Por Roberto Cachanosky
A quienes defendemos la
reducción del gasto nos llaman ortodoxos, los desalmados que quieren
ajustar a costa del pueblo y demás adjetivos que nos descalifican como
si disfrutásemos viendo a la gente sin trabajo y sumergida en la
pobreza.
Como en economía no hay magia, lo primero que hay que preguntarse es: ¿cómo se financia todo aumento del gasto?
Suele decirse que el aumento del gasto público reactiva la economía y
que una baja del gasto público la deprime. A quienes defendemos la
reducción del gasto nos llaman ortodoxos, los desalmados que quieren
ajustar a costa del pueblo y demás adjetivos que nos descalifican como
si disfrutásemos viendo a la gente sin trabajo y sumergida en la
pobreza.
Veamos qué hay de cierto en las dos posturas comenzando por el
aumento del gasto como “reactivante”. Como en economía no hay magia, lo
primero que hay que preguntarse es: ¿cómo se financia todo aumento del
gasto?
Los mecanismos de financiamiento del aumento del gasto son los siguientes:
1) Aumento de impuestos
2) Endeudamiento interno y externo
3) Emisión monetaria
4) Consumo del stock de capital
5) Confiscaciones
Si se aumenta el gasto financiándolo con aumento de impuestos, ese
aumento lo único que hace es transferir recursos de los que pagan más
tributos a quienes los reciben vía el gasto. Supongamos que se grava a
los sectores de mayores ingresos para transferírselos a los de menores
ingresos. En principio los sectores de menores ingresos consumen más,
pero los sectores de mayores ingresos invierten menos o bien ahorran
menos.
Al haber menos ahorro hay menos recursos para financiar
inversiones y consumo, con lo cual el efecto de corto plazo es neutro.
Solo aumenta el consumo de ciertos sectores a costa de más inversiones.
El nivel general de demanda es el mismo, lo que cambia es la composición
de la demanda. Se incrementa la demanda de bienes de consumo y se
deprime la demanda de bienes de capital. El efecto de largo plazo es que
las menores inversiones se traducirán en menos productividad de la
economía, salarios reales más bajos en el futuro y menos puestos de
trabajo. Ahora, si el gasto sigue aumentando y la presión impositiva se
extiende a amplios sectores de la sociedad, la historia muestra que la
gente termina rebelándose contra los gobiernos que los esquilman
impositivamente.
Imaginemos ahora que el aumento del gasto se financia con crédito
interno. En ese caso, la mayor demanda de crédito por parte del sector
público eleva la tasa de interés y desplaza al sector privado del
mercado crediticio, con menor consumo e inversión. Nuevamente, hay más
actividad por el aumento del gasto pero menos actividad por el costo
crediticio más alto para invertir.
Si en vez de recurrir al ahorro interno se recurre al ahorro externo
para financiar el aumento del gasto, puede haber una reactivación
de corto plazo dado que se consume más utilizando el ahorro de los
japoneses, alemanes o italianos, pero el efecto de largo plazo es que
aumenta el gasto por mayores intereses a pagar, lo cual exigirá
nuevas fuentes de financiamiento para pagar tanto los intereses como el
capital. El ejemplo más claro que puede darse son los 90 cuando se
financió el aumento del gasto con endeudamiento externo lo cual disparó
el gasto y la deuda hasta que fue insostenible.
Si el aumento del gasto se financia con emisión monetaria,
inicialmente puede generar una ilusión monetaria que lleve a más
consumo, pero a medida que sube la tasa de inflación, caen los salarios
reales y se contrae el consumo. El efecto de corto plazo puede ser más
actividad pero en el largo plazo se entra en procesos de recesión con
inflación o estancamiento con inflación. Es lo que vemos hoy día en la
economía argentina. Si bien la fiesta de consumo artificial responde a
varios factores adicionales (soja, crecimiento del mundo hasta la crisis
del 2008, Brasil con un dólar barato etc.) la fuerte expansión
monetaria para financiar el gasto está haciendo estragos en la actividad
económica. Nuevamente, ilusión de consumo de corto plazo, caída de
actividad en el largo plazo.
