Por Yago Rodríguez - GESI, 28/2018
En este artículo queremos reflexionar a cerca de la capacidad defensiva que ofrecen las ciudades, y de cómo la aparición de las impresoras 3D en la arquitectura, así como el aprendizaje sobre las defensas en profundidad, las líneas defensivas estáticas y las batallas urbanas del pasado, nos ofrecen la apasionante oportunidad de concebir una forma de defensa completamente nueva.
Desde tiempos de la Segunda Guerra Mundial, el combate urbano se ha ganado un hueco especial en la mente de los militares por ser uno de los entornos más difíciles para cualquier ejército. Las ciudades tienen una complejidad de la que derivan ventajas que favorecen al defensor.
Desde Stalingrado hasta Faluya pasando por Hué, Sarajevo o Mosul, los defensores, con armamento ligero han sido capaces de infligir bajas desproporcionadas a las fuerzas atacantes, pero la pregunta es: ¿Por qué ocurre esto?, ¿por qué un sistema de defensivo en campo abierto basado en trincheras y búnkeres no suele ser igual de eficaz? La clave está en la complejidad derivada de la densidad de estructuras e infraestructuras construidas a lo vertical y a lo horizontal en una ciudad.
Un sistema de defensa en profundidad prototípico, como el usado por los bolcheviques durante la batalla de Kursk, en 1943, tenía las siguientes características:
Sistema defensivo de Kursk, 1943*
Perímetro >500 Km.
Profundidad >100 Km
Área >16.000 Km2
Guarnición <2 Millones
Soldados por Km2 <125 soldados por Km2
* Son cifras meramente orientativas.
Tomemos el número de soldados por Km2, ya que esta cifra representa la mano de obra disponible para construir defensas e infraestructuras. Naturalmente esta medida es meramente orientativa, y habría que tener en cuenta muchos otros elementos, como la organización del trabajo, los medios técnicos disponibles, las habilidades constructivas…
En cualquier caso, si pensamos por ejemplo en una ciudad pequeña de España, como por ejemplo Palencia, veremos que la densidad de habitantes supera ampliamente los 800 por kilómetro cuadrado. Una urbe exige cubrir muchas más necesidades que un ejército en campaña, por lo que se construyen más estructuras e infraestructuras. Mientras un soldado en el frente “sólo” necesita combustible, munición, armas y unos mínimos para vivir, un civil en cualquier ciudad tendrá una red de alcantarillado, edificios de diversa calidad pero que siempre poseen algún valor defensivo contra los proyectiles, edificios públicos, comercios, oficinas, etcétera.
Por todo lo anterior, vemos que en un espacio tan pequeño como una ciudad, fruto de la densidad de población habrá una gran cantidad de estructuras e infraestructuras que en definitiva constituyen una agrupación más compleja, con un valor defensivo superior a una zona defensiva a campo abierto con la misma área. Siguiendo el ejemplo de Palencia, si esta urbe con un perímetro de 12 Km y un área de 8 Km2 podría tener un valor defensivo importante, un territorio con la misma área, que fuera fortificado al estilo de Kursk, apenas habría sido un centro de resistencia cualquiera, sin un gran valor defensivo per se.
Las construcciones de un sistema defensivo en campo abierto tendrán un espacio de expansión vertical reducido: se podrán excavar trincheras y refugios a una cierta profundidad, y se podrán poner tiendas de campaña, búnkeres y casamatas hasta cierta altura, pero no superarán la altura de un edificio de una sola planta, normalmente.
Es aquí donde queda apuntada la complejidad de las ciudades por encima de los sistemas defensivos a campo abierto: ¿se imaginan tener que construir una urbe con las mismas restricciones que un sistema defensivo a campo abierto?, ¿sin poder construir un edificio de dos pisos?, ¿sin tener tiempo para construir una red de alcantarillado o de metro kilométrica y a decenas de metros bajo el suelo?
