Las instalaciones de Falda del Carmen fueron reabiertas para desarrollar el proyecto Tronador. Ya se hicieron dos pruebas del primer modelo y
se construye una segunda versión, que mide casi el doble que el proyecto abortado en los 90. Tiene como fin instalar satélites en el espacio, aunque ya se prevé otra fase con el combustible sólido que utilizan los misiles.
Varios investigadores confirmaron que el emprendimiento cuenta con apoyo de ingenieros empleados en el Cóndor, y que muchos regresaron de Estados Unidos.Algo extraño intuían hace veinte años los habitantes de Falda del Carmen, la pequeña localidad cordobesa ubicada entre Villa Carlos Paz y Alta Gracia.
Un movimiento atípico de personal militar y de camiones se percibía en las rutas de acceso a un predio de 50 hectáreas de las afueras del pueblo. Pero pocos podían predecir lo que en realidad allí sucedía: la Fuerza Aérea desarrollaba en secreto, en un laboratorio que albergaba a 800 científicos, el proyecto Cóndor II. Se trataba de un misil de gran envergadura, capaz de transportar a una distancia de mil kilómetros cientos de kilogramos de explosivo, e incluso una ojiva nuclear.
El proyecto más ambicioso en la materia que haya emprendido la Argentina derivó en una polémica internacional hasta que finalmente, en el altar de las relaciones carnales con Estados Unidos, Carlos Menem acordó un plan para desactivarlo. Entonces los planos y laboratorios fueron destruidos, los búnkers “invisibles” apostados bajo las sierras fueron abandonados y el pueblo retornó a su calma habitual. Sorpresivamente para muchos, y cuando parecía que Falda del Carmen ya era parte de la historia, la base fue reactivada para el desarrollo de un nuevo proyecto: el Tronador. Se trata de la construcción y prueba de un nuevo cohete argentino cuya primera versión ya fue probada dos veces, y cuyo sucesor se encuentra en estado de construcción.
El Tronador II es casi dos veces más grande que el Cóndor II y más sofisticado tecnológicamente. Sin embargo, no contempla como aqué
l objetivos militares, sino que tiene como misión instalar satélites en el espacio. Más allá de estas disquisiciones, está claro que el proyecto nació con el estigma del Cóndor II a cuestas y que será difícil que lo pueda eludir, ya que una vez que un país adquiere ciertas capacidades científicas puede reorientar sus objetivos.
El Gobierno argentino parece querer evitar las suspicacias que rodearon la iniciativa del alfonsinismo y se ha preocupado por demostrar que el nuevo emprendimiento no guarda relación con su antecesor inmediato y que sólo tiene fines científicos. Pero hay datos que remiten inevitablemente al pasado. No sólo las instalaciones son las mismas que las utilizadas en aquella iniciativa sino que además buena parte de los científicos también son los mismos.
Quince años después de su desactivación, la CONAE volvió a abrir las facilidades de la base secreta militar y descubrió la existencia de planos y mapas del Cóndor II, e incluso parte de las máquinas mezcladoras para fabricar “boosters sólidos”, el combustible que utilizaba el histórico misil en los primeros dos minutos del lanzamiento, aseguró a este medio un investigador que asistió varias veces a la base terrena.
Quienes han estado en el lugar dicen que es sorprendente cómo se han conservado intactas las cosas de la experiencia anterior. Muchos de los más de cuarenta edificios que conforman la base fueron recién abiertos quince años después, y en ellos hallaron laboratorios enteros cubiertos de polvo, con muestras de soluciones químicas en frascos en estanterías, mesadas con microscopios y balanzas, y carpetas esparcidas por el piso. Los búnkers secretos ubicados debajo del terreno son la atracción para los investigadores que visitan el predio: allí se desarrollaba el combustible sólido. Algunos permanecen herméticos desde entonces; otros, adaptados a las pruebas del Tronador.
El jefe de proyectos de la CONAE, Fernando Hisas, explicó a PERFIL que la Fuerza Aérea era la propietaria del predio hasta que se decidió su traspaso a la entidad espacial, y que allí se están aprovechando las facilidades existentes e incluso se utiliza como incubadora de empresas de tecnología. “Hay toda una serie de facilidades para integración y ensayos para subsistemas de satélites, hay que aprovecharlos”, señaló.
