Por Fernando Rodríguez para LA NACION
El tránsito en la ciudad de Buenos Aires se ha vuelto definitivamente algo inviable, que crispa a los automovilistas y a quienes están obligados a trasladarse por transportes públicos y que enloquece a los peatones, víctimas pasivas de bocinazos y de maniobras peligrosas de quienes tratan de esquivar los crecientes obstáculos.
Cada contingencia convierte la circulación vehicular en una pesadilla; las calles y avenidas porteñas ya no pueden lidiar con el consecuente embotellamiento. El caos vehicular, que afecta especialmente la zona céntrica y los circuitos comerciales más importantes de la Capital, es producto tanto de la histórica falta de planificación en materia de tránsito y de los piquetes y manifestaciones a las que ninguna autoridad parece controlar como del aumento de la cantidad de vehículos que circulan por el distrito (el primer trimestre del año fue récord en materia de patentamientos: 66.608).
Curiosamente, quienes viven en la ciudad y transitan por ella terminan siendo víctimas tanto de la imprevisión y de la falta de respeto como del "éxito" económico. Víctimas de lo peor y de lo mejor del país. Cada contingencia convierte el tránsito en una pesadilla. Cada piquete espontáneo se vuelve un problema insoluble.
Las medidas que se han tomado hasta ahora, vinculadas con el transporte público, han aportado algunas soluciones en cuanto a la circulación de colectivos y taxis, pero han demostrado que están muy lejos de ser las definitivas ni las únicas que se precisan. Mientras tanto, el transporte público (colectivos, trenes y subtes) sigue siendo deficitario, no garantiza celeridad y es esa cuestión precisamente la que lo desalienta como alternativa, excepto para quienes no tienen otra forma de movilizarse, claro.
Algunas viejas promesas de infraestructura suenan hoy casi a mito. La autopista ribereña y sus múltiples trazas propuestas (elevada, soterrada, detrás de los docks de Puerto Madero, sobre el río) podría aportar soluciones, pero hoy es casi una quimera. La proyectada duplicación subterránea de la avenida 9 de Julio en forma de autopista sucumbió acuciada por amparos que, en septiembre pasado, finalmente desalentaron su ejecución. Del grandilocuente anuncio de ensanchar la General Paz (hoy colapsada por el tránsito entre los accesos norte y oeste) sólo quedan carteles a la vera de esa autovía de circunvalación.
Iniciativas destinadas a desalentar el uso del automóvil están en una etapa incipiente. El Metrobús, ese ómnibus doble, articulado, que en su primera versión circulará por los carriles centrales de la avenida Juan B. Justo, promete tránsito rápido de pasajeros en el eje Este-Oeste, pero todavía está por verse cómo absorberá el flujo de vehículos particulares con dos carriles menos para ellos.
Lo mismo pasa con las ciclovías: todavía no llegaron a seducir más que a un puñado de aventureros que prefieren la bicicleta para pasear y no para trabajar; eso sí: se perdieron muchos carriles para el tránsito vehicular y, en algunas zonas del centro, para el estacionamiento medido.
La falta de una estrategia clara de desarrollo del tránsito urbano, de pensamiento integral de las soluciones en infraestructura, normativa y servicio, se profundiza porque se ha convertido en otro campo de guerra entre la Nación y la ciudad. Por caso, la obra de la autopista Illia en sentido norte, a cargo del gobierno local, no avanza porque sus pares nacionales no se deciden a correr, como es necesario, 15 metros el alambrado perimetral del Aeroparque. La misma pelea está detrás de la demora en la ampliación de la red de subterráneos.
Y cuando la pelea no es entre gobiernos es con los vecinos: así como, en unos casos, hay obras que podrían proveer soluciones detenidas por amparos judiciales presentados por ciudadanos que intuyen un perjuicio, en otros la forma en que se llevan adelante las obras genera, efectivamente, un perjuicio en los vecinos y, también, en los automovilistas, que, desviados por los trabajos de las máquinas viales, vuelven a caer en nuevos embudos que transforman la ciudad toda en un laberinto sin fin.
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