La complejidad diplomática de la disputa por las islas Malvinas ha quedado reflejada a lo largo de los años en una serie de sutilezas semánticas que tienen fuertes implicancias políticas. No es lo mismo hablar de "los intereses" de los kelpers que de sus "deseos", porque el primer término hace referencia a cuestiones económicas, culturales o sociales, mientras que el segundo remite al principio de autodeterminación que defienden los isleños.
En los textos diplomáticos también hay un cuidado especial para referirse a las Malvinas o a las Falklands en el caso de los británicos, así como de llamar "continente" al territorio argentino para que no se pueda entender que el archipiélago es parte de otro país.
En este universo de terminología de guantes blancos que ambos países han conservado por años, la palabra "soberanía" es la más determinante, porque divide las aguas entre el reclamo de la Cancillería y el rechazo del Foreign Office. La Argentina se apoya en la resolución 1065 de la ONU, que reconoció una disputa internacional, y Gran Bretaña considera que el tema quedó resuelto con la guerra de 1982 y jamás aceptó hablar de la cuestión.
Este delicado desentendimiento retórico entre ambos países fue sacudido abruptamente por el presidente Mauricio Macri cuando dijo que la primera ministra británica, Theresa May, había aceptado dialogar sobre soberanía. Una ruptura con 34 años de tradición diplomática en una conversación de dos minutos. Demasiado bueno para ser cierto. Ayer se conoció la esperada desmentida británica.
"Macri le propuso dialogar sobre todos los temas bilaterales, que incluyen Malvinas, pero no específicamente sobre la soberanía", admitió un integrante de la comitiva que acompañó al presidente a Nueva York. Es decir: interpretó que la aceptación de May a hablar "de todos los temas" implicaba hablar de "soberanía", pero esta palabra no fue dicha. En una interrelación de palabras y silencios cuidados, puso una palabra donde hubo un silencio.
Ayer en el Congreso, donde se discutió el tema en ambas cámaras, varios atribuían el traspié al trazo grueso que Macri suele utilizar ante temas que escapan a sus prioridades. Ya le había pasado, por ejemplo, cuando tuvo que hablar sobre los desaparecidos en la dictadura. "Es un ingeniero manipulando jarrones chinos", graficó un legislador del oficialismo. Un exceso de voluntarismo y simplismo verbal.
También hay una interpretación algo más sofisticada. Macri llegó a Nueva York en medio de los cuestionamientos que generó el documento conjunto que firmaron la semana pasada los vicecancilleres Carlos Foradori y Alan Duncan. Allí se habló, entre otros temas, de negociar una mayor frecuencia de vuelos entre las islas y el continente, y de avanzar en la cooperación en materia hidrocarburífera y pesquera, con una referencia al posible levantamiento de las sanciones. Sin embargo, no hubo ningún compromiso que pudiera ser interpretado como un progreso para los objetivos argentinos en relación con Malvinas.
Tanto la oposición como sectores del oficialismo cuestionaron la excesiva generosidad del comunicado, que interpretaron como una extensión ampliada de la carta que May le había mandado a Macri poco tiempo después de asumir. Incluso diplomáticos que conocen de cerca el tema, como el ex embajador en Londres Vicente Berasategui, se sorprendieron por el desbalance.
Con este dato en mente, Macri pareció intentar revertir esa percepción. Apenas pisó Nueva York dijo que el reclamo de soberanía "no es negociable". Después acentuó la idea al hablar ante la Asamblea de la ONU. Y más tarde, con el mismo impulso, sobreejecutó un comentario de compromiso de May.
Gran Bretaña olvidará rápidamente el desliz porque tiene más intereses que antes para mejorar la relación con la Argentina. El Brexit la obliga a reorientar su búsqueda de mercados alternativos y el discurso aperturista de Macri es bienvenido. También los isleños presionan para abrir compuertas porque el sueño de la sustentabilidad económica basada en el petróleo está demorada por la baja del precio del crudo.
El problema de fondo para Macri reside en elaborar una estrategia que no quede recluida en el buen diálogo y los gestos de amabilidad. Una estrategia que permita incorporar en la negociación el concepto de soberanía. Esa palabra que marca la diferencia.
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