Por Abel Posse Para LA NACION
La riesgosa decisión británica de buscar petróleo en las Islas Malvinas Como una ironía, como una burla, la plataforma petrolera navegó bamboleándose entre temporales y calmas a lo largo de nuestra costa, por alta mar, repitiendo las singladuras del Camberra, del Antílope, del Sheffield en 1982. Los británicos parecen gritarnos: "¡Esta es la Realpolitik, idiotas! Veintiocho años después del fondeo del Belgrano y del Sheffield, como hemos ganado la guerra y ustedes se preocuparon más por insultar a Galtieri y por encarcelar o descalificar a sus soldados que por reorganizar sus fuerzas, venimos a cosechar el petróleo en aguas que ustedes no supieron defender".
Vivimos como culpa y como una amputación definitiva lo que era una batalla perdida. Hasta meten preso al almirante Büsser y a tantos combatientes aeronavales que los mismos historiadores británicos elogian en sus obras. Es característica patológica argentina negar las consecuencias de lo que apoyó con entusiasmo, desde aquella guerra hasta los presidentes que eligió y negó en un continuo ejercicio de irresponsabilidad retroactiva.
Después de mucho, los británicos, tomando en cuenta los precios del petróleo y muy probablemente positivas investigaciones y resultados en los trabajos de cateo de 1998, se resolvieron a explorar un fondo de mar que podría devolverles inmensas dunas de oro. Con un país desacreditado, inerme y casi resignado en la costa de enfrente, vale la pena la carísima exploración del recurso, en busca de una respuesta definitiva. La costa argentina es hoy tan playa e indefensa como la que recorrió Darwin cuando descubrió a los nada feroces patagones.
Si en realidad hay mucho petróleo, necesitarán a la Argentina como aliado, y se abrirá un nuevo diálogo, sin ya poder usar el "paraguas".
Habrá que hablar de soberanía y de coparticipación conjunta en la zona de Malvinas y donde se halle el petróleo. Se abriría la posibilidad de una diplomacia económica y política. Necesitamos una acción argentina serena, hábil y paciente, difícil de reconstruir después de la invasión politiquera en la Cancillería y de las improvisaciones de K.
La plataforma llegó y ya está trabajando. Tardíamente, casi a toro pasado, como dicen los taurinos, la Argentina despertó de su catalepsia diplomática y decretó con acierto el control de navegación hacia las Malvinas, lo cual podría ser dificultad importante para el provocador y ambicioso intento británico. La Presidenta tuvo éxito al obtener el rápido apoyo de los 33 países de nuestra América, incluyendo territorios de tradición o vinculación con Gran Bretaña. Fue el episodio diplomático más importante de su gestión. Por su parte, los embajadores Taiana y Tacetti se manejaron con prontitud y eficacia en los foros de la ONU y la OEA para recordar las decisiones y obligaciones del comité de descolonización.
La inicial alegría de los kelpers y británicos se empezó a nublar. Esto de quedarse con petróleo (en un caso hipotético, con unas reservas inusitadas, que algunos imaginan en 60.000 millones de barriles) es demasiado agresivo, no sólo para los sudamericanos, sino también para el mundo, incluso para Estados Unidos, que vería reconstruir, sobre el derrotismo complaciente de los argentinos, una presencia europea en el Atlántico Sur como la que tuvieron los ingleses desde la reina Victoria hasta 1945.
La protesta argentino-brasileña y de la Unasur sorprendió la arrogancia británica y hasta el escepticismo resignado de los mismos políticos argentinos. Lula no se expresó, sino que más bien gritó su solidaridad con nuestro país. La creciente presencialidad de los ingleses en el Atlántico, desde la Antártida hasta el Caribe y los países del Caricom, no pasa inadvertida para Itamaraty.
Hoy, Brasil ya se mueve con paso de potencia regional, con sus genes de imperio.
El resultado de las prospecciones de la plataforma Ocean Guardian es peligroso: si se trata, realmente, de una cuenca de 60.000 millones de barriles, las Malvinas serán un nuevo bastión británico-europeo, además de un emporio económico salvador para la economía inglesa. Usarán todo el poder para mantenerse y extenderse aún más. En cambio, si se trata de hallazgos mediocres o de un fiasco, los ocupantes de las Malvinas tal vez nos inviten de nuevo a un acuerdo como el que el gobierno argentino denunció en marzo de 2007,con objeto de negociar probabilidades conjuntamente.
