Por Enrico Udenio (Autor de los ensayos “Corazón de derecha, discurso de izquierda”, Ugerman Ed., 2005; y “La hipocresía argentina”, LibrosEnRed Ed.,2008.)
“Cuando pienso que nosotros hemos sido los primeros en anunciar esta solución a los hombres y cuando compruebo que hemos sido los primeros en realizarla, no puedo menos que confirmar mi fe en los altos destinos que Dios ha querido asignar a nuestra patria y mi alma se estremece de emoción pensando que no puede estar lejano el día que la humanidad, para poder vislumbrar en su noche alguna estrella, tenga que poner sus ojos en la bandera de los argentinos”- Presidente Juan Domingo Perón
(Texto de una propaganda política del Gobierno Justicialista en 1950 en referencia a su tercera posición.)
De mis estudios primarios en el colegio salesiano León XIII, en el barrio de Colegiales, extraigo mis primeros recuerdos políticos que resultaron ser las figuras de Evita y Perón y, en especial, un dibujo que había en un libro de texto. La imagen mostraba una balanza de mesa con los dos platillos colgando de los extremos de la barra horizontal y una varilla colgante en el medio insinuando un movimiento pendular. Sobre uno de los platillos se leía “Comunismo” y sobre el otro aparecía la palabra “Capitalismo”. En el medio, debajo de la punta del péndulo, figuraba el nombre “Justicialismo”. Entendí desde entonces, que la doctrina justicialista no sólo no era ni una cosa ni la otra, sino que oscilaba constantemente de un lado al otro.
La mayoría de los historiadores acuerdan con que, para desarrollar la llamada “Tercera Posición”, Perón tomó aquello que más le atraía del fascismo italiano y lo adaptó a la realidad argentina según su visión, convicción, conveniencia política y, por supuesto, en relación a las circunstancias históricas que le tocó vivir.
Una diferencia fundamental la constituyó el hecho de que el fascismo era una ideología que evidenciaba coherencia entre sus pensamientos políticos y económicos, en cambio, el “Justicialismo”, como lo definiera el mismo Perón, tenía características pendulares entre el capitalismo y el comunismo. Este péndulo no sólo generó confusión y contradicciones que le impidieron crear el marco de referencia que necesita toda ideología, sino que también fue la puerta de entrada a la mayor violencia política que tuvo el país durante el siglo XX. Los “montos” (apodo despectivo que tenían los montoneros) y los “fachos” (el equivalente del ala sindical derecha) tomaron las armas para dirimir sus diferencias ideológicas trenzándose en una feroz guerra interna que dio pie, a partir de 1976, a la más sangrienta y terrible dictadura militar que sufrió el país.
Para el peronismo, el éxito obtenido a través de la acción es más importante que la existencia de
una teoría que sustente los hechos. Es que el peronismo no había nacido como partido político, sino como un movimiento de masas cuya ideología mutaba continuamente al ritmo que imponía su líder. La diferencia entre un partido y un movimiento político es que, mientras el primero gira alrededor de una ideología el segundo es un conjunto de voluntades hacia un objetivo en común y no importan demasiado las ideas políticas de sus integrantes. El éxito obtenido a través de la acción es más importante que la existencia de una teoría que sustente los hechos.
La Diferencia entre el Justicialismo y las demás Ideologías
En la Europa del siglo XIX, hay antecedentes de posiciones ideológicas equidistantes entre el capitalismo y el marxismo. Normalmente se trataba de nacionalistas populistas quienes, en algunos casos, incorporaban elevados ingredientes religiosos a sus doctrinas. En ese populismo participaron muchos de los que luego se ubicarían en la izquierda democrática. Otros evolucionarían hacia posiciones más autoritarias, dando origen al fascismo el cual, en sus comienzos fue considerado un movimiento revisionista de izquierda.
El fascismo irrumpió en la segunda década del siglo XX, en Italia y de manos de un ex socialista, Benito Mussolini. Junto con el nazismo (el nacional-socialismo de Hitler tenía un marco teórico con bases semejantes) fue la ideología que, antes de la segunda guerra mundial, compitió, por el dominio del mundo, con el capitalismo y el comunismo. Este fue el período del aprendizaje doctrinario de Perón. Durante el conflicto bélico mundial, en Argentina se predicaba un “destino manifiesto” del país para establecer un dominio latinoamericano y aplaudía abiertamente el movimiento nazi en Alemania. Esto se evidencia en el diario de uno de los colaboradores más estrechos de Hitler, Joseph Goebbels, “la Argentina tendría un rol muy importante en la situación de la América Latina posterior a la victoria alemana”.