La complejidad de las estructuras existentes en un área no es una característica baladí, ya que implica estructuras e infraestructuras, lo que a su vez significa que hay toneladas de materiales, que tanto si conforman un alcantarillado o un edificio intactos, como si conforman un amasijo de túneles y edificios derruidos por las bombas, seguirán dando lugar a posiciones con valor defensivo.
Un obús puede convertir un edificio en un montón de ruinas defendibles, con pasadizos caprichosos que los soldados pueden acomodar y que ofrecen protección, por el contrario un proyectil que impacte sobre una trinchera o un refugio profundo, lo más que dejará será un cráter. Al fin y al cabo, la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, y ciertamente, las toneladas de residuos de un edificio derruido seguirán ahí, mientras que los cuatro tablones y la tierra que conformen una trinchera se transformaran en residuos inútiles.
La construcción vertical, en altura, es una forma inconsciente de defensa en profundidad, que en lugar de basarse en llanuras extensas se basa en estructuras que ocupan la profundidad de la troposfera y de la corteza terrestre, gracias a lo que añaden una dimensión vertical con una naturaleza que no suele estar presente en escenarios no-urbanos.
Los edificios de unas pocas plantas ofrecen multitud de ventajas. De entrada, se puede pasar bajo ellos sin ser observado desde el aire, lo que limita a muchos de los medios aéreos tecnológicamente avanzados que emplean los atacantes, además los proyectiles parabólicos tienen problemas para impactar en el ángulo adecuado, y corregir el tiro suele suponer un problema adicional, ya que las polvaredas y las construcciones colindantes dificultan saber dónde ha impactado la munición.
Al tener varias plantas, un proyectil tendrá que penetrar varios suelos y explotar en la planta donde, justamente, esté el enemigo, cosa improbable. Ejemplo: imaginemos un edificio de cinco plantas con dos hileras de viviendas y un rellano entremedias. Sabemos que nos están disparando desde el tercer piso y queremos destruirlo con artillería o morteros, ¿Cuántos proyectiles harán falta hasta que uno penetre y explote justamente en el lado correcto de la tercera planta? Y antes de que les alcancemos, ¿no habrán escapado del edificio?
La probabilidad en un enfrentamiento con línea de visión directa entre atacante y defensor también juega a favor de este último. Si el combate fuera en campo abierto, el origen del fuego normalmente procederá de algún punto del eje horizontal, ya que más o menos, será en la línea del horizonte donde estarán las trincheras. En cambio, si atacamos un edificio, nos podrán hacer fuego no sólo desde el eje horizontal, si no también desde todo el vertical. Cualquier agujero en una pared se convierte en una especie de saetera moderna.
Cuando un infante escruta el horizonte, tiene una probabilidad X de detectar la posición enemiga en una trinchera, sin embargo si la misma situación se produce en combate urbano tendrá que escrutar el plano horizontal y el vertical simultáneamente, a la vez que los mapas le darán menos información que si estuvieran en campo abierto. Cinco plantas serán como varios laberintos repartidos en cinco planos verticales, por cinco horizontales. La probabilidad de localizar el origen del fuego será más baja.
Cabe añadir, que en combate urbano las distancias de enfrentamiento se reducen, lo que aumenta la letalidad del fuego, lo que a su vez disminuye el tiempo disponible para detectar la posición enemiga antes de sufrir una baja.
Pero la verticalidad de las ciudades no sólo está en las alturas, sino también en lo subterráneo: sistemas de metro, alcantarillado, red eléctrica, garajes, parkings, sótanos… Esto también genera una dimensión que no suele existir en el campo abierto. El combate subterráneo se suele caracterizar por los enfrentamientos de alta letalidad a muy corta distancia, en los que un ejército tecnológicamente superior pierde casi todas sus ventajas, además provee de una vía de maniobra distinta del suelo o del aire.
