lunes, 15 de diciembre de 2014

El guardián de los tesoros del Rosedal

Por María Pagano  | LA NACION

Juan Cruz es el custodio de más de 8000 rosales en Palermo. Foto: Soledad Aznárez

En el Rosedal de Palermo hay entre 8000 y 8500 rosales. Las más de 100 variedades se distribuyen en unos 200 canteros en los que se van entretejiendo, como en un edredón, distintos matices de naranja, rosa, rojo, fucsia, blanco, amarillo y verde. Semanas atrás, allí se colocó una placa que distingue a este tapiz de pétalos y espinas como "Jardín de Excelencia" a nivel internacional.

Uno de los responsables de conservarlo vivo y floreciente es Juan Cruz Petracchi, quien supervisa y dirige la poda, fertilización y desmalezado, entre otras tareas que realizan a diario los cuatro asistentes del Jardín de Rosas.

Juan Cruz es ingeniero agrónomo y tiene 34 años. Antes de cumplir los 30, trabajaba para una importante empresa cerealera, pero renunció, se fue de viaje, empezó a estudiar Paisajismo y se convirtió en Jefe de Obra de El Rosedal.

En el ciclo de las rosas, octubre es la época de mayor floración. Durante junio, julio y agosto, los rosales se podan por completo hasta dejar el palo ralo y, entre noviembre y diciembre, la tarea principal es cortar las flores senescentes o marchitas. La poda es un trabajo fundamental.

"El hombre busca perdurar como individuo, pero la planta, como especie, busca generar semillas. Si no se cortan las flores que se secan, la planta empieza a dedicar todos sus recursos a la semilla, que es la que da el fruto. Con la poda se interrumpe ese ciclo y todos los esfuerzos se concentran en la flor", explica Juan Cruz. Luego, con la fertilización, la pulverización y el desmalezado se reanuda el ciclo y continúa el crecimiento.

Los visitantes del Jardín no paran de acercarse a hacerle preguntas. Para él, el secreto de la poda es cortar la yema en el punto justo por encima de las hojas desarrolladas. Una señora le comenta que al limonero de su quinta se le achicharran las hojas. Luego, una mujer se saca una foto con una de las rosas recién podadas, mientras que al rato otra le reclama por qué días antes no la dejaron llevarse una a ella también.

Otro de los trabajos de mantenimiento consiste en perfilar los canteros para conservar el formato lo más fiel posible al de Benito Carrasco, tal como los diseñó originalmente en el siglo pasado. No hay cordones de cemento, sólo taludes de césped que separan el cantero de la granza. El talud cumple un rol estético, pero también una función esencial: permitir que el agua escurra sin estancarse.

Ni bien llegó a El Rosedal, Juan Cruz hizo instalar un sistema de riego automático por goteo, una red de mangueras negras que se ramifican, casi invisibles, entre los rosales, cubiertas por una capa de cortezas de pino que, además, mantienen frío el suelo y protege a las rosas de las malezas.

Es que, junto con la humedad, las malezas son las principales amenazas de las rosas del Jardín, además de dos tríadas de plagas y enfermedades propias de esta época del año: el pulgón, la arañuela y los trips (insectos pequeños), la mancha negra, la roya y el oídio. A ellos se suman, en el sector de los rosales ingleses, que da al lago, los gansos y las cotorras. Cada tanto, las distinguidas Geoff Hamilton, Scepter de l'Isle, May Rose, Winchester Cathedral o The Prince se convierten en bocadillo de aves.

Además de los ingleses, otros tipos de rosal que se encuentran en Jardín son la híbrida de té y las floribundas. En las primeras, de cada rama sale una flor, mientras que en las segundas nace un ramillete. También están las antiguas, las polyanthas, las miniaturas, que crecen en copones en medio del Jardín, y las trepadoras, que cubren la pérgola del lago. La variedad preferida de Juan Cruz por el color es la Pat Austin, de un tono entre salmón y naranja.

El diseño francés del Jardín lo deslumbra, con su perfección geométrica y especular, pero también los espacios abiertos con árboles como el jacarandá, las palmeras, o la magnolia, que forman parte de las 3,4 hectáreas del Rosedal. "Trabajar acá me permitió descubrir muchos árboles que no conocía como el chañar o el cedro, que tiene una flor que parece de madera, o el palmito." El palmito es una especie única en el Patio Andaluz y, mientras lo señala para identificarlo, descubre un lechuzón posado en una de las ramas más altas, y enseguida llama a un fotógrafo de aves para que no se pierda el hallazgo.

Para Juan Cruz, la mejor parte del trabajo es "acompañar el ciclo de la naturaleza y el crecimiento de la planta, y ver cómo se desarrolla cada una, verla cambiar en las diferentes estaciones y poder mejorar ese ciclo con la intervención de la tecnología".

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