El desarrollo de cohetes es un tema polémico, ya que técnica
mente no existen diferencias entre colocar en ellos una carga explosiva o un satélite. Sin embargo, para el especialista en temas internacionales Fabián Calle no hay motivos para que la comunidad internacional plantee reclamos sobre la construcción del Tronador II. “El Cóndor II terminó por un cóctel de cosas: el mundo unipolar, la crisis a fines de los 80, la cercanía con Malvinas y la política exterior menemista. El mundo hoy es otro, ya no es tan unipolar y cierto nacionalismo en la región permite estas iniciativas.” “Argentina no tiene condicionamientos externos sino internos, tenemos una incapacidad mental para pensar como país, estos temas enseguida se politizan y desde afuera lo aprovechan para desactivar estos proyectos”, enfatizó Calle a PERFIL.
El plan para el desarrollo de un nuevo cohete nacional es una de las metas más ambiciosas que tiene en la actualidad la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). Cuenta para ello con un presupuesto millonario aportado a través del poco publicitado Decreto 350/03 y de la Resolución del Ministerio de Economía 396/07.
La empresa VENG SA (Vehículo Espacial de Nueva Generació
n), habilitada por ley en forma reciente, es la encargada del desarrollo y fabricación del Tronador. También participan INVAP y los institutos Balseiro y Universitario Aeronáutico (IUA), que depende de la Fuerza Aérea, entre decenas de otras instituciones y fundaciones argentinas. Una de las primeras actividades de la empresa será la construcción de una planta de hidracina, el combustible que utilizará el Tronador II.
El proyecto Tronador se encuentra en estado “avanzado” y revitalizó aún más las actividades en lo que hoy se llama base terrena Teófilo Tabanera, que pretende ser convertida en el centro espacial más importante de la región, afirmó a PERFIL el máximo referente histórico de CONAE, Conrado Varotto.
El estigma del Cóndor II llevó a las nuevas autoridades a maximizar la transparencia sobre el destino que tendrá el nuevo vector, y la cautela para evitar infringir acuerdos internacionales. Si bien CONAE asegura que el proyecto “comenzó desde cero”, ya que “no se registran antecedentes en el país”, varios investigadores confirmaron a este diario que VENG SA y las otras instituciones cuentan con apoyo de ingenieros empleados en el Cóndor, y que “muchos regresaron de Estados Unidos para trabajar en el tema”.
“La generación de ciclos de información es el objetivo primordial de todo el Plan Espacial Nacional. Necesitamos llenar los huecos de información. Argentina necesita hacer pruebas tecnológicas propias, continuadas y específicas. Si no tenemos el lanzador, no cierran los números”, explicó Varotto, quien accedió a reunirse con PERFIL junto con los principales responsables de CONAE.
El proyecto Tronador II tiene como antecedente inmediato el Tronador I, un cohete balístico –no teledirigido– a escala del que se apresta a viajar al espacio. Sin hacer mucho estruendo, CONAE hizo dos pruebas del Tronador I, una en junio de 2007 y otra en mayo de este año. Un asistente al lanzamiento confió a este diario que una delegación de la Embajada de Estados Unidos asistió a ambas pruebas en calidad de veedor.
El jefe de todo el proyecto Tronador, José Astigueta, confirmó a PERFIL que el plan del nuevo cohete argentino comenzó en 2007, y que con los lanzamientos exitosos realizados en Puerto Belgrano ya se comenzó a construir el Tronador II. La nueva versión, diez veces más potente que su antecesora, será propulsada por motores que funcionan con combustible y oxidante líquido. Su objetivo es colocar en órbita una carga útil de prueba de poco tamaño y su primera misión está prevista para 2010.
Los detalles sobre el tipo de propulsión y la cantidad de carga que podrá transportar no es menor, ya que son dos de los puntos más sensibles sobre los que versan los acuerdos para restringir la proliferación de misiles. Varotto asegura que la elección de propulsión líquida y la capacidad de carga pequeña “es un reflejo de lo que Argentina necesita” y “no hay otros intereses”.