Pero si las ciudades son entornos defensivos superiores a un sistema defensivo construido con tiempo, dinero y recursos en campo abierto ¿porque no construimos ciudades en lugar de sistemas defensivos tradicionales?, ¿por qué defensas profundas basadas en trincheras y obstáculos en lugar de edificios de cinco plantas?
Un sistema defensivo en profundidad modélico, como el construido por los soviéticos en Kursk consume “sólo” varios meses y además está pensado para que el enemigo no pueda interrumpir fácilmente las obras. Si en lugar de eso nos dedicáramos a construir edificios, tardaríamos demasiado y encima sería fácil para la artillería eliminar a nuestros obreros. Al menos esto ocurría hasta hace poco.
Este paradigma podría estar cambiando debido a la utilización de las impresoras 3D con fines arquitectónicos. En marzo de 2014 una empresa china creó diez viviendas en 24 horas, eran edificios simples, hechos a base de cemento y fibra de cristal, y su precio era de 4.000 euros. En realidad, la tecnología aún no está completamente madura, pero es indudable que en un futuro cercano tendrá un papel fundamental en la arquitectura civil, pero… ¿Y en la arquitectura militar?
Militarmente tendríamos muchas ventajas. ya que no sufriríamos las exigencias que un edifico habitable impone, y si concebimos una suerte de “urbes defensivas” (castros en adelante, en honor a los castrum romanos) esto es sistemas defensivos que imitan ciudades, podríamos idear estructuras maximizadas para fines bélicos. Por ejemplo, calles que conduzcan a emboscadas, edificios que sean caóticos y difíciles de asaltar, techos reforzados contra las bombas, paredes “queso gruller” para hacer fuego de fusilería, construcciones piramidales difíciles de colapsar, trampas explosivas, obstáculos y un largo etcétera.
Las ciudades se construyen más a lo alto que a lo ancho, por lo que no haría falta un gran territorio para levantar un sistema defensivo. Pensemos que en la época de la guerra de Vietnam, durante la Ofensiva del Tet, la ciudad de Hué apenas ocupaba 10 Km2 (10 de profundo x 10 de largo) pero ello no le impidió convertirse en un quebradero de cabeza mayor que los centenares de kilómetros de jungla.
¿Cuáles serían los tiempos de construcción? Ciertamente, a esto no podemos responder, pero un batallón de ingenieros con múltiples impresoras 3D capaces de construir varios edificios cada pocos días podría disponer de docenas de edificios en cuestión de semanas.
En cierto sentido podríamos volver a la era de 1914, ¿o acaso no estaría dispuesto un país como Irán a construir su Maginot particular para protegerse de Estados Unidos? ¿Y si construyéramos un sistema de castros al estilo de los fuertes de Verdún? ¿Qué ocurriría si entre 1991 y 2003 Saddam Hussein se hubiera dedicado a construir castros extensos a lo largo de sus vías de comunicación, o alrededor de sus principales ciudades?
Hace tiempo que se piensa que las fortificaciones estáticas tienen un valor limitado, por eso apenas se invierte en ellas, y esta mentalidad seguramente choca con lo propuesto en este artículo, lo que nos lleva a profundizar aún más: si podemos construir un castro del tamaño de Hué en un periodo de, digamos un año, ¿no se volvería atractiva la línea defensiva al estilo de los tiempos pasados?, ¿y acaso no sería la forma ideal de lidiar con los drones y su inteligencia artificial? No hay más que pensar en edificios específicamente ideados para volver locos a los drones, con formas caprichosas y aleatorias, con pasadizos laberínticos, con tantas ligeras variaciones que una maquina carente de sentido común no podrá sistematizar…
Conviene recordar la operación germana Fall Weiss. Los alemanes fueron capaces de alcanzar Varsovia en apenas ocho días, haciendo que la profundidad estratégica de kilómetros y kilómetros de construcciones militares en campo abierto fueran inútiles, sin embargo, Varsovia, que comparativamente ocupaba una superficie pequeña resistió hasta el día 27 de septiembre, casi hasta el final de la campaña polaca de 1939.
