Por Gabriel Di Nicola, Germán de los Santos - LA NACION
Los criminales son contratados tanto por jefes de la mafia china y grupos narcos como por competidores comerciales y familiares enfrentados
Para la mayoría de las personas que lo conocían en el barrio de Balvanera, Freddy Amarilla, nacido hace 48 años en Aluminé, Neuquén, era un correcto electricista que se ganaba la vida con un trabajo honesto. Pero como Richard Kuklinski, el asesino a sueldo conocido en los Estados Unidos como "Iceman" y cuya historia fue llevada al cine, Amarilla tenía una doble vida. Cuando no estaba con los cables, disyuntores y tomacorrientes trabajaba para la denominada mafia china que le encargaba ataques y ajustes de cuentas a cambio de dinero.
Amarilla está detenido y deberá enfrentar un juicio oral y público por el asesinato del ciudadano chino Chen Jian Zen, crimen ocurrido el 31 de octubre de 2013 en la avenida Caseros al 2400, en Parque Patricios. Está acusado de homicidio agravado por haber sido cometido por precio o promesa remuneratoria.
"Amarilla realizaba, a cambio de dinero, diversos «trabajos» para Xiao [integrante de la mafia china] que involucran el disparo de armas y asalto a locales vinculados a personas asiáticas", sostuvo el juez de instrucción porteño Osvaldo Rappa, que junto con el fiscal Carlos Velarde y la División Homicidios de la Policía Federal Argentina (PFA) tuvieron a su cargo la investigación del homicidio de Jian Zen.
Foto: Pablo Feliz
En otras palabras, para la Justicia y la PFA, Amarilla era un sicario de la mafia china. "Por cada «trabajo» que le encargaban cobraba entre 5000 y 10.000 pesos", sostuvo a LA NACION un detective que participó de la investigación. En el análisis de otros casos se puede determinar que esa cifra de 10.000 pesos es el valor de una vida en la Argentina.
Si bien no hay cifras oficiales sobre la cantidad de homicidios por encargo, en la Argentina el sicariato es un negocio criminal en auge. No sólo la mafia china contrata sicarios, también lo hacen las poderosas bandas narcos. Un caso emblemático fue el doble asesinato ocurrido en la playa de estacionamiento de Unicenter en julio de 2008 cuando acribillaron a dos presuntos narcos colombianos. Por el hecho hay ex integrantes de la barra brava de Boca Juniors detenidos, que según el expediente judicial a cargo de la jueza federal Sandra Arroyo Salgado, cobraron 1.500.000 pesos por un "trabajo" con más riesgos que los enfrentados por los sicarios en otros casos.
Pero, además de bandas narcos y la mafia china, en la Argentina hay lugar para todo tipo de sicarios. Desde el crimen organizado hasta venganzas por temas familiares o peleas de bandas sin mucho poder.
"La lógica de la contratación de homicidas, ya sea locales o extranjeros, es ajena a la estructura que tenga o pueda tener quien paga el encargo. En algunos casos obedece al profesionalismo de los ejecutores, a su discreción, a la necesidad de impedir que los ejecutores luego puedan hacer algún tipo de chantaje a quien encarga la operación, a la ciudad donde se va a llevar a cabo", explicó a LA NACION Nicolás Dapena, experto en seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Los asesinos en motos
El sicariato tiene distintos niveles de sofisticación en el país. El crimen por encargo se impuso en Rosario después de que se desatara a partir de 2013 la guerra de bandas vinculadas al narcomenudeo. El joven en moto que dispara y huye se convirtió en un método eficaz para matar, garantizado por las dificultades de los investigadores en romper los códigos de silencio y miedo de los familiares de las víctimas y testigos.
A Milton Damario alguna vez lo apodaron "el señor de los sicarios". Arrancó en el oficio de matar en su adolescencia, cuando apenas tenía 15 años. Hoy está preso en el penal de Coronda en un sector aislado del resto de los internos, junto con Luis Pollo Bassi, el narco que se sospecha lo contrató para matar a Claudio Pájaro Cantero, líder de los Monos.
