(Diario Clarín) - Una nota aparecida ayer en el prestigioso diario francés Le
Monde realizó un duro análisis de los 10 años de gobierno kirchnerista.
"La Argentina bajo el riesgo de los Kirchner", se titula la nota y sostiene que Néstor y luego Cristina "llevaron adelante una gestión arbitraria e imprevisible de los asuntos de Estado".
Según
detalla el periodista Paulo A. Paranagua, tras remover a al ministro
Roberto Lavagna en 2005, Néstor Kirchner pasó a administrar
"personalmente la economía nacional, de la misma forma que había
administrado los recursos de una provincia petrolera débilmente poblada
de la Patagonia: decisiones al día tomadas por un grupo cerrado, sin
reunión del consejo de ministros ni rendición de cuentas al Congreso ni
explicaciones a la prensa".
También cuestiona que a partir de
2003, las declaraciones anuales del matrimonio Kirchner "muestran un
enriquecimiento vertiginoso, sin que la cuestión de un conflicto de
intereses se les pase por la cabeza".
La llegada de Cristina en
2007 no cambió el panorama. "El manejo improvisado de la economía sigue
siendo discrecional e imprevisible. Para los amigos, todas las
facilidades. Para los demás, el peso de la ley, sin perjuicio de
inventar nuevas reglas de acuerdo con las circunstancias", sostiene Le
Monde.
La traducción completa de la nota:
Análisis / Aniversario de la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia
La Argentina bajo el riesgo de los KirchnerPor Paulo A. Paranagua
En
diez años de poder, Néstor Kirchner y después su mujer Cristina
llevaron adelante una gestión arbitraria e imprevisible de los asuntos
de Estado. En línea recta con el populismo peronista que a menudo
condujo al país al caos económico y la corrupción.
En mayo de
2003, hace diez años, Néstor Kirchner, ex gobernador peronista de Santa
Cruz, una provincia del sur argentino, llegó a la presidencia de la
república con un déficit de legitimidad. Elegido casi por defecto,
obtuvo el 22 por ciento de los votos en la primera vuelta. El ex
presidente Carlos Menem (también peronista), aunque con posibilidades de
ganar el ballotage, prefirió retirarse antes que sufrir un revés en la
segunda vuelta.
Para fortalecer a una opinión pública sacudida por
la crisis de 2001, que condujo al país a la quiebra, Kirchner se dedicó
a consolidar la recuperación económica, emprendida con éxito por el
ministro de Economía Roberto Lavagna, a quien mantuvo en su cargo. El
nuevo presidente apoya los esfuerzos de los defensores de los derechos
humanos, los legisladores y algunos magistrados para terminar con la
impunidad de los militares implicados en los crímenes de la dictadura
(1976-1983). Por último, teje alianzas "transversales" para lograr una
mayoría en el Congreso. Su ministro de Cultura, Torcuato Di Tella,
eminente sociólogo y asesor del gobierno, veía en esto el esbozo de una
nueva centroizquierda, capaz de "superar" al peronismo, fuerza dominante
de la vida política desde 1945.
¿Néstor Kirchner, muerto en 2010,
era un outsider? "Kirchner no es un dirigente atípico", respondía su
esposa Cristina a la pregunta de Le Monde en noviembre de 2003. "Es un
puro producto del peronismo". ¡El zorro pierde el pelo pero no las
mañas! "No se puede gobernar sin negociar con el inmenso aparato del
partido peronista, formado por burócratas de los sindicatos, intendentes
corruptos, punteros barriales clientelistas, policías, traficantes y
delincuentes, que se oponen a cualquier cambio", confiaba años después
el filósofo José Pablo Feinmann, otro asesor del gobierno. "'Si no
controlo el aparato, este me va a dominar, no resistiría dos días', me
dijo Néstor".
En 2005, el presidente remueve al ministro Lavagna y
administra personalmente la economía nacional, de la misma forma que
había administrado los recursos de una provincia petrolera débilmente
poblada de la Patagonia: decisiones al día tomadas por un grupo cerrado,
sin reunión del consejo de ministros ni rendición de cuentas al
Congreso ni explicaciones a la prensa. Cuando era gobernador de Santa
Cruz, había enviado a Suiza 500 millones de dólares de regalías
petroleras sin detallar jamás el itinerario de esa suma ni sus
intereses.
Abogados de empresas, los Kirchner habían dedicado los
años de plomo a acumular una fortuna. A partir de 2003, sus
declaraciones anuales muestran un enriquecimiento vertiginoso, sin que
la cuestión de un conflicto de intereses se les pase por la cabeza a los
interesados. Para sus detractores, los montos declarados no serían más
que la punta del iceberg.
Cuando Cristina Kirchner reemplaza a su
marido en 2007, el manejo improvisado de la economía sigue siendo
discrecional e imprevisible. Para los amigos, todas las facilidades.