¿De qué sirven entonces los sistemas defensivos en profundidad? Si pudiéramos construir defensas eficaces en una delgada línea lo haríamos, y si construimos en profundidad es porque en campo abierto no existe otra opción para frenar a una fuerza blindada. Necesitamos una superficie grande, plagada de defensas que de por sí no son gran cosa, pero que al coligarse con el tiempo y el espacio acaban creando un sistema defensivo temible. El problema es que no siempre existe tanto espacio disponible y en tiempos de paz suele ser inviable militarizarlo, no hay más que pensar en Israel, Taiwan o en los estados bálticos, por ejemplo.
En realidad, sí sería posible construir una sola línea defensiva delgada y eficaz basada en castros. ¿O acaso no es cierto que Stalingrado, con menos de tres kilómetros de profundidad derrotó a la Werhmacht? Tres kilómetros de profundidad habrían sido inútiles en campo abierto, y ningún ejército serio lo consideraría una “defensa en profundidad”, pero tres kilómetros de edificios de viviendas en altura, alcantarillas, barricadas y fábricas valían más que los densos campos de minas o que la red de búnkeres de gruesos muros de la Línea Stalin, que había sido atravesada sólo un año antes. Así pues, ¿por qué construir en profundidad a lo largo de decenas de kilómetros cuando puedes edificar densamente unos pocos kilómetros cuadrados?
Si pensamos en la Línea Maginot, existe el mito de que en realidad cumplió con su misión, ya que la penetración alemana en Francia no fue a través de las regiones defendidas por la Maginot, pero este argumento es falaz, ya que en realidad el 1er Ejército y el 7º Ejército, que sólo contaban con infantería, lograron penetrar exitosamente la Maginot en apenas 48 horas de combate en los días 14 y 15 de junio. Si las débiles formaciones de infantería del Heeresgruppe C fueron capaces de atravesar la línea, cabe imaginar lo que podrían haber hecho los Panzer Korps de haber sido empleados en esa misma zona.
¿Qué hubiera ocurrido si los franceses hubieran sustituido los grandes sistemas de búnkeres por una intrincada red de castros? ¿Cuántos edificios se pueden construir con el hormigón y los metales de un búnker? ¿Está la arquitectura militar atrasada desde hace setenta años y no nos hemos dado cuenta?
Imaginemos un búnker simple: una planta de 80m2, tres metros de altura, y muros de 1,5 metros de espesor, y ahora imaginemos un chalet con la misma planta de 80 m2, pero unas paredes de 0,3 metros. Con estos datos sabemos que podríamos construir un chalet de cinco plantas y 80 m2, es cierto que no va a poder protegernos del fuego de armas de grueso calibre, pero también es cierto que: primero, nos protegerá de un buen número de proyectiles, y segundo la probabilidad de un impacto directo se reparte entre las cinco plantas, es decir, que es de sólo un 20%, aunque se trate de un proyectil de grueso calibre. ¿Apostarían a que el búnker puede ofrecer una probabilidad acumulada del 20% de supervivencia por cada proyectil de 120 mm que haga diana?
¿Cuál es la clave? ¿Por qué un búnker que aparentemente es una construcción específicamente militar podría ser menos eficaz que un simple edificio civil de cinco plantas? Desde la aparición de la pólvora, las armas de fuego están sumidas en una importante carrera por la precisión. A fecha de hoy, los explosivos son potentes de sobra como para penetrar casi cualquier búnker y en cualquier caso estos tienen debilidades, como los respiraderos, las chimeneas o las rendijas, pero no sólo son capaces de penetrarlos, sino que además son capaces de acertarlos. Los medios, como los satélites hacen tan fácil triangular un búnker que sólo es cuestión de tiempo que un proyectil lo alcance y lo inutilice.
