Miles de hinchas de San Lorenzo celebran orgullosamente su sentido de pertenencia con el proyectado retorno de su estadio a su lugar original. Paradójicamente, miles de vecinos del barrio de Boedo no ocultan su justificado fastidio con el regreso del llamado Viejo Gasómetro, vendido en 1980, y expresan fundado temor ante la posibilidad de que el desorden y la intranquilidad se adueñen de la zona.
Finalmente, la obsesión de tantos hinchas azulgranas por la vuelta a Boedo se vio concretada, al menos en los papeles, con la reciente firma del boleto de compraventa por el cual la empresa Carrefour cedió al club parte de los terrenos que ocupaba en la avenida La Plata al 1700 para la construcción de un nuevo estadio en el antiguo emplazamiento.
El acuerdo llegó tras la ley de restitución aprobada por la Legislatura porteña el 15 de noviembre de 2012 y una posterior negociación entre San Lorenzo y Carrefour, en función de la cual el club se comprometió a pagar unos 110 millones de pesos, de los cuales ya canceló la mayor parte, y otros 4 millones de dólares en cuatro cuotas anuales a partir de julio próximo. Así, según lo anunciado por los principales directivos de la entidad deportiva -su presidente, Matías Lammens, y su vicepresidente, el conductor televisivo Marcelo Tinelli-, la construcción del nuevo estadio se iniciaría en 2018, con la idea de finalizarlo dos años después.
El proyectado estadio de San Lorenzo inquieta a vecinos de Boedo.
Cabe preguntarse, una vez más, cuál sería el sentido de recuperar aquellas dos hectáreas de la vieja cancha con una inversión muchas veces millonaria para montar un segundo estadio. San Lorenzo dispone en el sur de la ciudad de un predio de 27 hectáreas donde inauguró su actual estadio en 1993.
Es que el sentido de pertenencia que esgrimen los hinchas del club se contrapone al sentido común. Ya hemos señalado desde esta columna editorial la inconveniencia de construir grandes estadios para eventos deportivos o musicales en zonas residenciales y densamente pobladas. Está demostrado que estas canchas suelen convertirse en auténticas torturas para quienes viven en sus alrededores. Una cosa es una sede social y otra muy distinta una cancha de fútbol. Las alteraciones a la circulación de peatones y vehículos, y a la actividad comercial, la inseguridad y el impacto ambiental sobre los vecinos y sus viviendas no pueden obviarse graciosamente. Los trastornos que ocasiona el desplazamiento masivo de personas a un estadio se suman a las graves molestias, incluidas peligrosas vibraciones, que la potencia de los equipos de audio utilizados en recitales suelen ocasionar.
Los espectáculos deportivos o musicales masivos generan un problema adicional a los vecinos en largas jornadas volviéndolos parias en su propia tierra. Los habituales operativos de seguridad con vallados impiden la libre circulación de vehículos por la zona, la presencia de barras bravas y de comerciantes ilegales que invaden veredas, sumados a los tristemente célebres "trapitos" que "ordenan" gravosamente el estacionamiento a su antojo y sin control, ubicando automóviles por doquier, incluyendo veredas y salidas de garajes, ante la sugestiva indiferencia de los efectivos policiales, son parte del paisaje en los entornos de estadios. Sobran los motivos para que el valor de las propiedades en esas zonas decaiga.
Cuesta entender cómo los legisladores porteños cedieron ante la presión mediática de un directivo de San Lorenzo, sin reparar en el grave error que configura seguir construyendo estadios en áreas densamente pobladas de la ciudad.
Es de esperar, de no haber vuelta atrás con esta disparatada medida que preocupa a los vecinos, que al menos se promueva un diálogo fructífero con las autoridades de San Lorenzo para buscar alternativas que atenúen las consecuencias conflictivas de una decisión que nunca debió tomarse.
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