Por Alcadio Oña - iEco (Clarin.com)
El superávit comercial viene en pendiente y ya barrió con las esperanzas de Guillermo Moreno de cerrar el año con un
saldo de US$ 13.000 millones. Las perspectivas pintan para menos de US$
9.000 millones, todavía considerable pero no todo el que el secretario
de Comercio imaginaba imprescindible en un escenario de divisas escasas.
Pero en el interior del cuadro global asoman al menos tres cuentas que, sumadas, proyectan un rojo cercano, si no mayor, a
impresionantes US$ 22.000 millones. Para evitar confusiones, vale aclarar que se trata de déficit, no de importaciones.
Una de ellas, la más conocida, corresponde a la
factura energética
que avanza cómoda hacia un desequlibrio de US$ 7.000 millones,
impulsada por la pertinaz caída de la producción y las reservas de gas y
petróleo y el agotamiento de las cuencas. Las importaciones de gas
natural y licuado ya se aproximan al 30% del consumo interno: en toda la
línea,
dependencia externa.
Otra de la misma cadena es el déficit del
complejo automotriz, que según estimaciones de la consultora
abeceb.com
este año andaría por US$ 7.780 millones. El resultado sale por
completo del agujero de US$ 8.240 millones en la balanza comercial del
sector autopartista: de nuevo, dependencia del exterior, simplemente,
porque cerca del
70% de cada auto que se fabrica aquí está compuesto por piezas importadas.
Y la tercera, más difícil de calcular y por eso menos zarandeada, proviene de la electrónica o llanamente del
ensamblado en Tierra del Fuego. Según
abeceb
, en 2011 el desequilibrio había sido de US$ 7.142 millones y de 6.400
millones en 2012. Durante los primeros seis meses de este año, canta US$
3.300 millones. Todo,
pura importación.
Cuesta encontrar, en esta lista, la
sustitución de importaciones
por producción nacional que todo el tiempo pregonan la ministra de
Industria, Débora Giorgi, y el viceministro de Economía, Axel Kicillof.
También
suena a ampuloso el salto del que habló Kicillof el año pasado, cuando
dijo en la Cámara de Diputados: “Estamos viviendo una nueva etapa,
dentro de
las grandes etapas que caracterizan nuestra historia ”. Se sobreentiende que aludía a la historia de la Argentina, no a su historia personal.
Por
lo que toca al proceso de reindustrialización, ese sueño eterno, los
informes del INDEC tampoco lo acompañan en el argumento.
Aun con
las trabas de Moreno, en los primeros siete meses del año las compras al
exterior de maquinaria, bienes intermedios y piezas imprescindibles
para el sistema productivo ascendieron a US$ 31.000 millones. Contra
exportaciones fabriles por US$ 15.600 millones, dan un déficit de 15.400
millones de dólares: obvio,
será mucho mayor al cabo del año.
No
hay manera de sostener, entonces, que la Argentina avanza hacia la
reindustrialización con matriz diversificada y sustitución de
importaciones, como afirma sin intérvalos Débora Giorgi.
Está a
la vista, en cambio, que el crecimiento de la economía, así sea
limitado, consume divisas en cantidad por el lado de los hidrocarburos
que el país no tiene. Y que otro tanto pasa con los récord de producción
de autos y los equipos electrónicos.
Una idea sobre la magnitud
que representan aquellos US$ 22.000 millones es que equivalen a más del
doble de las exportaciones a Brasil de los primeros siete meses del año.
La comparación tiene sentido, porque Brasil resulta por lejos el
principal destino de las manufacturas argentinas.
“Urge un shock
de inversiones y empezar cuanto antes”, advierte un especialista. Quiere
decir, por si no quedó claro, que los problemas
no pueden aguardar al final del mandato de Cristina Kirchner.
Su
frase también puede ser entendida como que ya se ha perdido demasiado
tiempo y que las correcciones mandan ahora, porque más adelante será
todavía más difícil remontar la cuesta.
El dilema es que la Argentina no luce un país atractivo para inversiones de miles de millones de dólares.
“Como
quiera que sea, después del precedente de Repsol los mercados
financieros de Canadá, Houston, Londres o Nueva York están cerrados para
proyectos energéticos en el país. O ponen condiciones muy gravosas”.
Esta vez, palabras de un experto del sector que aún duda sobre el
alcance real y los costos finales de la alianza de Chervron con YPF.
Tampoco
parecen ayudar el conflicto con LAN, la frustrada, enorme operación de
la minera brasileña Vale, la deuda en default con el Club de París y el
previsible incumplimiento de un fallo definitivo a favor de los fondos
buitre.
Cada cual puede interpretar las cosas a su manera, pero
la incertidumbre es un dato clave en el mundo de los negocios.
Salvo que uno crea, tal cual sostiene Kicillof, que el papel de la
inversión extranjera “es una cuestión conceptual que no está saldada”,
aunque haya sido saldada hace rato en Brasil, Chile y Perú, solo por
citar algunos países del vecindario.
El caso es que, además, el
estado de los caminos, los puertos y las redes ferroviarias tampoco
permiten visualizar la inversión pública, pese a que nunca hubo tanta
plata disponible como en la era kirchnerista. Justamente, falta aquello
que mejora la competitividad de las economías y transforma el
crecimiento en desarrollo sustentable.
Un informe de la consultora
LCG dice que del fenomenal aumento del gasto público que hubo en la década,
apenas un 12% fue a obras de infraestructura.
Surge
evidente, así, que el punto de fondo es siempre cómo y en qué se usan
los recursos del Estado. Y de sobra, que el relato jamás puede
reemplazar a las políticas: sirve mientras puedan ser ocultados los
desaciertos,
nunca para siempre.
En los dos años y pico que hay por delante hasta llegar a diciembre de 2015, el Gobierno
deberá lidiar con su propia siembra
y, previsiblemente, con reclamos de cambio de varios gobernadores.
Porque ellos también pagan por errores del cristinismo, como ya se
comprobó en las elecciones primarias.
La herencia se proyectará sobre quienes vengan después de 2015, y la suma de factores ya da un producto bien complicado.
Le toque a quien le toque.