A pesar de la poca probabilidad de un conflicto interestatal en el corto plazo, la dirigencia debe considerar a la Defensa como una inversión, y no como un gasto.
Desde hace décadas, se viene escuchando que no se cierne ninguna amenaza militar sobre la Argentina. Entonces, ¿para qué tener fuerzas armadas? Esta es la gran pregunta en el debate político militar. La afirmación sobre la ausencia de amenazas es muy discutible; sin embargo, tomándola como cierta, la respuesta es simple: las Fuerzas Armadas deben asegurar la proyección del poder del Estado hasta el último rincón de aquellos espacios que reclama como suyos. En otras palabras, deben asegurar la integridad territorial y los intereses vitales inherentes a la existencia misma del Estado.
Para comprenderlo, es esencial ampliar el horizonte temporal sobre la evolución de las fronteras, tanto hacia el pasado como hacia el futuro. ¿Qué edad tienen las fronteras nacionales tal como las conocemos? Podríamos remontarnos a 1902, con la firma del Tratado de Límites con Chile, sin contar los "retoques" que casi nos llevan a una guerra en 1978 por el tema del Beagle. Luego, la visión de un estadista que firmó el Tratado de Paz y Amistad con el país hermano ocluyó las posibilidades bélicas. Sin embargo, ¿cómo evolucionaron las fronteras de los países europeos en los últimos ciento cincuenta años? Alemania se unificó después de la guerra franco-prusiana en 1870 y se dividió al final de la Segunda Guerra Mundial. En 1990, se unificó nuevamente. Yugoslavia estalló con la tercera guerra de los Balcanes, Georgia perdió Osetia del Sur y Ucrania perdió Crimea recientemente.
Así como el lenguaje es susceptible de interpretarse de manera diferente con el paso del tiempo, los tratados de límites también. Los límites son una convención que está muy lejos de ser pétrea, sobre todo cuando impera la debilidad en los Estados. Polonia es el caso citado habitualmente, si recordamos al pasar que su decisión de no modernizar sus fuerzas armadas facilitó a Hitler la decisión de invadirla. El resultado es conocido.
Si extendemos la mirada hacia el futuro, nos preguntamos si alguien puede asegurar que los límites de la República Argentina serán los mismos dentro de cien años. Una respuesta positiva solo podría fundamentarse en la voluntad de sostener estos límites, si el Estado dispone de la última ratio, esto es, fuerzas armadas equipadas y educadas para cumplir con su misión.
Muchos toman como un cliché la importancia de las riquezas naturales de nuestro país en un mundo donde las variables del crecimiento demográfico, así como la demanda de alimentos, de energía y de recursos estratégicos son crecientes. Al mismo tiempo, la dispersión no controlada de armas convencionales y no convencionales, el incremento de organizaciones criminales transnacionales y el cambio climático, entre otras circunstancias, acrecientan la entropía estratégica en el planeta.
Esta entropía se ve dinamizada por la actual configuración del mundo, en la que se vislumbra una especie nueva de guerra fría y un recrudecimiento de la amenaza bélica entre las grandes potencias. Quienes conducen la defensa deberían tomar nota de este cliché porque cabe preguntarse si tenemos una política de defensa que garantice nuestra integridad territorial a largo plazo.
Desde hace varias décadas, las únicas políticas de Estado que se mantuvieron en materia de defensa fueron el juzgamiento de los militares por los hechos de violencia de la década del setenta, el control civil de las fuerzas armadas y la reducción presupuestaria. El juzgamiento se concentró en las fuerzas del Estado y desvió la mirada de quienes provocaron la guerra revolucionaria. El control civil es un principio fundamental del funcionamiento democrático, pero fue utilizado para humillar a los militares y para ajustar la tercera política, la reducción presupuestaria, hasta los límites de la inanición.
UNA MIRADA ESTRATÉGICA
Algunos académicos desprecian la estrategia, aunque nunca han conocido el objeto de estudio que investigan: las Fuerzas Armadas. Sus parámetros científicos están obnubilados por la ideología. La mayoría de las veces estos académicos pertenecen a organizaciones financiadas por empresas e instituciones extranjeras cuyos intereses no coinciden con los del país. Existe también una red de becas y subsidios académicos que otorgan prestigio y permiten un buen estándar de vida a quienes se dedican a predicar contra las Fuerzas Armadas. Hay que aceptarlo, es un país libre, pero los funcionarios responsables de la Defensa deben tomar conciencia de estas realidades.
