viernes, 5 de abril de 2013

El modelo que también quedó bajo las aguas


Por Fernando Laborda - LA NACION - Twitter: @flaborda
Hace poco más de un año, la tragedia ferroviaria en la estación Once simbolizó el fracaso de un capitalismo de amigos sustentado en la subsidiocracia. Esta semana, la vulnerabilidad de la población ante el furioso temporal desatado en la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires dio cuenta de otro fracaso: el de un sistema centralizado de asignación de obras públicas que no ha parecido contemplar necesidades prioritarias.

La catástrofe golpea políticamente a unos y otros gobernantes casi por igual. Pero será menos compasiva con quien más recursos administra y con quien ostenta un estilo de gestión mucho más emparentado con el unitarismo fiscal que con el tantas veces proclamado federalismo: el gobierno nacional.

Si por algo se ha ido caracterizando progresivamente el modelo kirchnerista es por la creciente desigualdad entre un Estado nacional cada vez más rico y provincias cada vez más pobres. Alguna vez, los recursos coparticipables, distribuidos entre las provincias y la ciudad de Buenos Aires, representaron el 48,5% de los ingresos del Estado nacional. Pero hoy éste se lleva tres cuartas partes de lo que recauda.

Junto a este fenómeno, el gobierno nacional es el que brinda o niega los avales para que las provincias tomen deuda que, por lo general, puede servir para llevar a cabo grandes obras de infraestructura, como las que proyecta el gobierno de Mauricio Macri para desarrollar canales aliviadores de los arroyos Vega y Medrano, tan necesarias para evitar inundaciones como las que afectaron en estos días buena parte de la ciudad. Y también el gobierno nacional viene girando fondos para obras públicas discrecionalmente, entre aquellos municipios alineados políticamente, pasando por encima de las gobernaciones provinciales. El caso bonaerense es el más palpable.

El modelo K puso especial énfasis en avanzar hacia el pleno empleo y en los planes sociales. La caída del desempleo fue uno de los pilares de la fortaleza política del kirchnerismo durante años. Pero desde 2008 el empleo público viene creciendo a niveles muy superiores a los del empleo privado. Se trata de un empleo mayoritariamente tan improductivo como el que generan los programas sociales.

Como otros populismos, el modelo K se basó en que se puede generar una ilusión de progreso indefinido mediante el uso irresponsable de los recursos públicos. Pero los subsidios y las prebendas, que con frecuencia se tornan insuficientes apenas son concedidos, de nada sirven cuando sus beneficiarios terminan aplastados entre los hierros de una vieja formación ferroviaria o tapados por el agua.

El modelo no se ocupó debidamente de las obras de infraestructura indispensables. Y, para peor, nadie, ni el gobierno nacional ni los gobiernos locales, parecieron estar preparados para enfrentar emergencias derivadas de esa carencia de infraestructura.

En otras palabras, hay un Estado ausente. O, mejor dicho, puede haber un Estado rápido para perseguir impositivamente a quien ose cuestionar públicamente las políticas gubernamentales, pero que es incapaz de garantizar derechos elementales y resolver problemas que justifican su existencia, como la inseguridad, el transporte inadecuado, los inconvenientes de la educación pública o la prevención de desastres climáticos..

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