En estas condiciones geopolíticas, Perón desarrolló su plan desde la Secretaría de Trabajo y Previsión en una época en la cual se pensaba que las fuerzas del eje (Alemania, Italia y Japón) conquistarían al mundo pero, al momento de su arribo al poder, en 1945, se encontró con que, en lugar de haber ganado la guerra según sus previsiones, la habían perdido. El fascismo y el nacional-socialismo habían desaparecido, y el mundo se había dividido entre el capitalismo liberal democrático y el comunismo marxista.
En estas circunstancias, decide dejar de lado toda referencia al socialismo y al nacionalismo, y le da el nombre de “Justicialista” a su movimiento. “Miren, cuando se discutió el nombre del movimiento que nosotros iniciábamos en 1945, en la Secretaría de Trabajo y Previsión, me acuerdo que nosotros decíamos: Bueno, muy bien, el módulo preponderante de nuestro movimiento ha de ser la justicia social. Y nuestro gobierno o nuestro movimiento ha de llamarse, o justicia o social. Vale decir, o socialista o justicialista. Socialista era un término muy gastado, porque lo habían empleado, y mal. Como una mala palabra, olía a marxismo y a un montón de cosas.” (Fragmentos de un mensaje grabado de Perón publicado el 7 de septiembre de 1971, en la revista “Primera Plana” nº 449)
La “Tercera Posición Peronista” emerge sobre la base del corporativismo económico y sindical, que fue implementado en su momento por el fascismo italiano, con un elevado estatismo de la economía pero dentro de un sistema democrático pluripartidista. Al poco tiempo de su lanzamiento, Perón se animó a compararla con las otras ideologías: “(…) Parecería que una tercera concepción pudiera conformar una solución aceptable, por la cual no se llegaría al absolutismo estatal del comunismo, ni se podría volver al individualismo absoluto del capitalismo. Sería una combinación armónica y equilibrada de las fuerzas que representan al Estado Moderno (…) (Fragmento de un discurso de Perón en el Teatro Colón el 27 de noviembre de 1946).
Este deseo de lo “armónico” dejó paso, pocos años después, a una gran preocupación con respecto a los desacoples y contradicciones que se estaban produciendo en su movimiento. En su libro de “Conducción Política”, Perón había puesto la alarma: “…falta todavía dentro del Peronismo una unidad de concepción y una unidad de acción. Tenemos la aplanadora, pero el volante está en un lado, la casilla en otro, el que maneja en otro; y así no puede andar bien. Hay que juntar todo, ponerlo en su lugar y hacerlo marchar. Entonces aplastaremos a nuestros adversarios”. (Pág.64)
La Doctrina Política Peronista
Se mostró como una doctrina de liberación nacional, entendiendo como tal a la lucha contra los intentos imperialistas del comunismo y del capitalismo, representados por la URSS y los EEUU respectivamente. Copió del fascismo italiano el sistema de organización de los trabajadores y lo utilizó como su “columna vertebral” mientras que, a la justicia social, la entendió como una mayor igualdad entre las clases sociales, ubicándola como el principal objetivo de su programa de gobierno.
Ponía al capital de un lado, y al trabajo, del otro, asociando al capitalismo con el capital, y al comunismo con el trabajo. En esta figura, aparecía entonces el peronismo representando un tercer camino. Al igual que el discurso de Mussolini en la década del 20, proponía conciliar el capital con el trabajo. Lo efectivizaba en base a un corporativismo conformado por las organizaciones del Estado (incluido el ejército), los sindicatos y las asociaciones de los derechos individuales (empresas, comerciantes, profesionales).
La economía promovía un “Capitalismo de Estado”, en especial, a través de políticas directas de inversión en las industrias livianas y abundantes obras públicas. Al igual que el fascismo, defendió la propiedad privada de bienes pero señaló a numerosos sectores que estaban ocupados por el capital privado como claves estratégicas de la economía de Estado. Esto afianzó la idea de que la soberanía nacional se conquistaba a través de la estatización de esos sectores.
