Por Fernando Morales - Infobae.com
Cuando “desaparece” un avión y a más de siete días de ocurrido el hecho nadie, absolutamente nadie es capaz de decir a ciencia cierta si la nave pasó a la clandestinidad o tuvo un accidente, la cosa se complica.
La columna de hoy pretende algo que, al parecer, no está lo suficientemente internalizado a nivel social, ni tampoco, lamentablemente, en los diferentes estamentos del Estado responsables de la conducción de algunas áreas sensibles de la nación.
Debemos reconocer que los argentinos somos excelentes cultores del valor de la palabra "soberanía". Desde la sacrosanta reivindicación de dominio sobre nuestras Islas Malvinas hasta la soberanía económica y cultural, la palabrita nos motiva y entona para darle pelea al que se atreva a cuestionar nuestra argentinidad. La nación argentina, su mar adyacente y su espacio aéreo configuran un todo indivisible donde el Estado nacional ejerce soberanía plena, política, policial, económica y tantas otras. Pero lamentablemente la pregunta subyacente e inevitable es: ¿la ejerce realmente?
Aun a riesgo de reiterarme una y mil veces, repito que al parecer las estrecheces presupuestarias y las urgencias terrenales (entiendo por tales las que suceden en la porción terrestre de nuestro país) dejan un tanto desguarnecidos a nuestros mares y cielos, los que en general se cuidan solos, hasta que algún hecho casi siempre trágico nos tuerce la mirada hacia las costas o nos hace levantarla hacia el firmamento.
Dentro de todo, las contingencias marítimas son atendidas por la propia gente de mar. El brazo del Estado a través de la Prefectura Naval y la Armada siempre estará para dar una mano en la emergencia. Los funcionarios políticos de turno saben que, incluso con medios siempre escasos y con más talento personal que tecnología, la vocación de servicio de los uniformados hace milagros. Al menos algunas veces.
Ello no es óbice para dejar de marcar que papá Estado no presta demasiada atención a lo que sucede mar adentro y, cuando ocurre una tragedia, como la de hace algunos días, el naufragio de un pesquero que se cobró diez vidas, la culpa termina siendo de quien ya no está entre los vivos para defenderse.
Ahora, el aire es otra cosa. Durante muchos años la actividad de la aeronáutica civil estuvo atada al férreo control de la Fuerza Aérea Argentina. Brigadieres y comodoros reglamentaban y decidían sobre todo aquello que no era regulado de alguna forma por la normativa internacional, y con mayor o menor razón, desde los sectores de la aviación civil se reclamaba con vehemencia "el fin de la pesada bota militar en el control de una actividad netamente comercial". Suena sensato mientras no desafine, claro está.
Con la tradicional épica K se le quitó a la Fuerza Aérea el manejo de las torres de control de los aeropuertos. Luego, por un paro gremial de controladores, se lo devolvimos y después, se lo quitamos de nuevo. Además, se creó la policía de seguridad aeroportuaria, cuidando bien de que en sus formas y en su fondo quedara en claro que nada tenía que ver con la vieja y "facha" Policía Aeronáutica. Sus funciones nada tienen que ver con la seguridad de los vuelos, sino más bien se ocupan del orden y la seguridad de los aeropuertos, aunque también se los puede ver allanando el domicilio de algún funcionario procesado o en lugares en los que no vuela ni un avión de papel.
También se creó al ANAC, que viene a ser la Administración Nacional de Aviación Civil, entidad que entiende en todo lo relacionado con la habilitación de personal de vuelo, control de aeronaves y alguna que otra cosa más. En el afán de sumar a la confusión general, ahora tenemos también a la EANA, Empresa Argentina de Navegación Aérea, cuya principal función es la de atender lo vinculado con las aeronaves en vuelo y competir con la anteriormente nombrada ANAC por el control de cualquier cosa que vuele, desde un drone hasta el más sofisticado avión comercial.
Mientras todo anda bien, es como que nada pasa, que nada hace ruido, que nada huele mal. Ahora, cuando "desaparece" un avión y a más de siete días de ocurrido el hecho nadie, absolutamente nadie es capaz de decir a ciencia cierta si la nave pasó a la clandestinidad o tuvo un accidente, la cosa se complica.
SAR es un apocope de la frase search and rescue, es decir, 'búsqueda y rescate'. Hay un SAR marítimo y un SAR aéreo, lo que indica la existencia, al menos en teoría, de una estructura de medios, personal apto y dispuesto a entrar en acción ante un acaecimiento marítimo, aéreo o mixto.
En el agua, la Armada ejerce el papel de autoridad de búsqueda y rescate. En general, los distintos acontecimientos suelen ser atendidos con los medios de la Prefectura Naval, que opera como organismo subsidiario de esa responsabilidad de la marina militar.
En el aire, debería suceder algo parecido, pero, a la luz de lo que informan los propios funcionarios de las entidades aéreas civiles (una de ellas con formato de empresa y no de autoridad), en el presupuesto nacional no hay partida presupuestaria para el SAR aéreo. Tampoco hay medios propios de búsqueda, no hay protocolos definitivamente uniformes para proceder y tal como pasa en este preciso momento, ante un hecho determinado, se arma un comité de crisis que parece más bien un grupo de autoayuda.
Llega la emergencia y los radares no andan o no andan como deberían, entonces, al margen de que el avión siniestrado tuviera o no tuviera el transponder encendido, sólo un radar militar detectó su eco-radar en una pantalla. ¿Y entonces qué hacemos? "Larguemos el llamado a la solidaridad, que vengan la Fuerza Aérea, a la que habíamos echado, la Gendarmería y la Prefectura, que se sumen la Armada y las fuerzas vivas del lugar". Aunque no lo crea, mi querido amigo, hasta se requirieron los servicios de una médium. Todo supervisado por la jueza que entiende en la causa, y la presidente de la Junta de Accidentes, más el asesoramiento de conspicuos pilotos civiles con experiencia en vuelo, pero que obviamente no son rescatistas.
Todo dependiendo del Ministerio de Transportes de la Nación, el mismo que acaba de destinar doscientos millones de pesos a una Dirección de Bicicletas que depende de una Dirección Nacional de Transporte sin Motor, pero que no cuenta con los menores medios para ejercer de por sí un mediano control del espacio aéreo nacional y mucho menos para encarar un rescate.
Parafraseando a una diputada de la nación, "reflexionemos", hoy es tarde para hacer un papel medianamente decoroso en la búsqueda y el rescate del avión recientemente siniestrado. Pero estamos a tiempo de comenzar a prepararnos para la próxima contingencia, la que, por mucho que deseemos, no podremos evitar para siempre.
Nunca podrá, ni la mejor estructura de control ni la existencia del mejor plantel de profesionales, evitar que la desgracia o la negligencia originen un accidente, pero tal vez sí podremos evitar lo que hoy sucede cuando vemos a algunos funcionarios desconcertados, otros, aterrados y, lo peor, descubrir la ausencia en la escena de los máximos responsables de un área que hace rato está huérfana y a la deriva.
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