Por Ricardo Roa - Editorial del diario Clarín
¿Está Bergman preparado para ministro de Ambiente?
¿Y Ocampo, en la Ciudad, para Seguridad?
Al cabo de un año ya se puede ver quién tiene muñeca para lo que le han encargado y quién no la tiene o la tiene y no la muestra. Hay al menos dos ministros que se ponen en capilla más que los ponen en capilla. Uno es el ministro nacional de Ambiente y el otro el ministro porteño de Justicia y Seguridad.
El rabino Sergio Bergman saltó a la fama justamente por su condición de rabino. Carismático y educado, es de esas personas a las que uno buscaría para conversar si entrara en crisis. El problema es que el fuego que angustia a pampeanos o las inundaciones que jaquean a santafesinos no son dramas existenciales. Son tragedias ambientales que requieren planes de contingencia y acción. De esto el rabino sabe mucho menos.
Bergman está identificado con la línea comprometida con los derechos humanos de Marshall Meyer. Hizo posgrados en el exterior. Una maestría en Educación, graduado Suma Cum Laude, que quiere decir destacado, en la Universidad de Jerusalem. Y otras en literatura rabínica en esa ciudad y en estudios judaicos en el Jewish Theological Seminary. Impresionante. Pero nada sobre medio ambiente.
Es un misterio por qué Macri lo puso de ministro de Ambiente. Hace una semana le sacaron el manejo de la ACUMAR, que se encarga del atrasadísimo saneamiento del Riachuelo. Lo corrieron de su tarea más importante. Ante las inundaciones y los incendios no se le ocurrió nada mejor que hacer una declaración bíblica sobre el apocalipsis de fuego y agua.
Bergman sigue pensando como rabino y no como ministro. Igual Martín Ocampo: sigue pensando como el fiscal que fue más que como el jefe político de la Policía unificada que es. Tres policías federales explotaron petardos encima de un retrato suyo en una comisaría. Estudiantina o punta del iceberg del malestar por la fusión con la Metropolitana. O ambas cosas. El ministro no lo aclaró. Como si leyera un parte metereológico le explicó a Marcelo Longobardi que era un daño al patrimonio policial y que había un expediente judicial en el que él no debía meterse.
El currículum de Ocampo no es el del rabino. Sólo consigna el título de abogado de la UBA y una maestría en la Austral sin aclarar si la terminó. De seguridad ni una palabra. Escasez académica que se compensa con abundancia política. Fue militante radical desde joven en Caballito con el caudillo Roberto Maratea que enfrentaba a la Coordinadora de Jesús Rodríguez. De ahí saltó a cargos partidarios y a una diputación en la Ciudad de la mano de su compadre y jefe Daniel Angelici.
Hay menos misterio sobre cómo llegó a ministro. Reparto de áreas entre Larreta y Angelici y el castigo en forma de veto de Macri al ex ministro y ex juez y hoy embajador Montenegro. Debajo de los petardos y del cuadro, Ocampo enfrenta un proceso muy complejo. La Federal pasa a la Ciudad con el escalafón de la Metropolitana, que fusionó a oficiales y suboficiales. Hay inquietud y hay resistencias. Macri tiene dos ministros con problemas, que finalmente son suyos.
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