Mauricio Macri es, tal vez, el único presidente del planeta que no tiene derecho a la esperanza frente a Donald Trump . Lo conoció y lo frecuentó hace 30 años. Esa relación se hizo esporádica sólo mucho tiempo después, cuando el actual presidente argentino se dedicó a la política, ya a comienzos de este siglo.
Macri sabe que Trump tiene un temperamento imprevisible, autoritario, cambiante, a veces caprichoso. Han hablado una vez por teléfono después de que Trump fue elegido, pero Macri prefiere mantener la distancia, quizá para no correr la suerte del primer ministro australiano o del presidente mexicano, a quienes el jefe de la Casa Blanca destrató en conversaciones telefónicas. Es fácil advertir en sectores del oficialismo cierta nostalgia por los tiempos de Barack Obama, cuando los líderes mundiales competían por la belleza moral de sus discursos.
A pesar de todo, cabe preguntarse si el gobierno argentino tomó nota de que el mundo que lo recibió ya no existe. Una síntesis arbitraria podría decir que el mundo de hace poco más de un año era el del universo de Davos, promotor de la globalización, del libre comercio y de un intenso intercambio financiero. Las ideas estaban claras. Democracia, libertad para comerciar y liberalismo político conformaban el trípode que sostenía los principios de Occidente. China y Rusia emergían como grandes países que podaban el árbol de esos principios: aceptaban (aceptan) las reglas del capitalismo, pero detestan la democracia y las libertades políticas y personales.
Trump vino a mezclar todo, porque rechazó dos elementos clave de la globalización: la libre circulación de las personas y el libre comercio. Es cierto que el planeta se hizo cada vez más peligroso por la aparición de un terrorismo inhumanamente creativo para matar a personas inocentes. Las consecuencias positivas de la globalización son irrefutables, pero la política gastó demasiado tiempo en reflexionar sobre sus consecuencias negativas. Discutió largamente sobre la falta de conducción política de un proceso incesante e imparable. No hizo nada. Ahora bien, ¿las formas y el contenido de las soluciones que aplica Trump son las correctas? No, evidentemente, porque sus políticas son agresivamente proteccionistas en el terreno de la economía y están despojadas de los valores humanistas de la cultura occidental.
Los enemigos declarados de Trump son, hasta ahora, México, Europa y China. Es novedoso el caso de México, país con el que todos los gobiernos norteamericanos tuvieron especial cuidado para relacionarse. México es uno de los dos únicos países (el otro es Canadá) que tienen frontera terrestre con los Estados Unidos. Todas las administraciones de Washington, por otro lado, manifestaron su apoyo a la Unión Europea, donde está el mayor número de aliados de los Estados Unidos en la OTAN, la alianza militar del Atlántico Norte. China es un caso especial, que provocó siempre en Washington cierto malestar por su agresividad comercial, aunque siempre, también, prevaleció la tesis de Henry Kissinger de que los Estados Unidos debían respaldar a China para debilitar a Rusia (o, antes, a la Unión Soviética). La asombrosa novedad actual es que Trump se siente más cómodo con el déspota ruso Vladimir Putin que con cualquier otro líder mundial.
La retórica contra Trump comenzó siendo un murmullo en la diplomacia internacional. Así era hasta que en los últimos días se pronunciaron el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, y los principales líderes europeos, quienes criticaron formalmente las políticas de Trump. Sin embargo, el ex presidente del gobierno español Felipe González acusó de "cobardía" a los países europeos por no ser más claros en el cuestionamiento a Trump. "Sería un error caer en políticas antiyanquis", dijo, y agregó: "No hay que cuestionar las políticas de los Estados Unidos, sino las políticas de su presidente". La línea propuesta por Felipe tiene un consenso bastante amplio en expertos diplomáticos de la Argentina. Aconsejan: el gobierno de Macri no debe hacer retórica anti Trump, pero debe establecer que no renunciará a los principios de libertad y respeto a las personas, tal como lo hizo la canciller alemana, Angela Merkel. Mostrar principios, no confrontar.
El gobierno de Macri es el más sólido en América latina si se coteja el grado de popularidad de los presidentes. Tiene una responsabilidad más grande que el resto; por lo tanto, sobre todo porque Trump está derrumbando el mundo en el que Macri quería reinsertar a la Argentina. Las primeras prioridades del presidente argentino fueron siempre Brasil y la Alianza del Pacífico, como una escala hacia el más amplio Tratado de Asociación Transpacífico, en el que participaba Estados Unidos hasta que Trump lo sacó de ahí. Brasil reingresó en una crisis política de imprevisibles consecuencias con las nuevas denuncias de corrupción. México es un protagonista esencial de la Alianza del Pacífico y de la Asociación Transpacífico, pero es sometido a la humillación cotidiana por la Casa Blanca.
A Macri sólo le queda la esperanza de que una Europa más preocupada le preste mayor atención al proyecto de libre comercio con el Mercosur, que se negocia desde hace 15 años. Sucede que también Europa está inmersa en su propia crisis en un año en el que, además, sus principales países deberán revalidar o cambiar sus liderazgos políticos. Los proyectos de reforma tributaria de Trump (beneficio a las exportaciones y castigo a las importaciones) podrían tener un efecto dominó en políticas proteccionistas en el resto del mundo.
Macri tenía el proyecto de hacer de la Argentina el "supermercado" del mundo en lugar del viejo concepto de "granero" del mundo. Es decir, potenciar con exportaciones al sector agroindustrial. Trump es un escollo y lo será aún más si sus políticas revalúan el dólar. Podrían caer los precios de las materias primas y podría, también, complicarse el acceso a los mercados financieros internacionales. Por eso, dejar solo a México ahora es un error político. No se trata de practicar el parloteo antinorteamericano, sino de concretar gestos de acercamiento y de solidaridad con el país azteca.
La canciller Susana Malcorra viene de una experiencia internacional en la que prevalecía el amable multilateralismo de Obama. Su equipo en la Cancillería está formado por diplomáticos antikirchneristas que anhelaban volver a los cargos en la burocracia, aunque hasta ahora no han demostrado que se hayan preparado para ocupar esas funciones. El propio Macri cultivó su amistad (y su ilusión) con el brasileño Temer, cuya estabilidad en el puesto está en duda; con el italiano Matteo Renzi, que perdió un referéndum inútil y concluyó como primer ministro, y con el francés François Hollande, que abandonó la carrera por la reelección y terminará como presidente dentro de pocos meses.
El problema de Macri con Trump no son las visas de los argentinos (que sólo volverán a ser como eran hasta hace pocos meses) ni la exportación de limones a los Estados Unidos (que estuvieron vedadas durante 15 años). El problema es mucho más amplio y profundo, porque obliga al gobierno argentino a una reformulación de su política exterior si quiere relacionarse con un mundo donde han caducado las viejas certezas.
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