqueológicos como Cueva de las Manos en la estepa) había decenas de millones de guanacos. Y, sin embargo, los suelos no estaban destruidos como hoy.

Un nuevo pacto con la naturaleza. Pablo Díaz es biólogo de Flora y Fauna.  El cuenta que el suelo erosionado por el pisoteo y el pastoreo de las ovejas está dando vueltas por la atmósfera o el mar, en alguna parte del mundo. El dato alucina, aunque es perfectamente visible: una laguna que se seca, literalmente se vuela con esos vientos feroces que vienen del Pacífico. Podemos registrar polvareda que se levanta, lo que no sabemos es a dónde va a parar.Cerca de la mitad de los suelos patagónicos están en un estado crítico o malo.

“Son de muy difícil recuperación”, dice Díaz. Pero el ovino ha sido parte de la cultura patagónica desde la colonización, a fines del siglo XIX. Gente brava que se atrevió al invierno (y claro, al sempiterno viento) para apostar al precio de la lana y una vida mejor. La naturaleza empezó a imponer sus límites justo cuando lo que se pagaba por la fibra de oveja perdió el atractivo ante la fibra sintética. Luego, el volcán Hudson llenó la zona de cenizas en el 91 y muchas estancias fueron abandonadas hasta  hoy.Cuando se destina territorio para la conservación no significa dejarlo momificado, sino reescribir el contrato que tiene el hombre con su entorno a fin de poder vivir con la naturaleza, no en contra suyo. No porque suene bonito o políticamente correcto, sino porque ya traspasamos las fronteras del daño y estas son peligrosas para nosotros mismos. Díaz sostiene que la única forma de salvar al guanaco es cambiar la cabeza: en vez de verlo como un enemigo, hay que verlo como un recurso.

“Hay un tabú cultural: que pasarse de la oveja al guanaco es como renunciar. Capaz que los estancieros prefieren seguir hasta el límite y abandonar el campo, porque esa fue la cultura del pionero. Con la visión conservacionista pura esto tampoco se arregla. En el caso del guanaco, tal vez lo salve el productivismo”, indica. A él –por eso– le gustaría que hubieran emprendimientos de lana de guanaco en los territorios del futuro parque nacional. Y en Perito Moreno hay gente que está de acuerdo con esto. Por ejemplo,Ricardo Vázquez, un experto en guanacos de la Fundación Identidad. El indica que la fibra del camélido es la de mayor calidad de cualquier animal, pero para poder esquilarlos se necesitan hacer fuertes inversiones. La práctica, sin embargo, ya funciona. Se hace en Río Mayo, Chubut.

 “Los alambrados en el campo modificaron las trayectorias de las migraciones de los guanacos”, se lamenta Vázquez. Todo aquel que haya visitado el Sur habrá visto a los chulengos (las crías) morir enganchados en los cercos.Por eso, el primer paso para restaurar ecológicamente un campo es quitar los alambres, nos cuenta Guido Vittone, un eximio conocedor de la Patagonia, que ahora coordina las actividades de Flora y Fauna en la zona. Desde el año pasado, grupos de voluntarios llegan desde todas partes (incluso, desde el exterior) para quitar las cercas de las estancias. Hasta el momento, la Fundación ha adquirido también los viejos establecimientos La Tapera, El Sauce y La Ascención, mientras tiene en vista otras propiedades más que, muchas veces no se pueden comprar porque sus dueños nunca regularizaron los títulos desde que les fueron entregados informalmente a sus antepasados durante la colonización. El rompecabezas del futuro parque igual se va armando.

Mientras conduce por el cañadón del impresionante Río Pinturas, Vittone habla de la historia geológica de la meseta con emoción, como si las piedras pudieran revelarnos cosas que no sabemos. Cuenta que los tehuelches creían que Dios había diseminado a los animales en la meseta después de haber creado el mundo. Acaso por eso sea un tesoro. O, como dice otro hombre de Perito Moreno, llamado Juan Nauta: “Esta es la verdadera Patagonia, la Patagonia agreste”.
Marina Aizen

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