El régimen tiene una estrategia de compra en todo el mundo para garantizar la seguridad alimentaria de sus 1400 millones de habitantes; cultivan 10 millones de hectáreas en el exterior.
PARÍS.- En un mundo poblado por casi 8000 millones de personas -cifra que no para de aumentar- las tierras agrícolas se transformaron en una prioridad estratégica. Inversores chinos e indios, e incluso fondos de inversión estadounidenses, compran donde pueden cada vez más hectáreas cultivables.
En la Argentina, Brasil, Ucrania, Francia, Australia o Nueva Zelanda, los chinos en particular -que tienen que asegurar la alimentación de casi 1400 millones de personas- adquieren todo lo que encuentran al alcance de la mano.
Los empresarios chinos cultivan en la actualidad diez millones de hectáreas de tierra fuera de sus fronteras, según Land Matrix, una organización que controla las adquisiciones de magnitud de tierras extranjeras en el mundo.
Para responder a las inmensas exigencias de su población y los nuevos hábitos alimentarios de su clase media -que come cada vez más cereales y proteínas animales-, Pekín multiplica desde hace una década la compra de tierras en el exterior.
Con el 20% de la población mundial en un territorio que representa sólo el 8% del total de las tierras cultivables del planeta, el gigante asiático no tiene más remedio que aprovisionarse en el extranjero. Una política de adquisición aún más necesaria debido a que los suelos chinos son de escasa calidad por siglos de uso intensivo y a que un cuarto del territorio estaría contaminado.
La compra de tierras arables empezó por África, dirigida por las grandes empresas públicas. Compraron sobre todo plantaciones en Tanzania, Senegal, Sierra Leona y Zambia. Allí cultivan arroz, maíz, mandioca y sésamo. Mientras una parte de la producción se vende localmente, la otra se exporta a China.
Poco a poco, Pekín amplió su perímetro. En 2013, el mayor productor de cerdos chinos, Shuanghui International Holdings, invirtió 4,7 millones de dólares para adquirir Smithfield Foods, su homólogo norteamericano. Al mismo tiempo, adquirió 40.000 hectáreas en Missouri, Texas y Carolina del Norte.
Hace seis meses, capitales chinos focalizaron su interés en Australia, en particular en la empresa S. Kidman, cuyas tierras agrícolas ocupan el 1% del territorio del país. Finalmente, la venta resultó bloqueada por el Tesoro del gobierno australiano, que la juzgó contraria a "los intereses nacionales".
¡Ningún problema! Los chinos invierten en Europa del Este (Rusia, Ucrania, Bulgaria) y hasta en Europa Occidental.
Hecho inusual, contrariamente a lo que sucede en África, donde la mayoría de los empleados de las plantaciones son nativos, cerca de 30.000 agricultores chinos fueron registrados en la localidad rusa de Birobidjan en 2014.
China invierte masivamente en tierras agrícolas y forestales en América latina. En Bolivia, el Shanghai Pengxin Group adquirió 12.448 hectáreas en 2005; en Cuba, Suntime International posee 5000 desde 2008; en Venezuela, Beidahuang tiene 60.000 desde 2013; en Jamaica, China National Complete Plant Import & Export Corporation adquirió 18.000 en 2011; en Nicaragua, el HKND Group Management Limited compró 300.000 en 2016.
Hay cifras que dan escalofríos. En Guyana, la Bai Shan Lin International Forest Development explota 627.072 hectáreas de bosques tropicales desde 2011. Una superficie más grande que la provincia de Jujuy.
En el caso específico de la Argentina, Oro Esperanza Agro SA, que representa a los chinos de Chongqing Red Dragonfly Oil y Chongqing Grain & Oil Group Dazu Grain & Oil Purchase and Sales tiene 13.000 hectáreas de tierras cultivables.
Pero no sólo los chinos invierten en la Argentina. A través del grupo Almarai, Arabia Saudita posee 35.306 hectáreas de tierras agrícolas en el país desde 2011, mientras que Alkhorayef Group, del mismo origen, compró 200.000 ese mismo año.
Por su parte, el fondo de inversión norteamericano CalyxAgro (que representa a Pacific Century Group, TRG Management LP, Said Holding, Pictet Private Equity Investors, Solvia Investment Management, Louis Dreyfus Group) explota 9083 hectáreas desde 2007.
Como en Australia, los responsables agrícolas franceses también manifiestan desde el año pasado su preocupación por el avance chino sobre las mejores tierras cultivables. Primero fueron varias hectáreas de los mejores vinos, con sus respectivos castillos, que quedaron en manos de riquísimos inversores. Por fin, la adquisición de 1700 hectáreas en la región del Indre en 2016 y de 900 en el Allier, este año, actuaron como desencadenante de la alerta roja.
Nuevos dueños
"El problema no es la nacionalidad del inversor. El acaparamiento de las tierras en Francia hoy se debe esencialmente a la acción de sociedades francesas", explica Jacques Chazalet, presidente de la región Auvernia-Ródano-Alpes de la Safer, el organismo encargado de controlar el ordenamiento rural y territorial.
"Lo imprescindible es que un Estado pueda saber quién posee la propiedad agrícola y quién la explota realmente", dice, por su parte, Emmanuel Hyest, cerealero y presidente de la Federación Nacional de Safer.
En la actualidad, el 20% de las tierras agrícolas francesas son explotadas por sociedades, cuando hace diez años todas estaban en manos de pequeños productores. Según los agricultores, el riesgo es un cambio del modelo agrícola familiar, que provocaría una cascada de efectos: amenaza para la autonomía alimentaria del país, riesgos sobre la vitalidad del campo y reducción de la preservación de los paisajes naturales.
Los agricultores franceses reclaman que la ley distinga la sociedad que explota la tierra de aquella que la posee. El actual vacío legal produce algunas aberraciones. Esos inversores -por ejemplo, un fondo de inversión chino- incluso pueden cobrar las ayudas europeas previstas en el marco de la Política Agrícola Común (PAC). Esto significa que el contribuyente europeo, en vez de pagar impuestos para ayudar a sus propios agricultores, termina financiando -sin saberlo- los fondos de inversión que llegan del exterior.