El Ejército de Rusia suspendió las compras de los vehículos blindados italianos Ris (Lince), aprobadas por el exministro de Defensa Anatoli Serdiukov. Los funcionarios militares decidieron optar por el armamento de fabricación nacional. Esto pone de manifiesto los problemas en el proceso lógico de la toma de decisiones, no sólo en el sector militar sino en la economía del país en general.
El pasado miércoles 23 de enero los militares rindieron cuentas de sus gastos en importaciones de armas. El comandante del Ejército ruso de Tierra, el coronel general Vladímir Chirkin, anunció cambios importantes en la cartera de pedidos militares.
Primero resultó que el ejército ruso no necesita para nada los vehículos blindados Ris (Lince), una versión del blindado italiano Iveco LMV M65 que había ganado el concurso convocado por la antigua dirección del Ministerio de Defensa. El año pasado una empresa creada conjuntamente con Italia empezó a ensamblar estos vehículos en la ciudad rusa de Vorónezh. Estaba previsto construir unas 1.775 unidades hasta 2016, y recientemente la Defensa planeaba pedir autorización para aumentar su número hasta 3.000.
“El contrato de compra de los blindados de este tipo a Italia está suspendido. Ya hemos recogido y ensamblado casi todos los vehículos pagados, y los vamos a usar pero no seguiremos comprándolos”, dijo Chirkin añadiendo que en adelante los militares rusos “se orientarán hacia el fabricante nacional”.
Luego se supo que los vehículos blindados de combate Centauro, traídos a Rusia en agosto del 2012 para realizar una serie de ensayos con vistas a la compra de una licencia italiana para su producción local, tampoco les interesan a los militares rusos. “Todos estos acuerdos fueron concertados por los antiguos directivos del Ministerio de Defensa, ahora estamos cumpliendo nuestras obligaciones para mantener la buena reputación. Se están realizando pruebas de los vehículos Centauro y todavía no están concluidas”, informó Chirkin.
A propósito del amor patrio
En cuanto al Centauro, está todo claro: el contrato sólo preveía ensayos para luego tomar la decisión sobre los suministros del blindado. No se tomará y no pasa nada.
Sin embargo, la historia con IVECO es muy diferente. Nadie rescinde el contrato, ya que eso, por lo visto, puede acarrear unas penalizaciones importantes. Además, el documento prevé la fabricación sólo de 358 vehículos, de los cuales 57 ya fueron recibidos de Italia y ensamblados en Rusia en 2012, mientras que en 2013 se planeaba hacer lo mismo con el resto.
Pero el actual viceministro de Defensa, Yuri Borísov, comunicó que el ensamblaje de los Ris ya no se efectuará en Vorónezh, sino en la nueva planta automotriz Kamaz, en la república de Tartaristán.
Así que en lugar de la empresa Oboronservis, controlada por el Ministerio de Defensa, el contrato será realizado por la corporación estatal Tecnologías de Rusia (Rostejnologuii). En otras palabras, en lugar de la estructura “protegida” por el exministro Serdiukov, que había impulsado importaciones desde Italia y cayó en desgracia, lo hará la empresa que tenía una relación más que fría con el extitular de Defensa a causa de los conflictos en torno a la cartera de pedidos militares de Rusia. Y que debido a su influencia tiene todo el derecho a llamarse un ministerio informal de la industria militar.
Patriotismo de los funcionarios
La cuestión no es si el ejército ruso necesita los Ris y los Centauros. El Ris al menos no estaría de más ya que serviría como ejemplo para su rival de fabricación nacional (Tigr). Por cierto. La industria rusa no ofrece ningún vehículo blindado de la misma clase (se está desarrollando la versión que se le acerca, Tigr-6A), así que la opción de adquirir, mientras tanto, los blindados italianos no tenía nada de malo. El problema está en que esta cuestión debería resolverse en despachos en vez de en polígonos.
Porque hablemos claro: si en el Ministerio ruso de Defensa no se hubieran llevado a cabo ciertos reajustes, los Ris se fabricaría en serie aunque durante los ensayos no hubieran arrancado. Y se fabricarían en las fábricas del Oboronservis. Pero ahora que los altos cargos de la industria militar habían conseguido una victoria aplastante sobre el terco Serdiukov, los blindados italianos tienen el paso cerrado. Aunque superasen con claridad a sus potenciales competidores rusos, que tampoco es así.
Todo eso, naturalmente, se acompañará por una falsa y patética explosión de sentimiento patriótico traducido en la idea de comprar exclusivamente el producto nacional. Cuando lo hacen los periodistas o los servicios de relaciones públicas de los fabricantes, es lógico y comprensible. Pero cuando estos argumentos son usados por funcionarios de alto rango, es sorprendente.
