En las ciudades, la configuración de calles y avenidas responde al poder y al control social.
Desde que aparecieron las primeras ciudades de Europa, el ancho de las calles tuvo que ver con la seguridad. Ojo, también con el status, pero ese es otro tema. Aquí resulta que las ambulancias no pueden atender en las villas por el ancho de sus calles. Muchos se quejan de que esos pasillos son intransitables, o de que las calles no tienen nombres como para saber a dónde ir. Está bien, pero detrás de todo eso está el tema de la inseguridad, porque parece que nombre y ancho de calles se soluciona si la ambulancia va acompañada por un patrullero. Como dije, el ancho de las calles tiene que ver con la seguridad. Eso lo entendió bien el emperador francés Napoleón III (sobrino del Napoleón original), que derribó casi todo el París medieval para convertir la capital francesa en la belleza que todo el mundo pondera.
Pero volvamos a las villas. A sus habitantes, los pasillos les resultan tan prácticos y característicos como eran las estrechas calles de la ciudad medieval. Paradójicamente, con el tiempo ambos espacios públicos resultan poco prácticos: sobre todo cuando hay que mandar ambulancias, poner cloacas o alumbrado público.
Para Napoleon III, el ancho de las calles era un problemita de seguridad como decía al principio. Un poco paranoico por la insurrección popular que terminó con el rey Luis Felipe I –su antecesor, en 1848– ni bien dejó de ser presidente para autoproclamarse emperador Napo 3 decidió eliminar las intrincadas calles medievales parisinas. Su mano derecha, el Barón Haussmann, se encargó de derribar edificios vetustos para crear enormes avenidas que le proporcionaron belleza, salubridad y, sobre todo, control social de la ciudad. Los agitadores ya no tendrían dónde esconderse cuando cargara la caballería imperial.
De alguna forma, ese París remozado por Haussmann fue el modelo de la Buenos Aires afrancesada que hoy hace las delicias de los turistas. Pero sus anchas avenidas y diagonales llegaron hasta aquí más por su imagen prestigiosa que por ser una solución a la inseguridad. Es, como decía: el ancho de las calles también tiene que ver con el status.
Como en las primeras ciudades, en las villas actuales nadie piensa demasiado en el tamaño de las calles cuando surgen casi espontáneamente; sólo se deja un espacio mínimo entre casas como para que pase la gente. En el medioevo, el ancho era a lo sumo el necesario para que pase un animal de carga. El problema surgió cuando la ciudad creció. Muchos especialistas sostienen que las calles se tuvieron que adaptar al tamaño de los carros, como ocurrió con la trocha de los trenes. El asunto es que los carros pasaron de estar tirados por gente a usar caballos, y el ancho de las primeras calles se amoldó al de las ancas de los animales que tiraban de los carros. Cuando la convivencia entre peatones y carros fue insostenible, la calle se tuvo que ensanchar un poquito. Como te darás cuenta, las calles son poco flexibles, sobre todo porque están limitadas por parcelas de propiedad privada. Y la propiedad privada es lo más resistente al cambio que existe.
Las primeras calles de Buenos Aires, por caso, una ciudad nacida de las Leyes de Indias, se hicieron de 11 varas de ancho, algo así como 10 metros, con vereditas de un metro y medio a lo sumo. Todo iba bien, pero en 1822 las autoridades pensaron que eran necesarias veredas y calles más anchas, y alguna que otra avenida de 30 varas de ancho; mientras que las calles, de 20. De allí a que las calles y avenidas de Puerto Madero, por ejemplo, tengan un ancho mayor, el problema no sólo es de tránsito, si no de prestigio, porque ya no es necesaria la caballería imperial para darle seguridad a las calles, basta con cámaras de video.
* Editor General ARQ
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