Una rápida mirada sobre la Argentina nos permite ver tres países: al norte, un país pobre; en el centro, un país rico; y al sur, un país continental y marítimo vacío. Enclavada en nuestra plataforma continental, una potencia extranjera refuerza permanentemente su poder militar. La proyección de ese territorio apunta a la Antártida, y vale recordar que varios sectores del continente blanco pretendidos por otras naciones se superponen con los reclamados por nuestro país.
El norte del país se encuentra en una situación de subdesarrollo insostenible, con evidencias claras de una progresiva transformación en un enclave territorial del narcotráfico y el crimen organizado. Estos poderes criminales no reconocen fronteras ni soberanías de Estados nacionales, provinciales o municipales. La droga en nuestra frontera norte está fagocitando a nuestras provincias. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que el inmenso poder del dinero narco se transforme en la principal fuente de recursos para una población empobrecida, sin proyectos ni voluntad por parte de los Estados provinciales y del Estado nacional de defenderla e incluirla en el desarrollo?
Enclavada en nuestra plataforma continental, una potencia extranjera refuerza permanentemente su poder militar
Obviamente, el poder narco no se detiene allí, ya que el consumo local y la distribución hacia otros mercados mundiales se producen en las grandes ciudades. Lo afirmamos sin eufemismos: la Argentina es "un plato para devorar". Es estratégicamente débil, con valiosos recursos, pero carente de un proyecto de país que incluya una política de Estado en materia de defensa. Se acabaron los clichés.
La dirigencia política apuesta al crecimiento y desarrollo porque está convencida de que la Argentina atraerá inversiones e irá licuando el déficit fiscal que desequilibra todas las variables de la macroeconomía. Lo que no se tiene en cuenta es que defensa, seguridad y desarrollo están íntimamente relacionados. La capacidad de la defensa incrementa la seguridad del Estado y lo fortalece como actor estratégico, otorgándole mayor libertad y confiabilidad internacional para promover el desarrollo humano.
Al observar las democracias fuertes en el mundo (Estados Unidos, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Canadá, Australia, etc.), se advierte que sus sistemas de defensa son fuertes. Democracia sin defensa es un contrasentido, y de allí se desprende la necesidad de un Estado seguro y fuerte. El rol que cumple el sistema de defensa en esa solidez estratégica no parece entrar en el radar de la política nacional. Es tal el nivel de desconocimiento, ideologización y visión cortoplacista que nadie parece saber qué hacer con las Fuerzas Armadas.
Un soldado equipado con visor nocturno monta guardia bajo el cielo de la Patagonia. Foto: Archivo DEF.
Es fundamental revertir el proceso de brutal e irresponsable deterioro de la capacidad de defensa del país. El Reino Unido, por ejemplo, por la sola presencia de los familiares de soldados caídos, incrementó sus capacidades militares en las islas. Nosotros perdimos un submarino y la reacción del Estado fue asignar a las Fuerzas Armadas uno de los presupuestos más bajos de la historia en términos de porcentaje del PBI. ¿Disciplina fiscal o negligencia en el cumplimiento de los deberes públicos? No es un cliché recordar que el gobierno anterior terminó su mandato con una acusación de traición a la Patria, que ya ha llevado a algunos de sus responsables a la cárcel.
El resto de los países de la Región (Chile, Brasil, Perú, Colombia) se encuentran en procesos de modernización y reequipamiento de sus fuerzas armadas, pero aquí los profetas antimilitares sostienen que actualizar nuestro sistema de defensa o hablar del equilibrio estratégico es hablar de "carrera armamentista". El cambio de gobierno no da muestras claras de haberse desembarazado de los terribles preceptos ideológicos que destruyeron las capacidades militares. Los comisarios políticos siguen ejerciendo su infausta tarea de debilitar el poder de la Nación.