“Monstruos sectoriales”
Los 'capitanes' de la industria militar se hicieron con el poder en la URSS de la década de los setenta. Las posibilidades de influencia de los directores de las grandes empresas fabricantes de armas y los ministerios afines permitían intervenir en las decisiones sobre inversiones y pedidos a nivel del Comité Central del Partido Comunista de la URSS.
El auge de las empresas militares llegó en 1976 con el nombramiento como titular de Defensa de Dmitri Ustínov, un civil que, no obstante, desempeñó un papel clave en la creación del complejo industrial militar soviético.
Tras su muerte en 1984 la situación cambió poco, el cabildeo de los fabricantes de armas se hacía cada vez más poderoso. Los funcionarios del Gosplan (comité para la planificación económica en la Unión Soviética) no sabían qué hacer para moderar su insaciable apetito, que exigía no sólo financiación sino también recursos materiales, tecnológicos y humanos, dejando a la industria transformadora civil los excedentes.
Pero la dirección del partido, que debía equilibrar los intereses de las estructuras de gestión y de producción, para aquel momento ya estaba tan debilitada que no era capaz de controlar a los 'monstruos sectoriales' (complejo industrial-militar, industria de la energía, agricultura) creados y alimentados anteriormente por ella.
Ahora la situación resulta mucho más complicada que en 1984. En primer lugar, los cabildeos sectoriales conservaron su poder. El peso político de los “padrinos” de la industria militar sigue siendo relevante y no disminuye. Mientras tanto, otros sectores productivos del país, excepto la industria de la energía y de extracción de materias primas, prácticamente no tienen herramientas de influencia.
En segundo lugar, en la Unión Soviética la condición especial de la industria militar se nivelaba hasta cierto punto debido a una fortísima competencia interna. Los fabricantes desarrollaban armas de un mismo tipo inflando la nomenclatura del ejército.
Actualmente esta competencia artificial entre las empresas militares está erradicada gracias a la estrategia de creación de los monopolios sectoriales. Las empresas gigantes, como el consorcio Almaz-Antei, se convierten en fabricantes exclusivos de determinado material bélico.
Esto, a su vez, afecta la oferta. Y a esto se tuvo que enfrentar el exministro Serdiukov cuando quiso conseguir unos precios más competitivos de armamento. Los monopolios, sobre todo los protegidos por algún alto cargo político, no están dispuestos a perder beneficios. Sin embargo, el estado de la base productiva, con muy pocas excepciones, no dejaba otro remedio que vender a los militares no lo que ellos querían sino lo que se había conseguido fabricar.
¿El motor de la economía?
Cabe subrayar una vez más que el problema no está en las importaciones de armas sino en otras cosas: la planificación de las compras militares, la estrategia del desarrollo y reforma de la industria militar y el control sobre el complejo industrial-militar comprendido en palabras del presidente y general militar estadounidense Dwight D. Eisenhower como “la conjunción de un gran número altos cargos militares y de una gran industria armamentística” que adquiere una influencia injustificada en las decisiones del gobierno. Todo lo demás son consecuencias y detalles secundarios que dependen por completo de estos tres puntos.
No son fáciles de resolver. Rebajar los presupuestos de las empresas en un 30% sin argumentarlo de ninguna manera, como hacía el exministro de Defensa, no es una solución. Pero los militares necesitan tener un rígido control sobre la relación de las características de las armas que adquieren, los plazos de su suministro y los costes del desarrollo. Entonces, si algo no cuadra, lo pueden comprar en el extranjero. Pero para ello hace falta aprobar una estrategia de compras militares que hasta ahora no existe.
Mucho se habla de la modernización del complejo industrial-militar. Pero está claro que la base de una industria militar es la construcción de maquinaria civil y la metalurgia. Por lo tanto, las tecnologías y los profesionales deberían transferirse libremente entre estos sectores, lo cual permitirá evitar los desequilibrios estructurales y asegurará un efecto macro para toda la economía nacional.
A finales de los ochenta no se consiguió llevar a cabo la conversión de la industria militar para seguir fabricando productos de alta tecnología y de uso civil. Esta solución fue propuesta al gobierno soviético ya a principios de la década pero no fue escuchada,.
Por lo tanto hablar del complejo militar-industrial como “motor de la economía” está desprovisto de cualquier sentido práctico: la época en la que la industria militar era el sector más desarrollado tecnológicamente ya pasó.
Así que los blindados italianos no cuentan. Teniendo en cuenta las pérdidas potenciales de la economía nacional la suspensión de los suministros de armas desde Italia es tan sólo una gota en el mar.