La lógica tras un edificio de varias plantas es distinta, en primer lugar porque desde ella se puede combatir en todas las direcciones, así como en el interior, cosas que no ocurren en los búnkeres. En un asalto a un búnker, llegar cerca del mismo e introducir los explosivos en sus puntos débiles es el fin del combate, mientras que en un asalto de un edificio, aproximarse y sufrir bajas es sólo la fase previa a limpiar una a una docenas de habitaciones. Los edificios pueden absorber mucho más castigo que un búnker, en primer lugar porque es muy difícil que colapsen, y en segundo lugar porque es casi imposible “destruirlos” como valores defensivos, puesto que incluso derruidos conforman escombreras defendibles.
Una analogía de la cinegética que resuma estos conceptos podría ser la siguiente: enfrentarse a un búnker es como enfrentarse a un elefante, este último es un animal fuerte y grande, que gracias a su piel curtida podrá resistir unos cuantos proyectiles, sin embargo es muy grande y fácil de apuntar, así que es cuestión de tiempo abatirle. Los edificios de varias plantas son más como una cucaracha, baratos, numerosos y difíciles de eliminar aunque se emplee toda clase de fuegos.
Llegados a este punto se pueden plantear dos objeciones, en primer lugar que construir edificios consume un tiempo considerable, lo que expone los esfuerzos al fuego enemigo, en segundo lugar, que con la idea de los castros estamos obviando los efectos que tiene la presencia de los civiles en las batallas urbanas.
En primer lugar, esperamos que la velocidad y los costes de construcción de las impresoras 3D con diseños militares específicos permita reducir los tiempos hasta un punto que haga atractiva la planificación de antemano de líneas defensivas fijas. En segundo lugar, durante las batallas urbanas los civiles son en realidad un aspecto secundario, ya que el único problema militar que representan es la necesidad de avituallarlos cuando huyan, si es que se desea avituallarlos. Es verdad que los grupos terroristas a veces les usan de escudos humanos, pero es de esperar que esta clase de grupos sigan empleando esa táctica y no que vayan a construir castros, por el contrario los ejércitos estatales, rara vez han empleado escudos humanos, por lo que los civiles en realidad mantendrían una importancia secundaria.
Toda la reflexión presentada en este artículo está en una fase temprana, sin embargo es el deber de los tácticos y de los arquitectos estudiar la mejor forma en que se podrían combinar las características de los sistemas defensivos a campo abierto con las urbes para concebir diseños de castros construidos mediante impresoras 3D que permitan maximizar su utilidad bélica. ¿Qué ocurriría si combinásemos hileras de edificios con pequeñas defensas de campo abierto, si construyéramos llanuras entre edificios que estén horadadas de galerías subterráneas…? Las posibilidades son infinitas, pero gracias a la impresión 3D serán factibles económica y operativamente.
En realidad, los castros serían las fortalezas del siglo XXI, y a efectos prácticos, de cara a la poliorcética u a otras técnicas de guerra no serían tan distintos de un fuerte de estrella o de un castillo medieval.
Entendemos que este artículo es criticable desde diversos puntos de vista, y que quedan cabos sueltos, pero también pensamos que representa un ejercicio de reflexión teórica, interesante y explotable.
En resumen, si las ciudades representan defensas no-deliberadas que han demostrado ser más eficaces en menos espacio que las defensas en profundidad modernas y si en poco tiempo vamos a poder construir muchos edificios a bajo coste gracias a las impresoras 3D, entonces es que ha llegado la hora de estudiar la construcción de sistemas defensivos basados en castros con fines deliberadamente militares.
Yago Rodríguez. Colaborador habitual de la revista Ejércitos y de otros medios. Ha investigado el mercado negro de armas en Yemen y Siria y ha hecho investigaciones OSINT para empresas como ARES. Estudiante de Derecho.