Es fundamental revertir el proceso de brutal e irresponsable deterioro de la capacidad de defensa del país
Las Fuerzas Armadas tienen más de doscientos años de historia –la edad de la Argentina– y han sido protagonistas del esfuerzo que significó organizar y consolidar el Estado argentino. Quienes conducen el Estado le deben respeto a la historia grande de la Nación y deben ser leales a quienes dieron su vida y su sangre para que fuéramos libres y soberanos.
POLÍTICA DE ESTADO
Comprendemos las limitaciones y los problemas económicos del país, pero ¿es aceptable que la desinversión en nuestro sistema de defensa se mantenga durante más de tres décadas? Esto ha permanecido inalterable en todas las administraciones. Esto solo puede definirse como la antipolítica de defensa. La responsabilidad no es de un gobierno sino de todos, de una clase dirigente en la que incluimos a las propias Fuerzas Armadas.
Si bien un conflicto interestatal es poco probable en el corto plazo, ¿lo es en el largo plazo? ¿Quién lo puede asegurar? A muchos les resulta repugnante la idea de una guerra y de armarse para defender lo nuestro. Esta convicción es el mayor de los desarmes, un desarme moral, una ética decadente y basada en un pacifismo malintencionado e ingenuo.
No agitamos el fantasma de la guerra. Ese fantasma recorre el mundo. Quienes escribimos este texto hemos conocido la guerra y sus terribles consecuencias. Y es porque la sufrimos por lo que estamos convencidos del significado de la máxima "si quieres la paz, prepárate para la guerra". No basta con la decisión unilateral de evitar el uso de la violencia armada. En este mundo caótico, bélico y peligroso, esta decisión lo único que hace es poner en peligro a nuestra gente, nuestros recursos, nuestra libertad.
Ante la historia, corremos el riesgo de ser una generación que traicionó los intereses esenciales de la Nación expresados en nuestra Constitución Nacional, riesgo que afecta especialmente a quienes tienen la responsabilidad de conducir los destinos de la República.
La Defensa es una inversión, no un gasto. No se la puede improvisar con un par de buenas cosechas. Remontar un sistema de defensa que garantice a largo plazo la supervivencia de la Nación exige un gran esfuerzo, y es preciso comenzar hoy. ¿Se tiene conciencia de las energías materiales y espirituales que deben ponerse en juego para tener fuerzas armadas eficientes, con una doctrina moderna y capaces de interoperar con otros Estados?
Se pregona que las Fuerzas Armadas deben ser una "herramienta de la política exterior". En las democracias reales, esta herramienta se adecua a las exigencias del mundo actual, pero ¿estamos en condiciones de serlo? La respuesta es no. Solo con un importante apoyo de las Naciones Unidas o de una gran potencia, podríamos desplegar y sostener una misión en el exterior. Comparemos esto con la decisión europea de desarrollar la PESCO (Permanent Structured Cooperation), una reformulación de la iniciativa de defensa europea, más allá de la OTAN.
Cerramos este artículo con una opinión personal que debería debatirse en las áreas de poder con responsabilidad sobre la Defensa. La tarea de reconstrucción de nuestro sistema de defensa debe ser una política de Estado, que debe comenzar por definir con claridad los desafíos estratégicos que involucran a la Defensa, los que, a nuestro entender, son los siguientes:
1. Garantizar el dominio de los espacios territoriales nacionales soberanos.
2. Fortalecer la seguridad y la libertad de acción del Estado en la promoción de políticas de integración y promoción del desarrollo humano.
3. Contribuir al mantenimiento de la paz interior.
4. Fortalecer la posición argentina en cuanto a sus pretensiones sobre la Antártida.
5. Asegurar la inviolabilidad de las fronteras nacionales, particularmente, la frontera norte.
6. Garantizar la preservación y exclusiva explotación de los recursos naturales y estratégicos por parte del Estado argentino.
7. Fortalecer el control y la capacidad disuasiva en la Patagonia y el Atlántico Sur.
Charles de Gaulle sostuvo que Francia no era Francia sin grandeza. La grandeur nunca dejó de definir el destino del país galo. Sin pretensión alguna, decimos: la Argentina no es la Argentina sin poder militar. Le pese a quien le pese.
*Los autores son coroneles VGM (R) del Ejército Argentino. Oficiales de Estado Mayor.
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