Por Luisa Corradini | LA NACION
La geografía y el fanatismo religioso alentaron el surgimiento de varios grupo leales a Al-Qaeda, en una zona rica en gas, petróleo y minerales; a pesar de su inquietud, las potencias son reacias a desplegar sus fuerzas por miedo a involucrarse en una larga guerra
PARÍS.- La intervención francesa en
Mali y la toma de rehenes en una planta de gas argelina dejaron en
evidencia la amenaza que representan los grupos islamistas radicales en
el centro de África: esa nebulosa de movimientos, unidos únicamente por
su fanatismo religioso y su lealtad a la red terrorista Al-Qaeda, pone
seriamente en peligro los intereses vitales de Occidente.
La semana pasada, fue la secretaria de Estado
norteamericana, Hillary Clinton, quien se encargó de dejar en claro qué
está en juego en la lucha contra la red Al-Qaeda y sus "franquiciados"
en África.
"La amenaza es seria y duradera. Cuando se observa la
geografía de Mali, no es sólo desierto: hay grutas. Y eso nos recuerda
otra cosa...", dijo, en alusión a la interminable persecución de Osama
ben Laden en las montañas de Afganistán y Paquistán.
La intervención en Mali es una "lucha necesaria",
agregó, apelando a una fórmula semejante a la utilizada por el
presidente Barack Obama cuando calificó a Afganistán de "guerra
necesaria", contrariamente a Irak, que era una "guerra elegida".
Occidente comprendió hace tiempo los peligros que
representa la islamización radical en África. Pero Francia es el único
país que, hasta el momento, entró en acción y envió sus tropas. Después
de diez años de polvo y sangre en los despeñaderos de las montañas
afganas, la war fatigue se apoderó de los espíritus y ya nadie tiene ganas de enterrarse en las interminables arenas del Sahel. Es una curiosa actitud si se tiene en cuenta que África
provee de gas, petróleo, uranio, potasio, hierro, cobre, metales -sin
hablar de las piedras preciosas- y otras materias primas vitales para la
economía europea.
A primera vista, las reservas occidentales son fáciles
de comprender. Mali es uno de los países pobres de África. Un vasto
desierto escasamente poblado por 15 millones de personas, de las cuales
el 36,1% vive bajo el umbral de pobreza. Su importancia regional es
limitada y su peso en la economía mundial, marginal. Mali no tiene
petróleo, vive del cultivo, del cual depende más del 80% de la
población. Su único recurso mineral es el oro, fuente de explotación
laboral para miles de niños, según la Oficina Internacional del Trabajo
(OIT).
Pero Mali es grande como Perú (o poco menos de la mitad
de la Argentina) y tiene siete vecinos cuyas interminables y mal
protegidas fronteras proveen a los terroristas islámicos llegados de
todo el mundo de combustible, armas y vías de escape.
Ninguno de esos países cuenta con las estructuras
necesarias para hacer frente a un Mali transformado en santuario del
salafismo radical. La mayoría -desde Argelia, en el Norte, hasta Costa
de Marfil, en el Sur- son presa de la violencia, el extremismo y la
inestabilidad desde hace decenios. En la década de los 90, los 11 años
de guerra civil entre el gobierno y la insurrección islamista dejaron en
Argelia unos 200.000 muertos.
La tercera generación
Hace años que esas bandas de rebeldes se transformaron
en señores del desierto en esa inmensidad entre el Sahara y el Sahel,
enriquecidos con la droga que llega de América del Sur, la toma de
rehenes, el tráfico de seres humanos y el contrabando. Se estima que
Al-Qaeda, en el Magreb Islámico (AQMI), obtuvo, desde 2003, cerca de 50
millones de euros sólo en rescates. Esos grupos, equipados con armas
recuperadas en Libia durante y después de la reciente guerra civil y
financiados por las monarquías del Golfo, consiguieron apoderarse sin
dificultad del norte de Mali.
¿Cuántos hombres componen esas bandas de fanáticos?
1500, 2000... Difícil de precisar. Pero una misma ideología los anima:
el salafismo (identificado hoy con el fundamentalismo islámico), la
jihad (guerra santa) y la sharia (ley islámica) como forma de gobierno.
También los une un odio profundo a Occidente.
Esta tercera generación de Al-Qaeda, surgida de la
atomización que sufrió el movimiento original tras la muerte de Ben
Laden, tiene nuevas características. Sus miembros siguen los preceptos
de Abu Mossab al-Suri, un jihadista que probablemente se encuentre hoy
en Aleppo (Siria), para quien los grupos deben actuar sin coordinación,
golpeando al enemigo cada vez que sea posible.
El poder, aunque cueste creerlo, lo obtuvieron de las
"primaveras árabes" cuando las petromonarquías del Golfo -Arabia
Saudita, Qatar y los Emiratos- comenzaron a financiarlos para que no
tocaran sus intereses y evitaran desestabilizarlos.
A fines de los años 90, la zona de
Paquistán-Afganistán, que los militares norteamericanos llaman PakAf,
fue el caldero en el cual se estructuró lo esencial de las fuerzas del
jihadismo salafista con los talibanes.
Cuando la jihad se volvió más difícil en el arco que se
extiende desde el sur de Yemen hasta los territorios tribales de
Paquistán, esos militantes participaron en las "primaveras árabes" y
luego se desplazaron a Mali con el objetivo de crear un "Sahelistán".
Mucho menos poblado que Afganistán, pero mucho más
cerca de Europa, el Sahel es el punto de tránsito de todos los tráficos y
comercios entre África negra y Occidente.
Libia, Estado en bancarrota por excelencia, donde las
milicias se han repartido los arsenales y las regiones, era la mejor
puerta de entrada.
Consciente de que el centro de gravedad del terrorismo
islámico se estaba trasladando al norte de África, Estados Unidos
invirtió, en los últimos cuatro años, cerca de 600 millones de dólares
en entrenamiento y equipamiento de los ejércitos de la región del Sahel.
Los europeos lograron, en diciembre de 2012, que las Naciones Unidas
enviaran una fuerza militar panafricana, que fue imposible movilizar
hasta que Francia entró en Mali.
Los acontecimientos se precipitaron cuando los tres
grupos islamistas principales que actúan en la región -AQMI, Ansar Dine y
Muja- unieron sus fuerzas y comenzaron a descender hacia la capital
maliense dejando a su paso terror y desolación.
"Tenemos la obligación de impedir que Al-Qaeda
establezca una base de operaciones en el Norte de África", advirtió el
secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta. "Probablemente no
tengan planes inmediatos de atacar a Estados Unidos y Europa, pero ése
sigue siendo el objetivo principal."
Muchos afirman que Mali podría transformarse en un
nuevo Afganistán. Tal vez. Pero, como decía Barack Obama a propósito de
Afganistán, esta intervención militar también podría ser una "guerra
necesaria".
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Del editor: cómo sigue
El futuro no brilla para el ya de por sí sufrido norte africano: parece
destinado a ser el rehén de una lucha entre dos protagonistas externos:
la jihad y Occidente.
A lo que hay que agregar la expansión de de China e India en el continente africano, a modo de ejemplo en Africa trabajan aproximadamente un millon de ingenieros agronomos chinos... China compra su producción de materias primas pagando con bienes tecnológicos elabiorados en su país (ferrocarriles, puentes, diques, etc)...