En agosto pasado, la justicia condenó a Milton Damario a 16 años por el crimen de Lucas Spina, un muchacho de 25 años que acribilló por error en una esquina de barrio La Tablada el 27 de enero de 2013. Acompañado por su hermano José -condenado a 17 años de prisión-, munidos de ametralladoras iban a matar a otro joven del barrio que estaba en un cumpleaños. Norma Bustos, la madre de Lucas, corrió la misma suerte que su hijo el 20 de noviembre de 2014, luego de que denunciara seis años antes en los medios y en la Justicia a los Damario como los sicarios que dominaban a sangre y muerte la zona.
Uno de los compañeros de Damario, en la cárcel de Coronda, es otro sicario, Pablo Andrés Peralta, de 34 años. Peralta vivía en un departamento con vista al río en Weelrigth y Dorrego, una de las zonas más caras de Rosario. Era "un hombre limpio" para la policía. Hoy trata de matar el tiempo mientras permanece aislado en un sector de máxima seguridad de la cárcel de Coronda. Cree que si el policía Carlos Alberto Dolce no se hubiera cruzado en su camino, estaría a la espera de que suene su teléfono para hacer algún trabajo.
Pero después de que lo detuvieron tras matar a Dolce, en pleno centro de Rosario, empezó a configurarse el perfil de un sicario. Aquel 5 de febrero, Peralta y Hernán Núñez, de 25 años, tocaron el timbre de una clínica en busca del médico Omar Ulloa. Le dijeron a la secretaria que debían entregar "una planta de obsequio para el doctor", que tenía un moño y una tarjeta. Ulloa salió del consultorio y recibió una golpiza y amenazas con un arma. "No abras la farmacia de Maipú y San Lorenzo. Ya te reventé a tiros la puerta de tu casa", le advirtió Peralta.
Un mes antes, el domicilio del médico había sido blanco de varios disparos. Todo se había originado, según consta en la causa, en una pelea entre cadenas de farmacias. Cuando escapaban, Peralta y Núñez fueron interceptados por Dolce, un policía que custodiaba los comercios de la cuadra. Peralta ejecutó al agente de cuatro disparos. Cayó detenido cerca de allí.
A la hora señalada
Peralta ya había intentado matar al abogado Alberto Tortajada en la puerta de su estudio, frente a los tribunales. Unos días antes, el letrado había recibido una llamada de un potencial cliente que requería sus servicios por un caso de narcotráfico. El abogado citó al interesado a las 17 en su oficina.
Tortajada estaba tomando un café en un bar de la esquina, y recibió una nueva llamada. El cliente le avisó que había llegado. El letrado entró al edificio y detrás suyo ingresó Peralta. "¿Usted me espera a mí?", preguntó el penalista de 71 años. Y le respondió con otra pregunta: "¿Usted es el doctor Tortajada?" Tras escuchar "sí", sacó una pistola calibre 22 y comenzó a disparar. Tres tiros impactaron en el cuerpo del abogado, que tuvo su golpe de suerte: la pistola se trabó y salvó su vida de milagro.
La investigación judicial estableció que los dos hechos estaban vinculados. Peralta había sido contratado por una persona ligada al negocio farmacéutico para matar a Tortajada -quien representaba a varios empresarios del sector- y amedrentar a Ulloa, que pensaba expandir su cadena de farmacias en Rosario.
Una discusión, un contrato y una muerte
"Homicidio agravado por promesa remuneratoria". Así encuadró la fiscal Georgina Pairola la imputación contra Darío Motier, quien está detenido desde agosto pasado, tras matar a Fabricio Zulatto, un joven de 21 años que murió de tres disparos en la cabeza y fue enterrado en un pozo en el búnker de una villa de la zona norte de Rosario. Pilo Motier nunca cobró el dinero que le prometió el narco Andrés Soza Bernard, un licenciado en Comercio Exterior que estaba bajo libertad condicional tras asesinar en 2008 a la estudiante Gabriela Núñez de un disparo en la nuca. El crimen de este joven se habría producido por una discusión que mantuvo un mes antes con Soza Bernard, que era proveedor de estupefacientes.
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