Pero en caso de tratarse de un megayacimiento, ¿podrían manejarse solos, recreando y apoyándose en una ya obsoleta estrategia de potencia marítima? Para ello deberían edificar un disparatado imperio de pequeñas islas para garantizar con autonomía una logística militar y de sustentación de insumos. Una especie de commonwealth en forma de estirado rosario de piedras desde Bermudas, Bahamas, las posesiones en las pequeñas y grandes Antillas, bajando por Ascensión, Santa Elena, el grupo de Tristán de Cunha y Gough hasta el epicentro petrolero y el bastión estratégico litigioso de las Malvinas y las islas de los Estados, Georgias y Sándwich del Sur.
Esto es una locura. La otra pregunta se impone: ¿cómo explotar un emporio productivo que podría ser la quinta reserva mundial, con prohibición de navegación desde la costa argentina y la hostilidad de Brasil, la Unasur y tal vez de los mismos Estados Unidos?
La impresión mundial -y hasta europea- es que esta vez los ingleses se pasaron. Pretenden imponer una idea decimonónica sin comprender que la Argentina y toda la Unasur les retrucan la ofensiva gritándoles a su vez: "¡Es la geopolítica, idiotas!". Porque la Realpolitik del que afirma su derecho en un triunfo militar hoy no basta ante la realidad de un enclave continental, colonizado pero absolutamente americano de las Malvinas.
La geopolítica de hoy es de los "grandes espacios" estudiados por Carl Schmitt y de las culturas y factores de la visión religiosa del mundo y de la tradición histórica (Huntington). La ubicación de las Malvinas es, justamente, una pesadilla geopolítica que los británicos creen superar con visiones de omnipotencia de los tiempos isabelinos, que ya resultaría imposible llevar adelante.
La indelicadeza británica conllevará consecuencias diplomáticas que deberán saber manejar los políticos argentinos del futuro recambio, con una Cancillería restablecida y autorizada profesionalmente.
Si se confirman cantidades importantes de petróleo, la Argentina, después de su lamentable inoperancia de años, debería replantearse el eje estratégico-militar con Brasil e incrementar su presencia en el Atlántico Sur. Nada temen más los británicos que pagar una defensa importante para las Malvinas. Deberá cesar la rencorosa demolición del factor militar argentino, llevado a cabo por este gobierno, que se venga de los ejércitos del 70 dejando a nuestro país en criminal indefensión en 2010, como evidencia el insolente comienzo de trabajos de prospección.
Por lo expuesto, la Argentina debería actuar con toda rapidez para conjugar la opinión mundial y exigir la negociación con Gran Bretaña de coparticipación de recursos que se discutieron sin mayores resultados, antes y después de la guerra del 82. Urge relanzar una activa y continua diplomacia bilateral con los países europeos, que a partir del Anexo de Lisboa, de 2009, aceptaron incluir a las Malvinas en la esfera de la Unión Europea, como territorio ultramarino.
Habrá que recordarles a los países europeos que el Comité de Descolonización sigue obligando a negociar la soberanía de las islas. El ominoso silencio argentino ante la declaración de Lisboa deberá superarse con una tarea país por país. Esta diplomacia bilateral tendría que tener su centro en las Naciones Unidas, después de la interesante acogida que el secretario general de la ONU dedicó al canciller Taiana. Pero desde ya habría que ejecutar en caliente, y paralelamente, una acción múltiple con los países que nos apoyaron en México y reclamos bilaterales con los de la Unión Europea.
El irritante juego británico hoy tiene la objeción de los mayores países de América: Estados Unidos, que sólo en caso de guerra haría prevalecer su lealtad con su madre patria, pero que en otras situaciones preferiría esa doctrina Monroe (de América para los americanos), que hoy, curiosamente, protegería a la Argentina. La otra flamante superpotencia continental, Brasil, no tiene dudas de que la reinstalación de Gran Bretaña en el Atlántico Sur, como potencia petrolera, sería perturbadora. Se inclinaría a reeditar una estrategia compartida y coordinada con la Argentina, superando la torpeza y el resentimiento de estos años de errática conducta de los Kirchner.
Nuestra tarea petrolera de prospección deberá ampliarse. Desde ya, corresponde que la sospechosa Enarsa, la claudicante YPF-Repsol y los posibles inversores en energía sean convocados para comprometerse con una gran posibilidad económica para la exploración y explotación en todos los espacios marítimos del mar argentino y del Atlántico Sur.
Inesperadamente, se nos abre a los argentinos desde la posible cuenca petrolera de las Malvinas una posibilidad de imaginación, de mucho trabajo y de coraje. Urge recrear una diplomacia bien programada y una presencialidad eficaz, de control y de explotación de recursos, como respuesta ante la movida británica, y lograr que los políticos argentinos, en su mayoría enmarañados en reyertas y ambiciones de patio, comprendan que casi inesperadamente podríamos estar ante un nuevo ciclo de nuestra política soberana y nuestra política energética.
Fuente: Diario LA NACION
(*) El autor es embajador de carrera y escritor.