Desde el aire. Un pozo de shale en Loma Campana, un área de concesión que explora YPF.
El sol quema el desierto neuquino. Los 40 grados se tornan una
tortura bajo los mamelucos de seguridad que usan los operarios. En SOIL
28, un pozo petrolero que parece perdido en la nada, está sucediendo lo
que es la mayor noticia de la producción energética argentina: están
fracturando las rocas, a 3.000 metros de profundidad, para extraer el
petróleo no convencional, el
shale , la promesa negra.
En otro momento se podrá discutir los riesgos económicos del
shale
y la sobreoferta de dólares que puede generar, tensando la
competitividad hasta de la soja. Pero aquí, en Loma Campana, a pocos
kilómetros de la única localidad de la zona, Añelo, sólo hay polvo,
piedras y arbustos resecos. Y
los camiones corren, con riesgo de chocar
por el exceso de tránsito en medio del desierto (vaya ironía). Hugo
Guiñez, neuquino, técnico electrónico, hace 8 años empleado de YPF,
cuenta con detalle cómo
hace tres años empezó a trabajar en los equipos que rompen las rocas subterráneas para sacar los hidrocarburos allí atrapados.
“En cada fractura, inyectamos 1.100 metros cúbicos de agua y 5.700 sacos de arena”,
precisa. Esa arena y agua a presión rompen la piedra en la profundidad,
generan los canales por donde pasarán el petróleo y el gas. No es tarea
sencilla, claro. Primero que ese agua equivale a
más de un millón de litros,
y estamos en medio del desierto: hay que traerla en camiones,
acumularla en decenas de contenedores azules, alineados como barracas de
un ejército en guerra.
La arena es otro caso: la que están usando aquí viene de China.
La logística es importante. Pero la gente pone mucho de sí también. Hugo, por ejemplo,
trabaja 7 por 7:
una semana en el campamento, una semana en su casa. Y el campamento son
sólo los pozos, los camiones, las casillas rodantes. Nada más. Los
turnos de trabajo de los empleados de la contratista Schlumberger, la
misma que empleaba antes al presidente de YPF Miguel Galuccio,
son de 12 horas,
de 7 a 19. Los de los empleados de YPF pueden ser más extensos: en la
noche aprovechan para alinear los insumos. “Dormimos de a ratos”, dicen.
Ganan entre 20 y 30 mil pesos de bolsillo, la mayoría tiene entre 30 y
45 años y son hombres. “Ayer vino una ingeniera”, dicen los técnicos,
como
disculpándose de tanta ausencia femenina.
“En cada pozo tenemos que hacer unas cinco fracturas”, cuenta Hugo. ¿Qué es esto? Bueno, aquí en el SOIL 28, ya inyectaron agua con arena
a 7.500 PSI de presión
(una cubierta de auto tiene 36) para romper la piedra a 3.200 metros
de profundidad. Ahora están haciendo lo mismo a 3.100 metros. Y todavía
deberán volver a repetir la operación. El aire atruena con el sonido de
las
10 bombas en paralelo que empujan arena y agua hacia el
subsuelo a esa potencia. El jefe de la operación, Osvaldo Alarcón,
indica a los operadores de cada bomba cuándo subir la presión, cuando
bajarla. Señala subir el despacho de arena, bajarlo.
El programa es
preciso,
tiene que hacer tres fracturas por día. Justo en este
momento está con la segunda, a pleno mediodía, el sol incendia el
terreno, el aire acondicionado es para los técnicos y las computadoras,
el resto trabaja afuera, con botas y casco, además de las mangas largas
de la ropa de seguridad.
Tienen exactamente 28 minutos para terminar la inyección de arena. Así, allí abajo, la piedra
se está rompiendo en un radio de 150 metros alrededor del pozo,
en las fisuras se insufla arena mezclada con geles que en un rato se
solidificarán, para más tarde licuarse, cuando estallen micropartículas
de disolvente que tienen en suspensión: así la arena pasará a ser el
canal transmisor del crudo.
El SOIL 28 tiene aquí un hermano
gemelo, el SOIL 29, otro pozo de YPF. A este último ya le hicieron las
fracturas. Cada una fue sellada con un tapón que cierra el caño de 5
pulgadas que une la superficie con esas profundidades. Ahora vienen
quienes remueven los tapones, los que colocan las dos válvulas de
seguridad que hacen que no se escape el petróleo al aire. Luego los que
levantan la torre de producción. Primero se hace el pozo. Luego trabaja
el equipo de fractura durante una semana. Luego, un período similar para
los que ponen el pozo en producción.
Un cartel dice: “Apagar los celulares”.
“Aquí hay explosivos”,
advierte Hugo. Es que para producir la ruptura se introduce en las
entrañas del pozo, a la altura que los geólogos determinaron como
óptima, un caño relleno de explosivos. Cuando estos estallan, abren
agujeros en el acero y el cemento que rodean al pozo, y así comienza la
inyección de agua y arena, el “fracking”.
Hablando con Hugo y sus compañeros de trabajo, surge un tema urgente:
¿el shale contamina las napas de agua?
Juran y rejuran que no, que el trabajo bien hecho aisla totalmente el
pozo de los acuíferos. Que no hay riesgos serios de contaminación. Pero
reconocen que esto mismo deben explicarlo
una y otra vez en sus barrios. Que lo que más duele es
cuando es uno de sus hijos
quien lo plantea al volver de la escuela. “Tenés que tomarte un rato
largo y explicarle bien lo que estás haciendo acá en el pozo”, dicen.
Al
levantar la vista más allá del corto perímetro del territorio de SOIL
28 y 29, se ven muchos otros grupos de gente trabajando en medio del
desierto. Se cuentan una decena, repartidos entre las lomadas de piedra.
Cada campamento suma un par de pozos. Cada uno está empezando a extraer
el petróleo más profundo.
La Vaca Muerta empieza a ser revivida.