Tengo sensaciones enfrentadas respecto del paro de anteayer. Básicamente, no lo entendí. Los jefes de la CGT se pasaron todo el día en reuniones y monitoreando qué adhesión tenía en las distintas regiones del país. Eso quiere decir que los que convocaron a no trabajar, trabajaron como locos. Era hora. Lorenzo Miguel, Rucci y Vandor, que comparten un grupo de WhatsApp, me hicieron llegar un mensaje, escandalizados: "A estos pibes no se los puede dejar solos. ¡Hacen un paro corridos por los zurdos!"
Los hijos de otros dos líderes históricos del sindicalismo, Saúl Ubaldini y Jorge Triaca, hoy están en Cambiemos, y "Jorgito" es el ministro de Trabajo. Juan Domingo Perón apagó el teléfono. No puede creer que sus herederos le hayan servido en bandeja a Cristina, que lo detesta, semejante banquete. ¿Con qué imagen nos quedamos, con la del microcentro semivacío o con la de Máximo, activo como no se lo veía desde hace años? Acaso mi escepticismo sobre el éxito del paro se deba a que vi gente que iba y venía, reuniones, entusiasmo, elogios al rumbo económico, clima de negocios: estuve todo el día en el hotel Hilton, en el Foro de Davos.
Otro problema es que las huelgas generales se han convertido en una rareza en el mundo. Consulté a varios expertos y ninguno se acordaba cuál había sido la última y en qué país, entre otras cosas porque la principal rareza es una estructura sindical tan poderosa y vertical como la nuestra. "Lo que te puedo decir -contestó Rosendo Fraga- es que ninguna de las 40 que se hicieron desde el regreso de la democracia cambió absolutamente nada." También se lo pregunté al ministro Triaca. "No sé, averiguá cuándo hubo un paro en Cuba, China o Corea del Norte." No estoy muy familiarizado con la ironía, pero me da la impresión de que se estaba riendo.
La CGT tiene hoy tres problemas. El primero es que a cada uno de sus conductores, por ser tres, se los ha dado en llamar triunviros. Pobres Daer, Schmid y Acuña: como si no llevaran sobre sus espaldas un peso que los excede, algún espíritu perverso y con ánimo destituyente les puso esa denominación espantosa. No es fácil ir por la vida sabiendo que la gente te ve pasar y comenta: Mirá, ahí va un triunviro. Otro problema de la CGT es que tienen razón los triunviros (perdón, se me escapó) Lorenzo Miguel, Rucci y Vandor. La agenda se la están fijando el kirchnerismo, la CTA, la izquierda radicalizada, los troskos. Imperdonable para una organización genéticamente conservadora.
El tercer problemita es que, según acabamos de ver, ya no está en condiciones de hacer un paro como los de antes, masivo, asfixiante, que paralice al país. Para que la cosa más o menos funcione tiene que recurrir a extorsiones y amenazas. Para impedir que la gente vaya en sus autos a trabajar, el movimiento de los descamisados tiene que tercerizar los piquetes, encargarlos a bandas de matones a sueldo que se blindan el cuerpo y la cara y se arman con palos y piedras. Digo, si convocás a un paro y buena parte del país no te hace caso y el #yonoparo se convierte en trending topic mundial, es un bajón, te querés matar.
Quizá por eso tardaron en decidirlo. A Menem le hicieron el primero cuando llevaba 40 meses en el poder; a Néstor, 47; a Cristina, 59. Pero, claro, eran gobiernos peronistas. Con Alfonsín tardaron 9 meses; con De la Rúa, 3, y con Macri, 15. Deben estar diciendo: "Macri, te dimos 15 meses. Agradecelo en vez de estar acusándonos de mafiosos". Macri no se los va a agradecer por una razón muy sencilla. Suponiendo que lo de anteayer fue tan contundente como lo vio la CGT, al país el parate le costó unos 1000 millones de dólares. Con esa guita se podrían pavimentar dos veces todas las calles de tierra del conurbano bonaerense, o construir 300 hospitales o 1000 escuelas. ¿Pavimentar el conurbano? ¿Mil hospitales? "Ni de locos -piensan en el PJ-. Si lo llegaran a hacer, a nosotros no nos votan más." ¿Más escuelas? Para qué, si Baradel las vacía.
Les estaba diciendo: paros eran los de antes, con movilizaciones multitudinarias, trabajadores indignados y discursos que quemaban la Plaza. Allí hemos visto a Ubaldini llorar y a Moyano y tantos otros, gritar. Este paro tristón, desangelado, "dominguero" -así lo calificó la izquierda, que sabe dónde hundir el puñal- tendrá un lugar chiquito en la historia. Hasta sus organizadores querían que pasara rápido. Un par de días antes, líderes de la CGT y funcionarios del Gobierno compartieron un asado. Señores sindicalistas, por favor, un poco más de dignidad. Que un chinchulín no les haga olvidar el salvaje ajuste neoliberal y el hambre del pueblo que están denunciando.
Esta semana, la movida en torno a la huelga sirvió, en todo caso, para que rápidamente pasaran a segundo plano el nuevo procesamiento a Cristina y sus hijos, y la visita del juez Moro. Adalid en Brasil de la lucha contra la corrupción, fue recibido como una estrella y el Gobierno le abrió las puertas. La realidad es muy dinámica: Cristina lo hubiese declarado persona no grata.
Terminando esta columna, me llama uno de los jóvenes que impulsaron, a través de las redes, la gran movilización del #1A, el sábado pasado. A él y a sus amigos, dice, los están buscando de la CGT. Quieren saber cuál es el secreto.
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