Por Alcadio Oña - diario Clarín
El aumento del gasto público no es bueno ni malo en sí mismo. La
cuestión, en realidad, es el cómo y en qué se va, que sea visible en
hechos concretos, sustentable en el tiempo y, además, que no caiga en
bolsones de corrupción. Nunca en la historia hubo un gobierno con tantos
recursos disponibles como el kirchnerista, pero sobran dudas de que haya cumplido con esos requisitos básicos.
Otro tanto pasa con el Estado. Puede ser poderoso sin garantizar una distribución equilibrada de los ingresos, que es una función esencial. Sean chicos o grandes, nunca son neutrales: significan instrumentos de poder político, también útiles para favorecer a grupos y sectores económicos afines.
En cuentas de la Secretaría de Hacienda aparecen algunas muestras sobre cómo están usándose los fondos del Estado o, mejor, sobre cuáles son las prioridades del Gobierno.
Hasta el 3 de noviembre, se había gastado el 88% de la partida anual para prensa y difusión y un 86% del presupuesto asignado a Fútbol para Todos. En una de las cajas destinadas a subsidiar la energía, el número trepa al 94%. Y el crecimiento de los recursos para viviendas y para el Plan Trabajar canta mucha plata puesta en aceitar las chances de los candidatos oficialistas; inútil, viendo el resultado de las elecciones.
Eso es lo mucho. Y entre lo poco, apenas se gastó un 19% del presupuesto que debía ir al saneamiento de la cuenca Matanza–Riachuelo y 54% en el de salud familiar y salud comunitaria.
El resultado del modelo queda al descubierto en el enorme agujero fiscal. Durante los diez primeros meses del año, el déficit alcanza a $ 101.000 millones, o sea, arriba de 16.800 millones de dólares al tipo de cambio oficial.
Habría sido notablemente mayor si no fuese por la montaña de dinero que el Gobierno le saca al Banco Central y a la ANSeS. Cuando a fin de año deba pagar aguinaldos de empleados estatales y jubilados, el monto saltará a una cifra sideral.
Déficit récord y recursos récord, decretos de necesidad y urgencia incomparables y superpoderes empleados a discreción, así son manejadas las cuentas públicas en la era K; especialmente, durante el gobierno de Cristina Kirchner.
Tampoco tiene precedentes la presión tributaria: en relación al PBI, la del Estado Nacional habrá crecido nada menos que 68% entre 2003 y 2013. Y aún con los impuestazos adentro, la de provincias y municipios llega al 40%.
Aunque el kirchnerismo exalte el gasto previsional o la Asignación Universal por Hijo, cuesta encontrar adónde fue el dinero que le tocó a infraestructura, cuando se advierte el estado de los caminos, el ferrocarril, de los puertos y las vías navegables y la falta de cloacas y redes de gas en las zonas más pobres. Lo uno y lo otro va a la cuenta de la década ganada y a la herencia que recibirá quien venga.
Otro tanto pasa con el Estado. Puede ser poderoso sin garantizar una distribución equilibrada de los ingresos, que es una función esencial. Sean chicos o grandes, nunca son neutrales: significan instrumentos de poder político, también útiles para favorecer a grupos y sectores económicos afines.
En cuentas de la Secretaría de Hacienda aparecen algunas muestras sobre cómo están usándose los fondos del Estado o, mejor, sobre cuáles son las prioridades del Gobierno.
Hasta el 3 de noviembre, se había gastado el 88% de la partida anual para prensa y difusión y un 86% del presupuesto asignado a Fútbol para Todos. En una de las cajas destinadas a subsidiar la energía, el número trepa al 94%. Y el crecimiento de los recursos para viviendas y para el Plan Trabajar canta mucha plata puesta en aceitar las chances de los candidatos oficialistas; inútil, viendo el resultado de las elecciones.
Eso es lo mucho. Y entre lo poco, apenas se gastó un 19% del presupuesto que debía ir al saneamiento de la cuenca Matanza–Riachuelo y 54% en el de salud familiar y salud comunitaria.
El resultado del modelo queda al descubierto en el enorme agujero fiscal. Durante los diez primeros meses del año, el déficit alcanza a $ 101.000 millones, o sea, arriba de 16.800 millones de dólares al tipo de cambio oficial.
Habría sido notablemente mayor si no fuese por la montaña de dinero que el Gobierno le saca al Banco Central y a la ANSeS. Cuando a fin de año deba pagar aguinaldos de empleados estatales y jubilados, el monto saltará a una cifra sideral.
Déficit récord y recursos récord, decretos de necesidad y urgencia incomparables y superpoderes empleados a discreción, así son manejadas las cuentas públicas en la era K; especialmente, durante el gobierno de Cristina Kirchner.
Tampoco tiene precedentes la presión tributaria: en relación al PBI, la del Estado Nacional habrá crecido nada menos que 68% entre 2003 y 2013. Y aún con los impuestazos adentro, la de provincias y municipios llega al 40%.
Aunque el kirchnerismo exalte el gasto previsional o la Asignación Universal por Hijo, cuesta encontrar adónde fue el dinero que le tocó a infraestructura, cuando se advierte el estado de los caminos, el ferrocarril, de los puertos y las vías navegables y la falta de cloacas y redes de gas en las zonas más pobres. Lo uno y lo otro va a la cuenta de la década ganada y a la herencia que recibirá quien venga.
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