En cuarto lugar veamos el financiamiento del gasto consumiendo stock
de capital. El Estado puede destinar recursos que deberían ir al
mantenimiento de la infraestructura del país hacia sectores que al
recibir esos recursos aumentan el consumo. En este caso no hay aumento
de la actividad, solo cambia el tipo de actividad, se compran más bienes
de consumo y baja la actividad en los rubros ligados al mantenimiento
de rutas, trenes, sistema energético, puertos, etc. Desde el punto de
vista macro, los que venden bienes de consumo festejan, los que se
dedican al mantenimiento de la infraestructura ven disminuir sus
ingresos, con el agravante que este mecanismo de financiamiento puede
derivar en muertes como las que hemos visto en varias tragedias
ferroviarias y en las rutas.
Finalmente, se puede financiar el gasto confiscando, como ocurrió con
nuestros ahorros en las AFJP. Ahí si tenemos un aumento del consumo y
de la actividad a costas de un sector de la sociedad que en el futuro
vivirá en la miseria cuando tenga que jubilarse.
Como puede verse, no es tan cierto que el aumento del gasto público
siempre incremente el nivel de actividad en el corto plazo. En unos
casos solo genera cambios en el tipo de bienes que se demandan, pero la
demanda global se mantiene constantes. En otros casos puede estimular la
economía en el corto plazo pero con efectos contractivos en el largo.
El punto es cuando llega el largo plazo y el nivel de gasto es
insostenible, generando recesión e inflación. Llegado a este punto, a
quienes sostenemos que debe bajarse el gasto público se nos acusa de
ortodoxos del ajuste, cuando en realidad lo que se busca es la forma
menos traumática de evitar una crisis de envergadura que le genere
mayores penurias a la población.
¿Qué hizo Duhalde en el 2002? Generó una fenomenal devaluación,
llamarada inflacionaria y caída del ingreso real para licuar el gasto
público, pero con un costo para la población que fue infinitamente mayor
a la reducción de gasto público que en su momento había sugerido
Ricardo López Murphy y fue atacado a mansalva por las medidas que había
propuesto.
Obviamente que solamente bajar el gasto no sirve de nada si no está
hecho en un contexto de política económica e institucional creíble que
rápidamente encauce la economía hacia el crecimiento. Eso es lo que
ocurrió con la devaluación del 2002. Solo cambió los precios relativos
de la economía, licuaron el gasto público con la inflación pero no hubo
un plan de crecimiento económico de largo plazo. Solo pudo sostenerse
esa brutal devaluación porque la suerte hizo que subiera el precio de la
soja y el viento de cola nos empujara en estos diez años.
Salvando las diferencias, el rodrigazo de 1975 fue un intento por
solucionar el problema fiscal y de distorsión de precios relativos que
había dejado José Ber Gelbard. Una vez más, creo necesario destacar que
la historia ha sido injusta con Celestino Rodrigo porque fue a él al que
le tocó destapar la olla a presión que le había dejado Gelbard. El
error de Celestino Rodrigo fue hacerlo en un contexto político e
institucional totalmente adverso, limitándose al flanco fiscal sin
avanzar en otras reformas estructurales que requería la economía para
ser encauzada.
En síntesis, es una ficción que el aumento del gasto público sea la
panacea de la economía que mágicamente produce una explosión de
actividad. En todo caso puede ser asimilada, dependiendo de la forma en
que se lo financie, a drogar la economía, con el efecto desastroso que
luego tiene sobre la sociedad cuando luego llega el momento de la
verdad. Primero se pide más droga, pero ese exceso de dosis de droga
terminan destruyendo el sistema económico y luego la cura es dolorosa.
Justamente porque es dolorosa los políticos tratan de esquivar el
costo político de poner disciplina fiscal, monetaria y calidad
institucional para atraer inversiones. Las cosas se van postergando
hasta que, finalmente, los costos de los desatinos económicos se
terminan pagando de la peor forma posible con más sufrimientos para la
población.
Fuente: http://economiaparatodos.net