Ferrocarriles, teléfonos, correo, exportaciones, importaciones, bancos, hierro, carbón, petróleo, minerales, transportes viales, marítimos, aéreos, hoteles, viñedos, automotores, electrodomésticos, textiles, entre una infinidad de rubros, fueron pasando a manos del Estado. Esta política de intervencionismo estatal no finalizó con la caída del gobierno peronista en 1955. Durante treinta años más, los sucesivos gobiernos de militares, radicales y neo-peronistas siguieron aumentando su participación en los negocios privados.
Uno de los mecanismos más utilizados fue el de hacerse cargo de empresas deficitarias o quebradas, para, de esta manera, evitar la desocupación resultante de esos cierres. Por este camino, el Estado Argentino, nación y provincias, desde 1945 hasta 1990, llegó a ser propietario o socio de más de quinientas empresas. La diferencia con el intervencionismo estatal norteamericano sobre las empresas privadas, es que la nación del norte lo ejecuta únicamente cuando la probable quiebra de una compañía puede lesionar seriamente el sistema financiero y su mercado. El Estado Argentino, nación y provincias, desde 1945 hasta 1990, llegó a ser propietario o socio de más de quinientas empresas.
El peronismo no fue el único sector político argentino que adhirió a este lugar anti-capitalista y anti-marxista. El radicalismo durante la presidencia de Raúl Alfonsín, navegó también en el barco de las indefiniciones ideológicas, sea porque se confundió y creyó que la socialdemocracia, posición a la que Alfonsín adhería, era un socialismo distante del capitalismo o porque en el intento de conquistar a las masas obreras, en su gran mayoría peronistas, asumió posturas populistas que lo alejaron aún más del capital. Todo esto sucedía en el preciso momento en el que los socialistas europeos se estaban acercando, cada vez más, a los principios liberales del capitalismo.
Muchos progresistas traen como ejemplo a las sociedades socialistas de Europa del norte. Evidentemente no han estado nunca en estas naciones o no la han investigado debidamente ya que, por ejemplo, pocos países del mundo tienen una economía tan capitalista y liberal como Dinamarca, Suecia o Noruega.
Una de las consecuencias que tuvo el país por causa de la indefinición ideológica que significó la “Tercera Posición Peronista”, fue el uso y abuso que hicieron de ella todos los sectores de la población. Derecha e izquierda, obreros y empresarios crearon, con el correr de los años, diferentes “patrias”. La patria “socialista”, la “sindical”, la “peronista”, la “montonera” y la “contratista”, tuvieron cada una de ellas, las propias interpretaciones de su doctrina.
En 1958, un pequeño grupo de militantes peronistas, desde la resistencia clandestina, y otro grupo de estudiantes universitarios provenientes de clase media, iniciaron un proceso de revisión de la doctrina peronista a partir de peculiares interpretaciones socialistas. Se comenzó a hablar de un “socialismo nacional”, promoviendo la liberación contra el imperialismo capitalista norteamericano. Para los primeros años de la década del ’70, la enorme incoherencia ideológica del peronismo desencadenó una feroz lucha interna entre sus sectores históricos de la derecha y los del “revisionismo de izquierda”, que se habían incorporado al movimiento.
Después de casi 60 años de aplicación de esta política pendular, habría que considerar seriamente que ya forma parte de la cultura del país. El grueso de la población se define por un camino imaginario que combina el deseo de generar un fuerte desarrollo económico pero realizado de espaldas al capitalismo; con una distribución de las riquezas socialmente justa, pero rechazando al socialismo.
El problema es que esta vía imaginaria sigue siendo hoy incapaz de darnos una esperanza cierta de lograr un futuro mejor. Esto se debe, en parte, a que la inevitable incoherencia que produce todo péndulo, corroe la necesidad de certidumbres que todo ser humano exige para su vida. Y por otra parte, porque esa visión pendular de Perón fue diseñada hace sesenta años, mucho antes del surgimiento de la actual economía global, la revolución de la tecnología informática y el final de las dos polaridades que sostuvieron la “guerra fría”.
En realidad, el problema conceptual número uno que afronta la Argentina es que, por distintos motivos, no puede ponerse al día con la evolución de la historia.