Cómo trabajan los operarios que están haciendo los primeros pozos de hidrocarburos no convencionales en el desierto neuquino.
En otro momento se podrá discutir los riesgos económicos del shale y la sobreoferta de dólares que puede generar, tensando la competitividad hasta de la soja. Pero aquí, en Loma Campana, a pocos kilómetros de la única localidad de la zona, Añelo, sólo hay polvo, piedras y arbustos resecos. Y los camiones corren, con riesgo de chocar por el exceso de tránsito en medio del desierto (vaya ironía). Hugo Guiñez, neuquino, técnico electrónico, hace 8 años empleado de YPF, cuenta con detalle cómo hace tres años empezó a trabajar en los equipos que rompen las rocas subterráneas para sacar los hidrocarburos allí atrapados.
La logística es importante. Pero la gente pone mucho de sí también. Hugo, por ejemplo, trabaja 7 por 7: una semana en el campamento, una semana en su casa. Y el campamento son sólo los pozos, los camiones, las casillas rodantes. Nada más. Los turnos de trabajo de los empleados de la contratista Schlumberger, la misma que empleaba antes al presidente de YPF Miguel Galuccio, son de 12 horas, de 7 a 19. Los de los empleados de YPF pueden ser más extensos: en la noche aprovechan para alinear los insumos. “Dormimos de a ratos”, dicen. Ganan entre 20 y 30 mil pesos de bolsillo, la mayoría tiene entre 30 y 45 años y son hombres. “Ayer vino una ingeniera”, dicen los técnicos, como disculpándose de tanta ausencia femenina.
El programa es preciso, tiene que hacer tres fracturas por día. Justo en este momento está con la segunda, a pleno mediodía, el sol incendia el terreno, el aire acondicionado es para los técnicos y las computadoras, el resto trabaja afuera, con botas y casco, además de las mangas largas de la ropa de seguridad.
Tienen exactamente 28 minutos para terminar la inyección de arena. Así, allí abajo, la piedra se está rompiendo en un radio de 150 metros alrededor del pozo, en las fisuras se insufla arena mezclada con geles que en un rato se solidificarán, para más tarde licuarse, cuando estallen micropartículas de disolvente que tienen en suspensión: así la arena pasará a ser el canal transmisor del crudo.
El SOIL 28 tiene aquí un hermano gemelo, el SOIL 29, otro pozo de YPF. A este último ya le hicieron las fracturas. Cada una fue sellada con un tapón que cierra el caño de 5 pulgadas que une la superficie con esas profundidades. Ahora vienen quienes remueven los tapones, los que colocan las dos válvulas de seguridad que hacen que no se escape el petróleo al aire. Luego los que levantan la torre de producción. Primero se hace el pozo. Luego trabaja el equipo de fractura durante una semana. Luego, un período similar para los que ponen el pozo en producción.
Un cartel dice: “Apagar los celulares”.
“Aquí hay explosivos”, advierte Hugo. Es que para producir la ruptura se introduce en las entrañas del pozo, a la altura que los geólogos determinaron como óptima, un caño relleno de explosivos. Cuando estos estallan, abren agujeros en el acero y el cemento que rodean al pozo, y así comienza la inyección de agua y arena, el “fracking”.
Hablando con Hugo y sus compañeros de trabajo, surge un tema urgente: ¿el shale contamina las napas de agua?
Juran y rejuran que no, que el trabajo bien hecho aisla totalmente el pozo de los acuíferos. Que no hay riesgos serios de contaminación. Pero reconocen que esto mismo deben explicarlo una y otra vez en sus barrios. Que lo que más duele es cuando es uno de sus hijos quien lo plantea al volver de la escuela. “Tenés que tomarte un rato largo y explicarle bien lo que estás haciendo acá en el pozo”, dicen.
Al levantar la vista más allá del corto perímetro del territorio de SOIL 28 y 29, se ven muchos otros grupos de gente trabajando en medio del desierto. Se cuentan una decena, repartidos entre las lomadas de piedra. Cada campamento suma un par de pozos. Cada uno está empezando a extraer el petróleo más profundo.
La Vaca Muerta empieza a ser revivida.