Por Armando Alonso Piñeiro Para LA NACION
Cuando la Argentina aún no había nacido como país independiente, cierto personaje porteño que pasaría a la posteridad como uno de sus dos máximos prohombres se preocupó obsesivamente por la necesidad de promover y proteger las tareas rurales. Ese protagonista se había formado intelectualmente en España, de donde vino a Buenos Aires con un diploma de licenciado bajo el brazo. Era desvelado seguidor de Montesquieu, Rousseau, Jovellanos, Campomanes y Adam Smith. Dominaba el inglés, el francés, el latín y el italiano. Se especializaba en derecho público y economía política. Era educador, periodista y abogado, y en la Madre Patria había presidido la Academia de Práctica Forense y Economía Política.
No se necesita más para comprender que me estoy refiriendo a Manuel Belgrano, quien durante dieciséis años fue secretario del Real Consulado de Buenos Aires, con jurisdicción en todo el Virreinato del Río de la Plata. En tales funciones, hizo que el organismo se suscribiera a varios periódicos españoles, entre ellos el Semanario de Agricultura , título que inspiró a su homónimo porteño años más tarde. (Las dos primeras publicaciones impresas aparecidas en la futura capital argentina tenían el concepto agrario en su denominación: Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Historiográfico del Río de la Plata y Semanario de Agricultura, Industria y Comercio).
La preocupación por el desarrollo agrario era inmutable en aquella Buenos Aires. En 1809, el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros le había encargado a Mariano Moreno la elaboración de un documento para defender el trabajo rural. De allí surgió la famosa Representación de los Hacendados, que inauguró el libre comercio en estas tierras.
Pero Belgrano era ya veterano en tales lides. Desde la secretaría de la citada corporación virreinal, venía redactando manifiestos que sostenían la necesidad de proteger el campo, sinónimo elocuente de progreso. Sin el desarrollo del sector era impensable la apertura del país a la economía libre. También desde ese cargo apoyó al Semanario de Hipólito Vieytes, quien en solidaria reciprocidad alentó a Belgrano cuando se fundó, a comienzos de 1810, el Correo de Comercio , que el futuro creador de la bandera dirigió con entusiasmo, aportando su propia pluma.
Los sábados 3 y 10 de marzo de 1810, Belgrano publicó su primer mensaje editorial en el flamante semanario. Estaba dirigido "a los labradores, artistas y comerciantes". Allí enhebró conceptos fundamentales, partiendo de la base de la repartición de la riqueza y el trabajo.
Entendía que ningún ciudadano debía vegetar en la inacción -salvo las obvias excepciones- porque ello hacía recaer el esfuerzo mayor en unos pocos. Consecuentemente, ponía a las labores agrarias en un plano de privilegio, debido a su influencia básica en el desarrollo económico del Estado. Como si fuera un mensaje consignado a los argentinos de los siglos siguientes, el autor postulaba la protección prioritaria de la agricultura: la tierra debía poblarse completamente de vegetales útiles y sus cultivadores tenían que establecer un método sostenido y firme para sacar el máximo provecho, "por ser éste el arte vivificador y que más que otro alguno cimienta de modo duradero la felicidad indestructible de los pueblos".
El 14 de abril de 1810 apareció en el todavía flamante medio cierta "Carta de un labrador a los editores". El estilo y las ideas de esa carta son curiosamente parecidos al estilo y a las ideas de Belgrano. No cabe duda alguna de que éste fue el autor y que prefirió ese método para hacer resaltar el interés que le suscitaba el tema específico de la agricultura. Comparando el artículo antes citado con esta presunta misiva de lector, se encuentra en la confrontación estilística cierta constante gramatical. El primero tiene en sus párrafos iniciales 88, 69 y 52 palabras, respectivamente. La segunda registra 54, 136 y 52 palabras, sucesivamente. Las similitudes se repiten más adelante en este aspecto.
Pero aún hay más detalles que denuncian que ambos trabajos pertenecen a la misma mano. El primero comenzaba con un estilo condicional: "Si el hombre no hubiera tenido otros estímulos que el de subvenir con su trabajo?" La carta se inicia así: "Si la riqueza de los pueblos se mide constantemente por el número de sus habitantes?". Hay coincidencia en el giro idiomático, hay coincidencia en el carácter de las frases, singularizadas por la exhibición de una tesis; hay coincidencia en el número de palabras con que se expresan las ideas: quince vocablos, exactamente, para cada frase distinta.
En ambos escritos hay también ideas convergentes y utilización de un mismo término, "opulencia". Esta expresión aparece cuatro veces en el primero, es decir, en un total de 850 palabras. El mismo concepto (bajo los términos de "opulento", "abundancia" y "prosperidad") aparece tres veces en el segundo, en un total de 790 palabras.
Veamos ahora su desarrollo. Señala la carta que sólo el trabajo asegura la subsistencia y la riqueza de un pueblo, y que, en las condiciones socioeconómicas de la época, la labor de la agricultura es la que más contribuye a este objetivo. Así se explica el permanente fomento que recibía esta actividad, caracterizada por la erección de puentes, la apertura de canales, el establecimiento de riegos y el allanamiento de caminos, todo ello para el más fácil transporte de sus productos.
En tres entregas consecutivas aparecidas en agosto de 1810, otro artículo -titulado, escuetamente, "Labranza"- maneja en sus once páginas ideas característicamente belgranianas. Comienza por detalladas consideraciones de tipo técnico y laboral -interesantes, porque explican las costumbres de la época, como el penoso trabajo rural y el régimen de contratación-, y puntualiza de inmediato el verdadero fantasma que amenazaba con provocar el retroceso del campo: "Otro mal imponderable para el labrador y los pueblos es el de los usureros, enemigos de todo viviente; a éstos se debe exterminar; a éstos, que tragan la sustancia del pobre y aniquilan al ciudadano, se les debe considerar por una de las causas principales de la infelicidad del labrador, y como mal tan grande, no hay voces con qué exagerarlo".
La ganadería era otra de las preocupaciones del semanario: una actividad perjudicada por el sembrado de tierras para ganado, el tiempo inadecuado de las yerras, el traslado de hacienda de una jurisdicción a otra. La inquietud se plasmaba en la necesidad de "evitar el despoblamiento de nuestros campos, a fin de no caer con el tiempo en la necesidad de mendigar en ajenos países".
Una visión profética y una forma bien clara de señalar el peligro de la importación de vacunos.
La constante tesis proagraria no vendaba los ojos de Belgrano y sus seguidores. Ellos comprendían la importancia de la industria y advertían con gran clarividencia que en el futuro la industria y el campo estarían indisolublemente unidos. Lo estampó claramente nuestro personaje en el Correo de Comercio , en el que aclaraba que era inútil dedicar preferente atención a un ramo con desmedro del otro, ello en función de gobierno, por supuesto.
La constante tesis proagraria no vendaba los ojos de Belgrano y sus seguidores. Ellos comprendían la importancia de la industria y advertían con gran clarividencia que en el futuro la industria y el campo estarían indisolublemente unidos. Lo estampó claramente nuestro personaje en el Correo de Comercio , en el que aclaraba que era inútil dedicar preferente atención a un ramo con desmedro del otro, ello en función de gobierno, por supuesto.
Llama la atención esta constante prédica de aquellos prohombres de la nacionalidad a favor de los rubros básicos de la economía, como si supieran o temieran -es preciso repetirlo- que los venideros siglos argentinos podrían poner en duda verdades tan elementales.