Para los especialistas, sin embargo, en el ideario técnico y
estratégico, el combustible sólido está asociado a las acciones militares, mientras que una mayor capacidad de carga es deseable para al ámbito bélico. “Sabiamente se tomó la decisión de pasar al combustible líquido, porque se lo asocia con civil. El proyecto entero está siendo armado para no caldear los ánimos de la comunidad mundial”, evaluó Calle.
En Falda del Carmen la actividad vuelve a ser la de antes. Las polémicas por el Cóndor II fueron reemplazadas por el entusiasmo que genera la posibilidad de acceso al espacio con tecnología propia. Prueba de ello es que aun cuando el Tronador II todavía no está terminado, en la base cordobesa ya se habla de su sucesor: el Tronador III. “Con la experiencia y el control de la tecnología adquiridos a través del desarrollo del proyecto Tronador II, está previsto lanzar el Tronador III, que permitirá colocar el órbita cargas de alrededor de 250 kilogramos”, confirma Astigueta la novedad a PERFIL. El proyecto contempla la posibilidad del uso de combustible sólido en alguna de sus etapas. Como para que los fantasmas sigan frecuentando Falda del Carmen.
El mundo bipolar dio inicio a la carrera espacial en los años 60. No fue sin embargo hasta mediados de los 90 que la Argentina inició el desarrollo de satélites y de dispositivos de observación para ser puestos en órbita. En la actualidad se desarrollan dos series de satélites, aunque el mayor desafío es lograr ubicarlos en el espacio con medios propios. Cuestión de dinero: un 50% del costo del satélite es ponerlo en órbita, y el mercado de lanzaderas en el mundo tiene once ceros. Ese es el objetivo de proyecto Tronador.
El análisis de la Tierra desde el espacio es el objetivo central del Plan Nacional Espacial, el programa argentino de largo plazo que implementa la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), una entidad civil fundada en 1991 que depende de Cancillería.
“Si usted nos pregunta si queremos llegar a la Luna, todos le responderemos que sí. Pero no es lo que el país necesita, que es observar el territorio para promover el desarrollo económico y actividades de prevención”, sintetizó a PERFIL Conrado Varotto, quien está al frente de la Comisión desde su fundación.
La serie SAC es el proyecto más antiguo con el que cuenta la CONAE. Los satélites SAC-B y SAC-A fueron los primeros en ser puestos en órbita, aunque el SAC-C es el único que se encuentra operativo. Fue lanzado el 21 de noviembre de 2000 desde el estado de California, en Estados Unidos, y se desarrolló con la cooperación de la NASA y de las agencias espaciales de Italia, Dinamarca y Francia. Su función es monitorear el medio ambiente y las catástrofes naturales.
El SAC-D/Aquarius es el dispositivo estrella por estos días. Esta semana confluyeron en Buenos Aires científicos de las agencias de más de cinco países para realizar la última revisión de los planos. La NASA es la principal socia del proyecto e invertirá unos 250 millones de dólares para lanzar el satélite en 2010 e introducir el sistema Aquarius, que medirá la salinidad del mar, explicó Varotto. “Al país le servirán los datos sobre temperatura de la superficie terrestre para prevenir incendios, y de humedad, para prevenir inundaciones”, explicó el jefe de Proyectos de la CONAE, Fernando Hisas.
No es el único proyecto en el que está embarcado el país. Otros dos satélites argentinos están siendo desarrollados: los SAOCOM 1-A y 1-B, que integran el Sistema Italo Argentino de Satélites para la Gestion de Emergencias (SIASGE). La constelación está formada por dos satélites argentinos y otros seis italianos. A diferencia de los anteriores, funcionarán con sistemas de radar y otros instrumentos ópticos, y no tomarán fotografías. Su lanzamiento está previsto para 2011 y su objetivo es prevenir y mitigar catástrofes, conservar el medio ambiente, mejorar la agricultura y proveer información a terceros países.
Fuente: Por Pedro Ylarri para el Diario Perfil