Para los demás, el peso de la ley, sin perjuicio de inventar nuevas
reglas de acuerdo con las circunstancias. El cambio más espectacular sin
duda es el que hubo respecto de Clarín, el principal grupo multimedia
de la Argentina. La luna de miel duró hasta el momento en que Néstor
Kirchner, que quería una participación en el capital, sufrió un rechazo.
De un día para el otro, el grupo se convirtió en el enemigo a derribar.
"Clarín miente", gritan los Kirchner en cada acto político. En 2009, se
vota una ley de medios con disposiciones hechas a medida, destinadas a
desmantelar el grupo. La justicia bloquea su aplicación. Entonces, en
2013, se improvisa una reforma de la justicia y los recursos contra el
Estado, para asegurarse de que el poder judicial deje de inmiscuirse en
los asuntos del ejecutivo y el legislativo.
Más allá de las
peripecias que la Argentina de los Kirchner presenta con la regularidad
de un folletín, el balance de estos diez años de gestión con medidas de
corto plazo presenta contrastes: Buenos Aires logró renegociar la mayor
parte de la deuda, sin restablecer, sin embargo, su crédito
internacional. La producción se reactivó, con resultados moderados en la
industria. El Estado aumentó el impuesto a la soja, locomotora de las
exportaciones, y se apropió de los fondos de pensión, pero el régimen
fiscal legado por la dictadura militar no fue modificado.
Mientras
que Aerolíneas Argentinas fue nacionalizada, nada se hizo para corregir
el deterioro de los transportes ferroviarios, desguazados en los años
90 con la complicidad de los sindicatos peronistas: en 2012, un
accidente ocurrido en una estación de Buenos Aires causó 51 muertos y
700 heridos. La empresa petrolera Repsol YPF volvió a manos del Estado,
mientras que las compañías mineras gozan de total libertad para operar
en perjuicio del medioambiente y el fisco.
Buena parte del
empobrecimiento provocado por la crisis de 2001 desapareció pero la
miseria sigue presente. Los aumentos de salarios y las jubilaciones
revalorizadas se ven recortados por una inflación del 25 por ciento
enmascarada por la falsificación de las cifras oficiales. Se adoptó el
matrimonio igualitario pero el aborto sigue siendo tabú.
La
inseguridad jurídica hace huir a los inversores: el último en retirarse
fue el grupo brasileño Vale. El proteccionismo dejó en coma al Mercosur,
la unión aduanera sudamericana. Argentina no ha dejado de caer en el
índice de percepción de la corrupción de Transparency International y
actualmente está en la cola del pelotón. En cuanto al control de cambio,
se presta a todo tipo de manipulaciones.
El descaro y la falta de
visión, sin embargo, se disfrazan con un discurso épico. Se habla de un
"modelo" Kirchner, secundado por un proyecto "nacional y popular".
Adaptado al gusto del momento y despojado de los oropeles de la
"doctrina justicialista" del general Juan Domingo Perón (presidente de
1946 a 1955 y de 1973 a 1974), este relato no remite menos a la misma
ideología: el nacionalismo, que invoca una excepción argentina, una
idiosincrasia diferente de cualquier otra, un "ser nacional" cuya
esencia se encontraría en el curso de la historia. Eva Perón, la egeria
del general, aparece en los nuevos billetes de 100 pesos y su efigie
domina la principal avenida de Buenos Aires, aun cuando su libro, La
razón de mi vida, ya no es de lectura obligatoria en las escuelas.
Los
socialistas, los socialdemócratas, los comunistas, los de centro, los
demócrata-cristianos, los liberales, los conservadores, los demócratas y
los republicanos, las principales familias políticas de los dos últimos
siglos, en algún momento hicieron su autocrítica, y a menudo varias
veces en lugar de una. Los peronistas, jamás. No obstante, no faltan
muertos en el ropero.
El regreso del general Perón al poder en
1973 fue una catástrofe que condujo, tres años más tarde, al peor golpe
de Estado sufrido por los argentinos. Los Kirchner fomentaron una
idealización romántica de ese período de irracionalidad, que no
contribuye al respeto por las instituciones de la democracia. En lugar
de proceder a una relectura desapasionada de la historia, los peronistas
proponen una versión mítica, propicia para los desvíos ideológicos.
La
constitución prohíbe un tercer mandato presidencial consecutivo, pero
esto no impide a Cristina Kirchner hacer un vacío a su alrededor,
mientras que sus partidarios preconizan una reforma de la Ley
Fundamental. En una obra reciente, Carlos Gabetta, creador de la edición
argentina de Le Monde Diplomatique, llega a una conclusión abrumadora:
"Todos los gobiernos del populismo peronista argentino condujeron al
país al caos económico; todos llevaron la corrupción a un paroxismo y
desembocaron en la tragedia o el Grand-Guignol".
TRADUCCIÓN: Elisa Carnelli